Y ahí la vi, sentada como lo estuvo diez años en aquella banca. El Alzheimer le había matado hasta el último recuerdo. Ahora era sólo una niña de unos tres o cuatro, peinando y jugando con una triste y maltratada muñeca.
No pude evitar llorar al verla... las lágrimas se me escaparon, así como así no más, mientras trataba de recordarla cómo era cuando ambos éramos jóvenes... y con alivio noté que no se me había olvidado cómo era antes... una mujer de la cual estaba locamente enamorado. Ella era simplemente todo lo bueno para mí... era inteligente, hermosa y muy dulce... una gran compañera, pero ahora es sólo una niña con cuerpo de ancianita... una ancianita con un aspecto muy dulce.
Me sequé las lágrimas y con mi pañuelo, mientras que traté de sonreír para enfrentarla. Respiré, mirándola de lejos, tratando de contener la tristeza. Cuando tomé suficiente valor me acerqué a ella. Ella me miró por sobre su muñeca y yo le pregunté, con mi tono más dulce:

- ¿Me puedo sentar a tu lado?

- Sí, señor.- respondió ella, con frágil voz.

Y me senté. Miré su muñeca y le pregunté:

- ¿Cómo se llama?

- No sé.- respondió ella, con su misma voz de cristal.- ¿Cómo la llamaría usted, señor?

Sonreí con ternura y le dije:

- ¿Sabes? Esa muñeca me recuerda a una niña que conocí... de por casualidad se parecía a ti... se llamaba Amelia.- Con dolor pronuncié ese nombre, ya que ése su nombre, el nombre de mi amada. Pero ella ya había olvidado todo, hasta su nombre.- ¿Te gusta ese nombre?

- Sí.- respondió ella. Miró su muñeca y pronunció el nombre de la muñeca: “Amelia”.

Miré a mi Amelia canturreando a la muñeca y luego, ella me volvió a hablar:

- ¿Me conoce? Los caballeros de blanco me dicen que he olvidado a la gente que me conocía.

- Sí, te conozco. Pero me viste muy poco... No es tu culpa si no me reconoces. No importa.- “mentira” me decía mentalmente, mientras pronunciaba ese vil embuste.

- Lo siento mucho si lo he olvidado, señor.- dijo ella, sin dejar de mirar a su muñeca.

- Aunque me hayas olvidado, yo te amaré por siempre.- dije.

Ella hizo o no sé si hizo que me ignoraba. La verdad, no importa si no me escuchó... Esa frase se me salió tan del alma que hasta me era vergonzosa.

Me incorporé de la banca. En mi mente besé a la antigua Amelia, a mi Amelia... pero no me atreví a despedirme de ella de esa forma... ya que podría herirla... ahora era sólo una niña, sin embargo, seguía amándola como mi mujer, mi amante y confidente... pero ella se había ido, aunque mi corazón se resistía a reconocerlo.

Miré nuevamente a la niña Amelia y le sonreí. Ella me miró por sobre su muñeca:

- ¿Se va, señor?- Preguntó ella.

- Sí.- respondí.- Me tengo que ir.

- ¿Adónde?

- A un lugar... muy lejos...- respondí, tratando de ser lo más suave posible.

- ¿Me volverá a visitar?- preguntó Amelia, con su terrible inocencia.

- No creo que pueda.- respondí yo.- Pero te estaré enviando mensajes con Amelia. Ella te dira todo sobre mí.- La niña Amelia se sorprendió.- ... Sólo escúchala y cuídala mucho.

La niña anciana miró su muñeca y alzó la mirada, para mirar de nuevo al misterioso caballero, pero no vio a nadie. Miró hacia todos lados y sólo vio a más gente de blanco.

- ¿Sabes dónde está, Amelia?

La semidesnuda muñeca rubia, con sus ojos de un maravilloso color verde, que se encontraba tendida en su falda, miraba fijamente al cielo...