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Marie recibió una hoja de fax a las cinco de la tarde del martes. Padre muy grave. Favor de presentarse hospital general. Terapia intensiva. Lo leyó una hora después a pesar del título de urgente: no podía dejar de tomar una llamada por negocios. Reservó el primer vuelo que su agenda le permitía tomar, el miércoles a las siete cero cinco de la mañana. Antes compró los regalos de Navidad para sus clientes más importantes, regó las plantas de la oficina con un agua especialmente preparada por un herbólogo de renombre, tomó su clase de yoga. Después cenó con Michelle como todos los martes, comieron poco, bebieron un tanto más, hablaron de sandeces, de hombres, de perfumes. Volvió al departamento exactamente a las once de la noche.
El primer despertador sonó a las tres. Para cuando sonó el segundo, a las tres cero cinco, Marie ya estaba cepillándose los dientes. El tercer despertador, que sonó tres y diez, encontró a Marie abotonándose la camisa al mismo tiempo que se calzaba los zapatos. Luego la falda, la cual sólo demandaría subir un pequeño cierre y unir dos pequeñas presillas, que gracias a la costumbre y a la mujer de una celeridad admirable que era, no tomaría más de tres segundos. Encendió el fuego debajo de la cafetera que había dejado preparada la noche anterior, aprovechando los ocho minutos que tardaba en hacerse el café para cortar, limar y esmaltar las uñas de sus manos. Cuando el café estuvo listo, se dirigió hacia la cocina y sirvió una taza hasta la mitad, volviendo con ella al dormitorio para verificar que nada faltase en su valija: una muda de ropa formal de color negro, un par de zapatos al tono, el necessaire de maquillajes y un pequeño cepillo para el cabello. Agregó una revista de modas y sus anteojos de leer.
Miró la hora en el Gubelin de Lucerne de la cocina. En quince minutos llegaría el taxi y calculó que bien podría tomarse una segunda taza de café antes de revisar su correo electrónico, leer los titulares del periódico, programar las alarmas, alimentar doble ración al pez, apagar todas las luces y las llaves de gas y salir. Se pintaría un poco los labios en el ascensor, con tres pisos alcanzaba, y hasta podría ponerse un poco de rimel en el tiempo que tomaba llegar a planta baja. Hizo lo propio, aunque eligió no usar rimel.
Ella ya estaba esperando en el hall cuando el chofer del taxi tocó timbre en el 7º D a las cuatro y cinco de la madrugada. Había llegado tarde y de los ojos Marie parecía brotar fuego. Lo observó quitarse las lagañas de los ojos y bostezar sin cubrirse la boca. Marie sintió asco. Salió del edificio no sin antes echar una mirada al hombre, sin duda consecuente con su mal humor. Duval? – consultó él con una sonrisa fingida. Ella asintió con la cabeza. Conservaba aún el ceño fruncido mientras entregaba la valija mirando hacia otra parte. El chofer abrió el baúl, colocó el equipaje de Marie en él y subió al coche. Ella esperó inútilmente que fuera a abrirle la puerta. Finalmente subió, indicando de mala gana: al aeropuerto.
Pasada media hora de viaje Marie sacó un cigarrillo de su bolso y lo alzó en el aire, de manera que el conductor pudiera verla por el espejo retrovisor y así no tener que iniciar conversación alguna. El hombre asintió, rogándole que no fuera a quemar los tapizados ni a llenar de cenizas el coche. Ella se sonrió irónicamente, pero él seguía serio y bostezaba de tanto en tanto. Decidió entonces abrir la ventanilla completamente, de manera que pudiese mantener el brazo fuera del auto el tiempo que durase el cigarrillo. No había demasiados autos en la autopista, el velocímetro marcaba 140 kilómetros por hora, el viento golpeaba con fiereza el rostro de la mujer. No fue hasta la tercera vez que tuvo que volver a encender su cigarrillo que Marie decidió abandonar la empresa de fumar en el taxi. En la radio pasaban canciones insoportables para alguien sin pareja, con letras sobre la dicha de haber encontrado el verdadero amor y acordes melosos y cantados como en un susurro que ponían los pelos de punta a cualquiera que fuera poco tolerante a la cursilería absoluta. Pensó en pedirle al chofer que cambiara la estación. Después de todo, él también parecía estar atragantándose con tanto romance.
