Imaginemos que en lo más profundo del ártico, en lo más profundo del antártico, entre gigantes y punzantes bloques de hielo y fragmentos cortantes de piedra reside des de tiempos inmemorables una criatura. Una criatura mutilada por el fuego y el magma que tras cientos y miles de años ha sido capturada por la madre naturaleza en una prisión helada. Por el hecho de ser criatura algún tipo de esencia por su cuerpo corre y por estar mutilada se desangra. Se desangra en el ártico y también en el antártico, se desangra y su esencia escampa por los cinco océanos y de estos por los mares y de estos a las playas. Durante ciento, quizá miles o millones, de años la esencia de la cautiva criatura, como un virus, ha infectado todo el planeta.
Pocos años atrás pero muchos después de su llegada y otros tantos después de su cautiverio, por caprichos del azar o por el inexplicable afán de evolución de nuestra madre, algo aparece. Algo que con tiempo, frio y calor; crece. Tras largos periodos de muerte y de vida, aparecen los homínidos y de estos, tras décadas y más décadas, derivan los hombres. Los hombres que a pesar de varios milenios de existencia persiguen las mismas metas que perseguían en sus orígenes. ¿Tal vez los caprichos del destino o tal vez la voluntad de la naturaleza ya no tengan efecto alguno sobre el hombre? Sin embargo el hombre, por hombre, se enlaza en sí mismo y a la vez en su creencia. La creencia del sobrenatural y del inmortal y, por miedo, la creencia de la inmortalidad. Pero, sin darse cuenta, alabando a lo eterno se alaba a sí mismo, ya que son sus instintos los inmutables. El hombre alaba a un Dios pera pedir perdón por sus pecados, por sus errores, por sus creencias, por su vida. Sin embargo, si retrocedemos en el tiempo décadas, siglos, milenios y recordáramos a la presa de nuestra madre, a aquella que nos dio su esencia, a aquella criatura que no sería descabellado llamar padre; podríamos pensar que nuestros defectos son sus defectos, que nuestras virtudes son sus virtudes y que, obviamente, es absurdo hablar de Dios.
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