¿Es normal sentirse amenazado por uno mismo? Esa constante sensaci´ñon que se siente de explotar al próximo instante, prepararse para ello y luego… Nada, todo está como era entonces. Una rutina como un moebius, un grito, una angustia seca de tanto ser mojada. Entonces ver que otros comprenden pero no comparten e intentan -vanamente- incendiarte con un poco de su fuego, un fuego que puede quemar o ser helado. Él no puede quemarte, su fuego está en otra antorcha.
La luz que entra por esa ventana ajena es de un sol que no te pertence, hay criaturas que son del sol y otras que son de la luna. Te tocó ser luna, noctámbula a inconciente de que un rayo de sol puede deshacerte de un plumazo. Una inconciencia etérea y fingida, tan delgada que se quiebra al más mínimo intento de explicarla. Explicar las cosas. No todo tiene un porqué. No vale la pena explicar el porqué de un espejo, menos de uno que está roto, torcido y lleno de manchas de humedad, elegir verse en uno nuevio y reluciente o en ese, vetusto y maltrecho que nos acompañó toda la vida. Tal vez optamos por lo más fácil. Por temer a lo desconocido. Por miedo a ver algo que nos sorprenda. Porque creíamos que habíamos perdido la capacidad de asombro. Y n oes así. No en esta juventud que aún reserva mieles inasibles, que ya serán más adelante.
Vivir en un encierro planificado, todo como debe ser, nada fuera de lugar. Un amplio cuchillo que tiene un filo agresivo y seductor, que no hace más que mostrarte que le tenés miedo. Pero un día ese miedo se escurre, y lo tomás, y no se resiste a que lo poseas, casi te lo ha estado pidiendo. Y en realidad no es más que una parte de ese espejo viejo, es un retazo de tela deshilachada con el tiempo, los eternos lavados en un lavarropas de cuatro paletas que golpean pero no acarician.
Recuperar una imagen en un espejo eterno, intentar dibujarla en una alma desarmada que se alimenta de mitades anaranjadas para ser normal. Una normalidad que la ha perseguido durante tanto tiempo… Tanto que ya no vale referenciarlo, sólo tenerlo presente, Normalidad que aja individualidades odiadas e incomprendidas que otros no buscan pero siempre encuentran.
Un pedido de auxilio que es respondido y matiza en azulñ y blanco una mañana incolora. Alguien que del otro lado de un laguito te ayuda mçás que varios que n ose dan cuenta, o no quieren hacerlo. Y te preguntan si tenés doble personalidad, y sabés que les das pena, y no sabés si revolcarte en esa tristeza o hacerte fuerte para contrarrestarlo y decirles que sí, que llevás una cuchilla en la mochila, que estás armada y sos peligrosa. Prejuicios que vienen y no se van. Que tuviste y estás deglutiendo como un pedazo de pizza fría, dura y gomosa, pero mordisco a mordisco consigue traspasar tu garganta.
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