No me acuerdo. No, sí me acuerdo. Era un día muy extraño, todo era muy raro: incomprensible. Lo que no recuerdo era el momento; es decir, si era de día, de noche o de tarde; todo era muy confuso: inimaginable. Estaba lloviendo a cantaros. Las nubes cubrían el cielo por completo, como queriendo esconderlo por toda la eternidad; ya no había mas puertas que las abrieran. Todo alrededor se tornaba diferente, parecía un día de verano pero con la esencia del otoño, una auténtica mezcla de las cuatro estaciones del año.
Me encontraba solo, parado frente a un inmenso jardín. En realidad era un enorme parque rodeado de árboles, plantas y flores que figuraban el verdadero paraíso, aquel descrito por los Sumerios como el gran Baldhuin del mundo. Desde mi perspectiva era un panorama parecido a los cuadros del impresionista francés Claud Monet, aunque dividido por dos avenidas tan transitadas que hacían que el momento fuera algo susceptible, porque los autos y las casas al lado de las calles no me permitían llenarme de un instante de plenitud. Caminé algunos pasos sin saber que me sucedería, hasta que de pronto, a lo lejos, pude divisar una sombra sentada en una banca. Me acerqué a ella sin pensarlo dos veces. En realidad mi intención era preguntarle dónde me encontraba ya que sentía una gran desesperación por regresar a casa.
Todo se volvió claro. Conforme me acercaba lentamente, me di cuenta de que tenía miedo de no saber en qué lugar estaba. Al llegar con aquella sombra, pude darme cuenta de que era una mujer; era una joven de edad parecida a la mía. La miré fijamente y reconocí su belleza. Para mi ella era una combinación de todas las perfecciones que una persona debe tener; ella era lo más parecido a un ángel. Sonrió con delicadeza sin decir una palabra. Al parecer los dos estábamos solos en aquel lugar desconocido y a la vez imposible de contemplar por el ambiente. No recuerdo lo que al principio le dije, sino que ella sólo me miró y, tomándome de la mano dijo: somos dos en un mundo subordinado, en el que importan las cosas verosímiles. Un mundo que sin darse cuenta, poco a poco acaba con lo realmente importante y, a su vez, toma fuerza en algo tan común como la displicencia. Hay fantasías inextricables que ya no existen más, y eso es lo que mas se extraña de la vida.
Al principio no entendí lo que me dijo. Mis ojos se irritaron por el agua, producto de la lluvia que ahora se había convertido en una delgada brisa que hipnotizaba al contacto con esta, y por el aire que soplaba finamente por entre las ramas de los árboles. El aroma era muy real, como la propia naturaleza. La tomé del brazo sin preguntarle y caminamos juntos por aquel esplendido paisaje sin saber a dónde dirigirnos. Reímos y platicamos de todo: temas de interés nuestro que ya no toman impulso en la actualidad. Después de un largo recorrido, nos detuvimos ante un arroyo que yacía frente a nosotros. Una rosa florecía espléndida en medio del bello manantial, así que me dispuse arrancarla y obsequiársela cuando de pronto un pensamiento me cruzó por la cabeza; por un momento sentí que las ganas de volver se me iban de las manos y no pude comprender por qué. Tal vez era el hecho de estar al lado de aquella joven tan hermosa y a la vez tan tranquila y relajada ante el verdadero problema: el regreso; éramos realmente un espejo del reflejo.
Recorrimos todo el viejo parque cubierto por pasto de tonos verdes y azules que se reflejaba en sus ojos claros, haciéndolos imposibles de saber cuál era su verdadero color. Sin darnos cuenta y debido al encantamiento de ese misterioso camino abandonado y a la vez muy recorrido, de pronto nos encontramos ante el mismo lugar en el que nos conocimos. Por primera vez no supe si la suerte estaba de mi lado. Me abrazó, clavó su mirada en la mía y me susurró al oído: …Hasta aquí hemos llegado, después de conjugar día, noche y atardecer, hemos alcanzado nuestro destino. En un momento en el que todo es predecible, aún es imposible descifrar el final. Es por eso que entre el tiempo y el espacio existe un lugar distinto. Un sitio al que sólo se llega con la indiferencia propia de una persona que ha dado todo por estar ahí.
Me quedé sin palabras. Miré el cielo y supe que era hora de regresar. Volteé hacia donde ella pero ya no estaba, había desaparecido repentinamente. Sólo vi su sombra desvanecerse lentamente hacia la oscuridad. Sí, se había ido, sólo que esta vez dejó en mi mano la rosa que le regalé desde el principio, algunos pasos atrás, frente al pequeño arroyo, y eso era algo que nunca antes había hecho. Pero ya no importaba nada: a dónde hubiese ido o si fuese a regresar, porque por un largo momento me hizo feliz, todavía mas que en ocasiones anteriores. Ella era mi verdadero complemento.
El día comenzó como todos los demás. El sol hacia una hora que salió lentamente del horizonte, iluminando todo mi cuarto que hace unos cuantos minutos se encontraba a oscuras. Yo me preparaba para ir a la escuela cuando, al extender mi mano, encontré la rosa que me devolvió. No supe exactamente como llegó a mí, algo místico debió suceder, pero esta vez comprendí que la suerte siempre estuvo conmigo, en ningún instante me abandonó. Supe entonces que a partir de ese día nada volvería a ser ordinario, todo cambiaría radicalmente. Dicen por ahí que la tercera es la vencida y esta era la tercera vez que lo vivía, así que partí a realizar mis actividades con la única esperanza de que tal vez ahora sí, después de una larga espera, mi sueño se haga realidad.
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