Anoche soñé contigo. No lo hice como lo hacen los grandes poetas, ni siquiera como los grandes amantes. Tú no ocupaste todo mi sueño. Soñé con multitud de situaciones: una pastilla “viagra” que me perseguía, un televisor que torturaba mis oídos, un “5” en el último examen que hice de psicología… pero al final estabas tú.
No llevabas un hermoso vestido de diamantes, ni un peinado de una estrella de Hollywood; no. Todo lo contrario. Vestías el abrigo con el que te veo cada tarde, llevabas aquellas botas diminutas que tanto detesto y el cabello despeinado por el frío viento de invierno. Pero reías y me miraste, directamente, a los ojos, me besaste y por un momento pensé que todo aquello era cierto. Magnánimo fue mi error al creer que aquello podía ser real. Tú nunca me sonreirías mirándome directamente a los ojos, no me besarías ni verías en mí el ideal sustituto del joven que en verdad amas.
Yo tampoco te amo. Por la noche iré con mis amigos a algún mugriento café donde me embriagaré a base de tequila y humo de tabaco. Te olvidaré. Lanzaré mil carcajadas al aire y acabaré sentado en un descompuesto banco de un parque atestado de botellas de cerveza. No querré saber nada de ti. Te odiaré. Gritaré (mentalmente) tu nombre. Ah! tu nombre. Ridículo y hermoso al mismo tiempo. Como tú. Cargada de un misterio que hace que no te olvide aunque diga que te olvide. Siempre seria, con la mirada fija en el suelo. Callada, odiosa, recóndita. Te amo. No te amo. Qué se yo del amor. Quiero clavarme en tu piel, no volver a verte, mirarte, matarte, hacerte el amor… ¡Dios! ¿Por qué? ¿Estas ahí, Dios? No existes aunque sea agnóstico. Oh, qué hermosa eres. ¿Por qué no puedo creer en ti? O quizás lo que no creo es en mí. No lo sé. No importa. Nada. Tú…sólo tú. No eres para mí ni yo para ti. ¿Me odias? ¿Me quieres? ¿No soy más que una mierda para ti? Se mía. Te haré sufrir. Desearás saberme muerto. Querrás cada poro de mi piel. Me emborracharé. Te olvidaré. Me recordarás. ¿Te amaré?
Te amaré
|