La colegiala ingresa corriendo a su casa. La felicidad está pintada en su rostro. Su padre y su madre, sentados a la mesa, la contemplan con sorpresa.
-Viejitos adorados. Tengo que contarles algo, algo que ya no puedo ocultarles.
-Dinos hijita ¿De que se trata?
-Si muñeca, cuenta, cuenta, que ya no me aguanto la curiosidad.
-Papá, Mamá, les tengo que decir que…Noo. Es demasiado pronto, pero…
-¿No nos tienes confianza? Lárgala de una vez…
-Me da vergüenza…
-¡Ya! Ella, la tímida. Cuenta que nos tienes en ascuas
-Bueno, puchas, tengo que decirles que…¡Nooo!
-¡Ya pues! Me voy a enojar…
-Si. ¡Nos vamos a enojar de lo lindo si no hablas luego!
- Bueno. ¡Ay! Lo que tengo que decirles es que…¡Voy a ser Madre!!
Los padres se miran el uno al otro, el movimiento parece suspenderse en esas dos figuras que se quedan mirando la una a la otra como petrificadas por la noticia. Luego, la madre pareciera expulsar lejos algo que la atragantaba y lanza un grito que conmueve hasta los cimientos de ese hogar: -¡Que felicidaaaaaaaaad!
El padre reacciona en los mismos términos y se abraza eufórico con su esposa. -¡Nuestra hija será madre! ¡Nuestra hija será maaaaaadreeeeee! Y las lágrimas corren por el rostro de esos progenitores, alcanzando la algazara para que el padre salga a la calle y grite a los cuatro vientos: -¡Mi hija será maaaaaadreeeee!
Una vecina que barre la calle, se percata del hecho, frunce el entrecejo y se acerca donde una anciana que teje y teje en la vereda del frente.
-¡Que escandalosos por Dios! ¡Ventilando algo que deberían guardarse sólo para ellos!
-Si- responde la anciana. ¿Y cual es la novedad? Generación tras generación, siempre ha habido una monja en esa familia…
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