¿Te has enamorado alguna vez de los ojos de una persona? Yo si. Existe una mujer cuyo nombre desconozco, a la que nunca he tocado y a la que rara vez sonrío. Pero ardo por dentro cada vez que la trato.
Supongo, desde la ignorancia, que poco o nada tendremos en común. Que desconoce el rock de los setenta, que no entiende de jazz. El anime japonés debe parecerle una pérdida de tiempo para niños de teta y que, para ella, la literatura no era más que una asignatura del programa de secundaria; pero… ¡Podría equivocarme! ¡Oh sí, debería estar equivocado! Y lo pienso miles de veces: “equivócate tío”.
Ella es una chica mayor que yo (se le nota en las comisuras de la boca y en la expresión de esos ojazos). Es morena, de piel y pelo. Debe sacarme unos diez centímetros y luce una figura bonita. No sé qué estilo de ropa le gusta llevar, porque siempre la veo con el uniforme: el jersey azul marino está desgastado por años de servicio, los pantalones no le quedan muy ceñidos, pero sabe muy bien cómo llevarlos. De lo que sí estoy seguro es que se apunta a las modas, porque lleva un “piercing” de esos que les gustan a las zagalas de ahora; le adorna el labio inferior y lo cambia con frecuencia: el del último día era amarillo.
Cada domingo suelo ir a comer al campo, a la casa de un tío mío. Procuro llevar el depósito del coche casi seco…para tener una excusa y pararme a verla: “¿Estará esta semana?”. Ella siempre tarda un poquito en salir de la tienda, y se acerca con sus andares danzarines, mostrándome ese joyero que tiene por boca. Yo no suelo darle tiempo a que me pregunte, “diez euros de diesel, por favor”; y le miro a los ojos, pero a intervalos para que no se sienta cohibida. Me da vergüenza recordar las breves conversaciones que mantenemos, si es que así pueden llamarse por lo trivial de su contenido. Ella debe pensar que desconozco el rock de los setenta, que no entiendo de jazz…
El caso es que cada vez que me incorporo a la perjudicada carretera comarcal y veo alejarse la pequeña gasolinera por el retrovisor, me maldigo mientras agito la cabeza en señal de incomprensión, pero me río de mí mismo, en el fondo compasivo. ¿Sabes? Nunca he sido un hombre tímido, de hecho soy bastante parlanchín, pero con ella me cuesta echarle cara a la vida y preguntarle su nombre o si conoce algún lugar donde tomar un café, quizás un “tienes cara de gustarte Jimi Hendrix”, mas otra vez nada…nada que no sean “diez euros de diesel, por favor”.
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