La casa estaba llena de puertas y yo entré agachado en uno de los vestíbulos por la más pequeña. El psiquiatra de mis sueños me escrutó de abajo a arriba. Al alcanzar mi metro noventa afirmó: "No deja de sorprenderme. Sígame". Subí las escaleras de espaldas contándolas en voz alta. Al tumbarme en el diván aseguré: "Pienso bajar las diecisiete a la pata coja, de dos en dos". La apreciación del facultativo me hizo empalidecer: "No podrá. Son impares. Dígame, por qué puerta, de todas las posibles, piensa salir". Bloqueado repetí la última palabra: "¿Salir?" La superstición de la escalera era inviable por impar. Teníamos que volver al inicio del sueño.