Mirando la miseria del barrio embellecida por la escuálida luz de las estrellas y de la luna, con mi mente fijada en otra parte, lejos de este hotelucho en le cual me hospedo hacía ya mucho tiempo, y apartado también del ambiente festivo de las navidades. Sin pavo que comer y con sólo una botella de vino barato de cenar, lo encendí y en la fuga del flogisto vi tu silueta bailando a la luz de una vela, cantando tu canción favorita... I’ve got you under my skin.... dejé que bailaras alrededor de la habitación, siempre danzante, siempre sonriente... girando y girando alrededor de mi cabeza... me sonreí. Cerré los ojos y de pronto, te perdí de vista.
Besé el aire de nuevo y lo dejé ir... y volviste a aparecer.... tan bella como siempre. Tu vestido hondeando, sentada pintando al aire libre en la playa... con las manos y tu nariz manchadas de arcoiris. Te tendiste a descansar y de otro parpadeo volviste a desaparecer.
Respiré y exhalé. Te vi de nuevo... me sonreíste y me hablaste... me susurraste algo al oído que no pude entender. Volviste a desaparecer... De pronto, me di cuenta que estaba en la colilla... y el cigarrillo que fumaba se convirtió en una columna de cenizas...
No quería perderte de nuevo... no otra vez. Encendí uno... y otro... y mientras exhalaba, más te veía... y esta vez, adquirías color... Tus mejillas sonrojadas, tu boca pequeña y carnosa, de un vivo color cereza... contrarrestando con la palidez de tu piel... tu vestido de color rojo y tus ojos de color miel... como tu cabello... y cuando ya iba en la undécima cajetilla, te vi... de cuerpo entero, parada enfrente. Tomaste mi mano, la mano del cigarrillo y con suavidad me lo quitaste.
- Siempre te dije que dejaras de fumar, amor.- Dijiste, con tu voz de Marlene Dietrich.- No le hace bien a nadie... pero en fin... No tienes remedio.
Entonces, lo tiraste al suelo.
- Si lo apagas, desaparecerás, amor... no quiero que...
- ¿En serio?- me preguntaste, con infantil tono. Me miraste a los ojos y lo pisaste... y estrujaste contra el suelo apagándolo. Lancé un grito mudo, mirando el cadáver de mi cigarro, pero miré tu zapato de tacón a lado de éste. Volví a mirar tu rostro y me sonreíste, balanceándote ligeramente en la punta de tus pies... con los brazos hacia atrás.
-¿Cómo...?- pregunté, balbuceando.
- Shhhh...- dijiste, poniendo tu dedo índice sobre mis labios. Me volviste a sonreír y me besaste. Cerré los ojos y te abrasé, con el temor de que cuando cierre los ojos, desaparecerías de nuevo... pero no; seguías aquí cuando te volví a mirar.- Feliz navidad...- me susurraste.
- Feliz navidad, dulzura.- dije, tomando tu mano.
- ¿Vamos?- De dijiiste, mostrando todas tus perlas, señalando la puerta.
- Vamos.- asentí.
Nos abrazamos y salimos a la calle, caminando sintiendo el calor que irradiaba nuestros cuerpos... y nos perdimos en los caminos de la noche, iluminado por nada más que las estrellas... sin la menor intensión de volver.
A la mañana siguiente, la empleada fue a hacer el aseo, se encontró con un descomunal olor a humo de cigarrillo que se había impregnado en todas partes y una botella de vino a medio consumir... junto a una copa sucia y vacía.
- ¡Ay, Don Esteban!- exclamó ella.- ¿Que no hace nada bueno para su salud?
Se amarró prolijamente su delantal, siguió caminando y notó un frío atroz: era una corriente de aire y entonces se dio cuenta que las cortinas estaban cerradas, pero las ventanas estaban abiertas.
-... Usted se me va a enfermar, señor...- dijo ella, esperando que él le responda.
Las abrió para cerrar la ventana y se alarmó al ver que el señor que rentaba la habitación estaba tendido en el piso del balcón... con cientos de colillas a su alrededor. La señora se acercó con timidez al caballero, que siempre cuando se despertaba, lo hacía de mal humor.
- ¿Don Esteban? - dijo ella, samarreándolo del hombro, entonces se dio cuenta que éste no estaba dormido; había muerto... Su cuerpo estaba ya helado. Entonces, un sentimiento de horror fue apagado por la maravillosa sonrisa del cuerpo, la cual irradiaba paz y felicidad... Una paz que desde hacía ya muchos años se le había sido negado. De los ojos de la mucama brotaron lágrimas ensuciadas con delineador y ella, con temblorosa mano, le cerró los ojos al feliz cuerpo, diciendo un pequeño rezo...
-Amén.-
(Re- make de "la niña de los fósforos", de Hans Christian Andersen)
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