Una hermosa mujer, cuyo cuerpo había sido pintado de color plata, hacía las veces de estatua humana en pleno Paseo Ahumada. La chica lucía un breve vestido del mismo tono y su imagen, tanto podía servir para promocionar un evento de modelos o bien, para hacerle propaganda a una liquidación de vestidos de temporada. La gente se arremolinaba ante la beldad y las mujeres cuchicheaban entre ellas, con evidente envidia, ante su escultural cuerpo. Los hombres, en cambio, se solazaban con aquel festival de perfección y no faltaban los osados que se agachaban para atisbar el color de los calzones de la curvilínea modelo-estatua. Un pequeñito se aproximó a una caja de cartón en la cual se recibirían las colaboraciones y depositó una moneda de cincuenta pesos. En el acto, la bella le arrojó un beso y recuperó su postura original. Entusiasmado, un señor de edad provecta, colocó con sus dedos temblorosos dos monedas de cien pesos y la muchacha se sacó de inmediato el vestido, quedando en bikini. Las exclamaciones no se hicieron esperar, los hombres lanzaron solapados silbidos y piropos y algunas mujeres se retiraron escandalizadas, ante lo que consideraron una desvergüenza. El monto de las contribuciones fue creciendo en directa proporción con la generosidad de la chica que, al final, quedó en cueros y sólo cubriendo malamente con sus delicadas manos, sus partes íntimas.

Así estaban las cosas, cuando apareció un tipo joven que, pidiendo permiso, se colocó delante de la mujer-estatua y depositó, en la abarrotada caja, la suma de cuatrocientos cuarenta y cinco mil, trescientos pesos. Luego, mirando con fijeza a la mujer, le dijo:
-Está bien. No era necesario que hicieras tanto alarde de necesidad. Aquí te dejo el dinero correspondiente a la pensión familiar de este mes.
Dicho esto, se dio media vuelta y se fue...