Reconoció entonces los primeros acordes de tu est ma vie. Era un clásico de las pistas de baile de cuando el corolario de la noche era una danza llena de cercanía y Marie aún conservaba algo de juventud. Le trajo recuerdos agradables de manos masculinas en su cintura y aroma a sexo en puerta. Pensó en André. Solía pensarlo como la gran oportunidad desperdiciada, la cita soñada en el café de la Rue de Rivoli a las tres, el sacerdote haciendo interminable el rito de la extremaunción para mamá. Fueron sólo quince minutos – pensó, para luego contradecirse, reconociendo que ella tampoco hubiera esperado tanto a alguien. Maldijo al cura para sus adentros.
El coche se detuvo a las seis veintidós en la entrada B del aeropuerto. Marie pagó el viaje, retiró su equipaje y comentó, sonriente, lo buena que hubiera sido la propina del chofer si éste hubiese llegado a tiempo a recogerla.
El check in fue breve. Ahora estaba libre por treinta y seis minutos, lo cual parecía haberle cambiado un poco el humor, considerando el trago amargo del retraso del taxi . Quizás un poco más – pensó. Parecía volver a molestarse a medida que caminaba hacia la cafetería más próxima a las puertas de embarque. Las demoras aquí son moneda corriente – dijo en voz alta, aunque nadie pareció prestarle atención a su comentario por demás certero. El teléfono celular de Marie sonó una sola vez. Ella contestó con voz cordial, como era su costumbre, y prometió asistir a la reunión de directorio el jueves a primera hora, sin condiciones. Miraba a todos mientras conversaba, cruzándose de piernas y meneando la cabeza como una estrella de cine en cámara lenta. Ça va, ça va – dijo como riendo y colgó ni bien el mozo alcanzó una distancia a la cual ella pudo llamar su atención sin tener que gritarle o agitar demasiado los brazos. Café – murmuró.
Ante el primer llamado a abordar Marie bebió bruscamente su café, dejó unos billetes sobre la mesa y partió. Caminó dos pasos y aguardó, impaciente, el próximo llamado frente a la puerta de embarque número trece. No fue hasta el tercer llamado que la gente comenzó a amontonarse detrás de ella. Idiotas – pensó, mirando nuevamente el reloj sin comprender tal falta de respeto.
El avión aterrizó dos y veinte; el vuelo duró un poco más de lo previsto. Quiso hablar con el comisario de abordo pero no la dejaron. Sólo un poco de turbulencia, señora – comentó la azafata, y lejos de tranquilizarse Marie se enfureció aún más. Debería haber tomado una ruta más calma.
Bajó del avión y se dirigió a la salida, no sin antes pasar a ver los hermosos perfumes del duty free. Hacía tiempo que no compraba un numero cinq, especialmente uno tan bien presentado como aquél, que resplandecía por ante la vidriera y la gente, desmereciendo absolutamente a todos las demás fragancias. Mejor a la vuelta – se dijo mientras paraba un taxi.
Tardó unos segundos en indicar el destino; el viajé duró poco. El nosocomio necesitaba definitivamente unas manos de pintura y una señalización un tanto más específica. Preguntó por terapia intensiva sin necesidad de dar nombres aunque tampoco nadie preguntó nada. Caminó hacia la izquierda, esperando encontrar un baño en el camino para retocarse el rouge. En cambio, encontró una habitación con la puerta cerrada. A la derecha un pequeño pedazo de papel le recordaba su apellido.
María Duval? – consultó un hombre demasiado alto vestido de verde. Su padre acaba de morir. Lo lamento. Sus hermanos están en la cafetería; aún no lo saben.
Marie sintió la mano del médico posarse sobre su hombro. Parecía realmente apenado. Ella posó su mano encima de la de él y habló casi en silencio.
– Si alguien pregunta, estoy aquí desde las dos.

Texto agregado el 27-12-2006, y leído por 251 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
25-11-2007 No voy a decir lo e texto agobiante y perfección, no hablaré de la influencia Cortaziana en el texto, pero estate segura que me pareció bueno, he encontrado lectura aquí, eso es bueno, no son muchos, pero son. dalvenjha
08-01-2007 Tu cuento da escalofríos! La 'perfección' en todo, pensé que al final se derrumbaría, pero no, hasta eso lo tenía calculado. la forma de escribir concuerda muy bien con el personaje. Estrellas para ti. loretopaz
27-12-2006 Es un texto agobiante. omeros
27-12-2006 Que maniatica!!! uuufff pero esta historia te deja sin respiración!!, no te da tiempo a detenerse, pero no por eso deja de ser agíl y entretenida. MiS ESTRELLAS Y SALUDOS!!!!!!! LithiorelArkangelOscuro
 
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