Año Nuevo.
Se despertó, estaba medio tapado por un cobertor, aunque eso daba lo mismo ya que el calor reinante era insoportable. Trató de enfocar la mirada. Le dolía la cabeza. Se puso en pie y camino, aún un poco dormido, hubiera seguido en la cama pero el calor no le dejaría conciliar nuevamente el sueño. Se tropezó con una pata de la cama y esta se movió un tanto golpeando el velador, se sobó el pie y sintió las ondas de vacío que se esparcían por la casa. Estoy solo, pensó. Caminó hasta el living, no había nadie, miró en todas las piezas y en el patio y no vio halló a nadie, caminó hasta el frente de la casa, tampoco vio a nadie, solo los restos de carne esparcidos sobre la parrilla en donde se hizo el asado para celebrar el año nuevo la noche anterior. Aún habían trozos de carbón humeando. Tomó un balde, lo llenó con agua y apagó las últimas brazas que quedaban. Volvió al living, miró el reloj de la pared, marcaba las dos de la tarde. Escuchaba el tic tac del reloj, sabía que estaba solo pero ahora ese monótono sonido se lo terminaba de confirmar. Pensó en una ducha helada, fue hasta el baño, se quito los calzoncillos que llevaba, abrió la llave del agua fría y se puso bajo el chorro, este le caía directamente sobre la cabeza. Donde estarán todos, se preguntó. Seguramente aprovecharon el día para ir a la playa o a la piscina, quien sabe, daba lo mismo, él no hubiera ido de todas formas, no en las condiciones en que se encontraba. Pensó en la fiesta de anoche, tenía perdidos flashes sobre la celebración. Se vio solo, tomando un ron, nada de champan ni cosas que tuvieran que ver con la celebración en cuestión, el año nuevo para él no era más que un engaño para que la gente pensara que podía empezar de nuevo, pero no era así, la vida seguiría igual de mala y la rutina continuaría de la misma manera el dos de enero, nada cambiaría en realidad, y celebrarlo era más que absurdo. Se empezó a ahogar por el agua, sacó la cabeza de debajo de la ducha, respiró apresuradamente de forma espasmódica primero, luego recuperó el ritmo y siguió con la ducha. Terminó de bañarse. Fue hasta su pieza y se puso unos jeans viejos, gastados en las rodillas, y una polera también vieja y gastada, y por último se puso unas zapatillas de su hermano menor, se miró en el espejo de su madre, se veía hasta más joven de lo que él era en realidad. La ducha lo refrescó. Pensó en comer algo, pero la acidez que tenía en ese momento le hizo cambiar de parecer, en lugar de eso se tomó un jugo de durazno que había en el refrigerador. De forma repentina tuvo otro flash de la fiesta, se vio vomitando sobre el plato que tenía enfrente, del cual comía el asado que le había servido su hermano quien era el que lo preparaba con eficiencia y gracia y animando a todos los presentes: tíos, primos y algunos amigos del barrio. Después vio como su hermano lo llevaba a su dormitorio y lo dejaba en la cama y le sacaba la ropa sucia por el vomito, mientras él, borracho le decía cosas sobre lo absurdo que era celebrar el año nuevo y su hermano sin decirle nada lo tapaba y mientras él se quedaba dormido, sentía las lagrimas de tristeza que corrían por sus mejillas, pero ¿por qué de tristeza? Eso era algo que ni siquiera él sabía, “el porqué”. Se estiró sobre el sillón del living, volvió a mirar el reloj, eran las tres y media de la tarde. Decidió ponerse en marcha, no muy claro del destino, pero no quería quedarse en casa, de eso estaba seguro. Al salir se dio cuenta de que hacía mucho más calor de lo que él pensaba, como nunca lo había sentido antes. Caminó hasta el paradero de micros, esperó unos minutos y tomó la primera micro que pasó, con destino a cualquier parte. Se sentó al final, la micro semivacía iba rápido y por las ventanas se colaba la brisa que se producía por la velocidad hacia el interior del vehículo, se sintió bien, fresco y hasta casi tranquilo, cerró los ojos un momento y respiro hondo.
Caminaba por la Quinta Normal un poco aturdido por el calor y la gente, el lugar estaba repleto de familias que por no tener nada mejor que hacer ni adonde ir, estaban ahí, con treinta grados a la sombra. Miró la laguna con el agua verde, siempre verde, no sabía si de suciedad o por el fondo musgoso. Había botes con remos. En alguna parte alguien preparaba una carne, se sentía el olor. A lo lejos se escuchaba la alarma de un auto. Ver a tanta gente le recordó la playa, cuando los primeros de enero de casi todos los años, el viejo, su padre, los sacaba a todos muy temprano de la cama, a pesar del sueño para ir a pasar el día a Quintero. Se vio a si mismo tomando el bus para viajar a la playa, jugando con su hermano o algún primo que se les colaba o que los viejos invitaban para que fuera más gente. Sintió una extraña nostalgia. Pensó en el viejo, pensó si abra sido buena idea volver a la casa ahora que él ya no está. Su madre se lo agradecía, eso era obvio, pero siempre queda ese vacío. Donde estarán todos, se preguntó. Recordó el ultimo verano que pasaron juntos, la ultima ida a la playa, cuando la familia estaba aún unida, cuando todavía no existía Sofía en su vida, cuando la fabrica iba bien, cuando los números eran positivos aún. Sintió algo de nostalgia, estaba solo, cómo se había quedado tan solo, eso él no lo sabía. Se sentía rodeado de tanta gente desconocida, de un calor asfixiante, y de sonidos urbanos que detestaba. Rodeado de tanta vida ajena, pero él tan solo e inadvertido y también tan ajeno.
