La era de los llamados alimentos transgénicos para el consumo humano directo se inició en 1994 cuando en EEUU se autorizó la comercialización del primer alimento con un gen extraño: el tomate “Flavr-Savr” obtenido por la empresa Calgene.
En estos momentos y en algunos países, casi un centenar de vegetales con genes injertados están, en producción en espera de ser autorizados.
Se les llama a estos productos, OMG, Organismos Modificados Genéticamente y es debido a la falta de información que prevalece, que de momento los beneficios que puedan producir son cuestionables para los agricultores e inexistentes para los consumidores.
Si leo la lista de ingredientes descrita en una bolsa de pan de máquina, de cualquier marca, no sé si hablo en términos de pan o de laboratorio químico.
Harina de trigo adicionada con niacina que es vitamina B3, tiamina, vitamina B1, riboflavina (vitamina B2) y ácido fólico, vitamina B9.
También tiene hierro, zinc y carbonato de calcio.
¡Ah, pero muy importante, de color caramelo!
Bueno no quiero aburrirlos con la lista completa, pero me pregunto si mi abuela tendría todo esto en las bolsas de su mandil cuando horneaba el pan para la familia. Debo mencionar que para algunas organizaciones ecologistas, algunas marcas de pan son, por lo menos sospechosas de contener OMGS o derivados en sus productos.
Pero ..... si mi preocupación es grande con el pan, mayor lo es por el otro producto que forma parte del titulo de este discurso y de la cultura alimentaria de mi país.
El vino. Del que se han dicho muchas cosas y del que, para disfrutarlo no se necesita un master en enología, si no mucha sensatez.
Y en alguna ocasión habremos visto como alguien que dice saber de vinos, alza su copa y mira el vino atentamente y al trasluz. Lo huele profundamente y busca en su cerebro asociaciones frutales y lo prueba lentamente hasta que logra descubrir en sus papilas el sabor complejo de la garnacha de cepa vieja o el sencillo y sutil de la riesling de Alsacia.
Cuando exprimimos un racimo de uvas, obtenemos mosto. Jugo de uvas.
Si dejamos fermentar el mosto, tendremos vino, así de sencillo. Sin otros aditivos.
No se vale, por ejemplo chaptalizar, añadir azucares al mosto para aumentar el grado alcohólico resultante. Seguramente es un logro económico plantar viñas genéticamente iguales con un trabajo de laboratorio donde se buscaron características especificas ; resistencia, enfermedades, color o tamaño de las uvas, rendimientos..... pero estos procesos tienden a la standarización y a la igualdad de las distintas variedades.
Ni imaginar quiero que pueda llegar un día en el que una etiqueta de una botella de tinto, diga que el producto de referencia esta adicionado con colorante tipo Burdeos, saborizante a tempranillo de la rioja y perfumado con aromatizantes de vainillas o frambuesas porque están de moda en los paladares de la gente.

Quiero pensar que así como no se puede standarizar la amistad y apreciamos a cada uno por como es, no se masifique un producto que, tomado con un amigo lleva la conversación, al grado de obra de arte; si es mujer y además poseedora de unos ojos bellos, te acerca a las puertas del paraíso.