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Ambas le sonreían desde la cama. Voluptuosas de carne y mirada. Sus cuerpos se rozaban lentamente como en una danza cíclica de temblores e incendios. Ellas lo veían venir, sediento de piel, con toda la lujuria del mundo ardiendo en sus ojos, y toda la sangre en su cuerpo recorriéndolo una y otra vez, como un viejo río que desgarra la tierra.

Un dedo blanco y fino dibujaba un círculo en un pezón carnoso y humedecido que temblaba tímidamente con cada roce. Una mirada negra la recorría de vuelta, posándose en el dedo que hacia de pincel y le llenaba el vientre de relámpagos y lluvias. Sus labios gruesos y entreabiertos emanaban un olor a lengua y carmín. Él llegaba en ese instante, y todo se hizo negro.

El frío parecía eterno en sus costillas y en sus pies. No podía ver pero sentía. Sentía sus lenguas recorriéndole la piel salada. Sentía sus dedos apretando fuertemente y dejándolo ir. Sentía sus dientes penetrándolo hasta el alma, haciéndolo retorcerse de miedo y placer al mismo tiempo.

Nunca supo cuanto tiempo estuvo allí, perdido en las tinieblas de un infierno etéreo. Tal vez fueron siglos de labios y lenguas que iban y venían por doquier. Tal vez fue un instante. Y entonces pudo escucharlas. Sus gemidos eran tibios y ahogados, como de quien degusta un bocado exquisito. Reían cómplices en pequeñas carcajadas y se susurraban palabras en un idioma que no reconocía. Y volvía de nuevo a recorrerlo una lengua, y veinte dedos le apretaban las piernas y el sexo. Escuchó de nuevo gemidos, y de nuevo todo volvió a desvanecerse.

Despertó en esa cama de hotel, completamente desnudo y hediondo a sudor y saliva. Abrió los ojos a la tarde moribunda que entraba por una pequeña abertura en la cortina. No sentía su cuerpo, salvo por pequeñas punzadas de aguja. Miro hacia abajo y se vio cubierto de sangre coagulada y una espuma seca. No podía gritar. Solo escuchaba sus propios latidos que pasaban a ser estruendos.

Ellas estaban sentadas en una esquina de la habitación donde la luz no las tocaba. Seguían desnudas y voluptuosas, acariciándose los senos y los negros cabellos rizados. Lo miraban fijamente como en trance, con esos ojos oscuros desprovistos de alma.

Y entonces llegó la noche.

Texto agregado el 27-12-2006, y leído por 263 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
04-03-2007 muy entretenido me gusto****** neison
30-12-2006 Vaya! este escrito es muy bueno. Ciertamente no es envidiable la situación del pobre tipo...! Saludos galadrielle
27-12-2006 entretenido.. al principio lo envidie, luego ya no jaja trotamundos
27-12-2006 Dramáticamente buenas son tus descripciones... Una mezcla de erotismo y terror. Excelente texto cchp
27-12-2006 A osezno le parecio una mezcla de un capitulo de procreacion revuelto con una pesadilla. Pero le ha gustado. Vio esos ojos como los ojos del lobo cuando devora a su preza. ***** osezno
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