Esta era una aldea de cerezas sonrientes y juguetonas, que andaban por todos lados platicando con las otras frutillas encantadas y los árboles llorones. Aunque ellas eran muy dulces y jugosas, no les gustaba la miel.
Las cerezas, ya no eran las de antes. Hace unos cuantos años, las había atacado una parvada de cuervos vampiro, que devoraba sólo frutas parlanchinas.
Cuando osezno llegó a su aldea, las cerezas lo atacaron y le lanzaron piedras. Osezno huyó y no le quedó más que quedarse a la distancia, pensando cómo llegar al otro lado sin que ellas se asustaran. Se quedó días en silencio, aprendiendo y admirándose de su manera de vivir. Sentía que las quería, pero cada vez que intentaba acercarse, ellas le rehuían.
Un día, osezno vio a la distancia, que la parvada de cuervos se acercaba. Él intentó alertar a las cerezas, pero éstas reaccionaron como siempre. A osezno no le quedó de otra más que pararse en dos patas y rugir muy fuerte, para intentar ahuyentar a los cuervos. Sacó las garras y se dispuso a pelear. Las cerezas, asustadas, más por el fiero animal que por los cuervos, perdieron control y corrieron despavoridas. Osezno trató de golpear a los pajarracos, mientras, una por una, de sus amigas platónicas era devorada. Osezno rugió y combatió hasta el cansancio, pero su intento fue inútil. Las aves se marcharon, dejándole el camino libre para continuar su búsqueda.
Osezno no ha podido reponerse por completo desde aquel día.
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