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La penumbra es tan delicada, tan fina como una gota de agua que pende de una telaraña después de una fría noche de lluvia, tan frágil como las alas de una mariposa, tan sarcástica como el moho que carcome las paredes. Hay silencio; tanto que puede escuchar aquellos gritos apabullados por la calma inerme de una quietud maldita, una serenidad malévola, un sosiego que ni siquiera puede imaginar, algo que le da vida a mis miedos más profundos; y en el fondo, una tenue luz que representa el eximio de la perpetuidad de la vida.

Ahí esta, recostada o sentada; no lo se, tal vez ni si quiera este tocando el fondo pero se que entre sus dedos juguetea con las miserias que han caído en ese pozo, esas miserias que ha vomitado, aquellas desdichas llenas de congoja que la hunden en la ira, en la algarabía. Su piel de mármol es como una herida de claroscuros marcados por el dolor de una vida llena de tropiezos, una existencia tan olvidada como mi vida misma. La contemplo con detenimiento, como si fuera un retrato en vida, un escaparate de sonidos en silencio que me envenenan con su mórbida sinfonía; mas sin embargo no ha dicho una sola palabra, solo esta ahí, posada sobre su infortunio, hundida en ese misterio tan sensual que corrompe mis sentidos, que sucumbe ante mis oídos. Sus crines de azabache, húmedas, bañadas en sudor y sal son los recuerdos de una pesadilla amigable, donde las pesadillas se tornan sueños y los sueños se tornan pesadillas. Su mirada es tan tierna como la de una niña perdida pero a la vez esconde tanta malicia como la oscuridad misma, tan seductora y mordaz como la muerte misma, esa muerte que me viene a visitar una o dos veces al día, esa muerte que me quiera a mi entre sus piernas. Sigo observando, permanece tan serena; su respiración es pausada, misma que parece le causa un dolor inimaginable pero a la vez tan afable, afable como las caricias dolorosas de el embalaje de las tinieblas, tan gentil como la suave brisa de la noche aterciopelada. Sigo atestiguando a esa figura tan desdibujada, llena de una dicha que se enfoca en su desdicha y su dulce dolor que me brinda calidez; sigo observando, presenciando ahora sus ojos llenos de lágrimas, de sollozos fastuosos que se han visto teñidos de carmín; mi musa llora sangre esta noche.¿He de liberarla?

Texto agregado el 10-02-2004, y leído por 217 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-02-2004 ese lugar lujubre, húmedo, de aroma conocido... para mi un buen final. Saludos de la nombrada "D/ama del Nocticio" Nocturna
10-02-2004 Muy buena la descripción y la situación, en la linea de los relatos de terror romantico del siglo XIX. Saludos. Eddy_Howell
 
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