Caminó hasta la Estación Central, por alguna razón siempre llegaba allí, era su lugar histórico. Ahí se termino todo con Sofía; en ese lugar una vez lo asaltaron ya tarde, de madrugada; allí una vez le dio uno de sus ataques al viejo cuando iban paseando en época de navidad, buscando regalos; siempre se juntaba con sus amigos, lo verdaderos que aún le quedaban, en ese lugar. Lugar histórico, pensó. Miró la cartelera del cine que estaba en el interior de la estación, pero nada le llamó poderosamente la atención. Camino hasta el terminal San Borja, después dio un par de vueltas hasta llega a la boletería, pero tampoco se sintió atraído. Fue hasta el ultimo lugar que compartió con Sofía, la ultima gran noche, fuera de la estación, cuando caminaban juntos bajo la lluvia, pero ya con la decisión tomada y sin vuelta atrás, se acordó del ultimo beso y se sintió absurdo, buscando un lugar significativo en su vida para ver si todavía quedaban trozos de recuerdos que le pudieran hacer sentir menos solo. De pronto el día se nubló pero sin bajar la temperatura. Se seguía sintiendo estúpido por lo de Sofía y el desamor, por su incapacidad de retenerla. El aire se puso más fresco. Caminaba como un zombi, el cielo estaba cerrado, sintió un escalofrío, en donde estará, pensó, con quien estará. Se le ocurrió una idea loca, compraría un boleto hasta Quintero, se iría hasta allá, tenía la idea de que todos estaban allá: su hermano, su madre, los primos, todos. Buscaría en todas las playas. Para confirmar su idea sacó su celular del bolsillo, marcó el número de su hermano, sonó dos veces y él contestó, pero la comunicación se entrecortaba, Aló, decía su hermano, él le hablaba pero no lo escuchaba, Aló repitió su hermano y la comunicación se terminó de cortar. Confirmado, pensó él, están allá. Decidió tomar un bus, era más cómodo. Miró la hora en su teléfono, eran las cuatro y media de la tarde, no era demasiado tarde en realidad. Salió decidido al terminal de buses, con pasos frenéticos y apresurados, y sin darse cuenta muy bien de cómo pasó, la vio, no a Sofía, sino a ella… ella que estaba sentada en las escaleras del Metro, pidiendo plata, miles de sombríos recuerdos se le vinieron a la cabeza, sintió que ahora el sudor se le enfriaba y que le corría por la espalda, el día se cerraba más y una brisa demasiado fresca o más bien fría le hizo dar un pequeño respingo. La miró sin poder creerlo, se veía vieja, demacrada, con el pelo sucio, enmarañado y descolorido, y la ropa se veía de igual modo. Tragó saliva sin saber muy bien que hacer, su corazón se apretaba y su cuerpo estaba rígido como si fuera una estatua o un pedazo de piedra en medio de la calle. De pronto ella lo miró, al principio sin reconocerlo del todo, con una mirada cansada y poco despierta, aturdida, pero después de un par de segundos, ella también lo reconoció, se quedo mirando con la boca abierta y la sorpresa en su rostro. Él sentía el repiqueteo de un celular, le costó darse cuenta de que era el suyo el que sonaba, por fin lo tomó y en un momento de descuido, para recibir la llamada bajo la vista hacía el celular, era su hermano quien llamaba, pero la comunicación se entrecortaba, volvió a levantar la mirada y ella ya no estaba, caminó hasta el metro pero se dio cuenta de lo inútil que era eso. Le hubiese gustado haberse encontrado con Sofía, o con su hermano ahí, o por ultimo y aunque fuese imposible, con su viejo, pero no, era ella y la herida volvía a sangrar nuevamente. No sabía si llorar o gritar o tener rabia, o todo junto, de todas formas, nada de eso era útil, nada podía representar lo que él sentía en ese momento. Al otro lado de la línea se escuchaba la intermitente voz de su hermano que intentaba decirle algo, la llamada se cortó. Apagó el celular, miró el cielo, parecía que pronto iba romper a llover, sintió frío y una especie de electricidad en el cuerpo. Caminó por una calle desconocida, sin tener un propósito claro.
|