Miro la fotografía que nos hicimos al cabo de los años, creo que por el 89. Ésta recoge fielmente lo que fue nuestra amistad. En un coqueto restaurante de Florencia, al que creo que fui capaz de identificar hace un par de años cuando volví a la ciudad, aparecemos en un primer plano, tú y yo, comiendo, mirándonos, charlando. Bueno, tú hablabas, yo, como casi siempre, escuchaba. Ambos con cara de estar entendiendo, o quizás salvando al mundo, como en las innumerables conversaciones que tuvimos a lo largo de los años, bien despotricando de la UCD y el PSOE, de las irremediables crisis del PCE, de las siempre alineaciones indebidas de los variopintos entrenadores que ha tenido el Real Madrid, de la vida, del amor, del sexo de nuestros pecados.

Y ahora amigo, es lo poco que me queda de ti. Quién me lo iba a decir a mi, que otra vez, en un aula, me iba a tocar poner cara de poeta ilusionado, ahora ya no por turnos, por lo menos entonces nos repartíamos la clase, de aquel “profe” de Literatura, ya no recordamos el nombre, solo el mote que tú y yo le pusimos, y que el resto de la clase apenas entendió: “El Minaya” (por su afición al Mio Cid, y a su infatigable compañero Minaya Alvar Fañez). Y qué tendría que reflexionar, ya sin ti, pero por tu culpa, del tempus fugit. Y ¿Sabes, viejo amigo, qué es lo primero que me viene a la mente? El poema de Jorge Manrique, y todo lo que el famoso Minaya no enseñó de él, y que ahora me hace recordar citas latinas de la tradición clásica Ubi sunt, qui ante nos, in hoc mundo fuere. ¿Dónde estás viejo amigo?.

Aquello que la fotografía recoge, sería un momento fugaz, breve, de una charla a lo mejor intrascendente, pero que resume todo lo que aprendí, y envidié de ti. Tu sabiduría para vivir la vida, y para saber explicarla, muchas veces para saber explicármela. Tu viaje a Italia, y tu puesto en la universidad de Milán, tus ascensos, tus artículos; tu coqueto y a la vez decrépito piso de la Vía Ceresio; tus mujeres, a las que amaste y las que te amaron, todas, por lo menos las que conocí, interesantes, inteligentes, y bueno, ahora que nadie nos oye, buenísimas y macizas; tus viajes por medio mundo, desde los juveniles del interrail que te permitieron conocer la Yugoslavia antes de su desgracia, hasta aquella beca de la Hispanic Society.

Todo aquello que fuiste construyendo en tan pocos años, y que estaba dando su fruto, esa obra a punto de publicar, que definitivamente te encumbraría entre los especialistas del Siglo de Oro español; el saber por fin romper tu equivocado matrimonio (uno de tus dos errores fatales), el horizonte que definitivamente se te iba a abrir. Y ... cometiste tu segundo y fatal error, no cuidar tu enfermedad.

Y ahora, amigo, cuando a mis alumnos les expliqué el carpe diem, ese aprovecha el momento, ese goza de lo que puedas, les puse tu ejemplo, el ejemplo de tu vida, de tu estrella, fugaz, rápida, radiante como el sol de Napoleón en Austelitz. Sin embargo cuando tenga que explicarles el barroco de Valdés Leal, y los cuadros de las vanitas, que mal se ven en el Hospital de la Caridad de Sevilla, sobre el verdadero Mañara, que citara Machado, al tratar de hacerles entender el significado de las vanitas barrocas en los cuadros del pintor sevillano donde aparece el Fines Gloriae Mundi, y el In Ictu Oculi.. Yo seguramente tendré que acogerme a la oscuridad del aula, y procurar que mi voz no se quiebre, mientras mi mente se aleja a la calurosa mañana de este maldito agosto en que te enterramos. Aunque mire las fotografías, y hojee tus libros con dedicatoria, y te maldiga por habernos dejado, recordaré para siempre las frases del poema de Miguel Hernández con las que te despedimos: ... que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.