El gigante devoraba los muslos crudos de un ciervo, rasgando la carne con sus enormes maxilares. En eso, una hormiga se paró enfrente de él, para exigirle que dejara en paz a los animales del bosque. El gigante rió y apresuró a levantar el pie para aplastarla, pero la curiosidad lo detuvo a unos cuantos centímetros del suelo.

- ¿Y por qué habría de hacerlo, pequeña insignificante? –gritó sardónico el gigante, mirando a su alrededor.
- Porque conozco tu secreto –replicó la hormiga.
- JA, JA, JA. ¿Y cuál es según tú ese secreto? –dijo acercando su mirada al pequeño animal.
- ¿Quieres que lo diga enfrente de todos o prefieres que te lo diga al oído para que nadie se entere?
- Podría aplastarte y así asegurar que mi secreto no se supiera –dijo el gigante mientras ponía sus manos en la cintura.
- Pero entonces no sabrías lo que sabía de ti –alegó soberbio el insecto.

El gigante, curioso, acercó su oreja a un lado de la hormiga. Ella pronunció dos palabras y el gigante cayó muerto. Ella conocía su secreto.