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Hubo de lamentarse mucho el dios Re cuando se vio obligado a abandonar su reino en Egipto a lomos de la vaca divina. Antes de transformarse en astro rey dejó el trono a manos de su hijo Thot. Sus lágrimas nacientes no darían lugar a nueva vida, como su padre que las transformara en Humanidad, pero de su ingenio emanaría la ciencia, la medicina y las matemáticas, además de la escritura jeroglífica que llegaría hasta el fin de los tiempos mostrando pasajes ocultos a aquellos que no miraran más allá de lo que a simple vista se ofrecía. Y fue Thot, quien acudiendo al dios de la Luna, ayudó a Nut a tener los hijos que Re le negara por infame. Así fue que tuvo a sus cinco hijos escondida entre ninfeas, apretando los labios y ahogando sus gritos para que el dolor no alertara al Sol. De esa concepción emergieron los futuros dioses y, con ellos, las futuras discordias que entre hermanos se prodigaron. Lo que a priori fueran simples fruslerías, adquirieron con el tiempo el carácter de verdaderas batallas sin sentido. Cuando los hermanos se encontraban o, más bien, cuando cualquiera de ellos se cruzaban con Seth, este se encendía y brotaban chispas de sus ojos como en el ludir de dos piedras. Ambicionando siempre más poder del que pudiera poseer, Seth quiso borrar de Egipto a aquel que mayores problemas le causara y optó por acabar inteligentemente con Osiris, engañándole para que se metiera por propia voluntad en un cajón exquisitamente ornado que le construyera a medida. Sería su féretro sin él saberlo. Seth organizó una fiesta y en la celebración le dijo a sus hermanos que había fabricado un arcón precioso y que sería de aquel que en su interior cupiese. Todos probaron suerte, quedándose Osiris para el final. Cuando éste se hubo introducido, Seth cerró el cofre, lo clavó y, finalmente, lo selló con plomo fundido. Luego lo arrojó al Nilo, dando muerte a su propio hermano.

Isis, cuyo amor trascendía al fraternal, quedó abatida tras la cruel noticia. Fue entonces que se vistió de luto y cortó un mechó de su preciosa melena. Aquel que fuera hermano suyo, era llorado como amante. Cuando hubo esclarecido sus ideas y sobrepasado la pena que no le permitía pensar con claridad, concluyó que no podía dejar morir así a su esposo-hermano, sin los tradicionales rituales funerarios que le privarían de una vida agónica a las puertas de un inaccesible más allá. Las investigaciones que Isis desempeñó afanosamente le llevaron a descubrir que las olas del Nilo habían sepultado el cofre entre las ramas de un arbusto de tamarisco en Byblos. Gracias a la Magia, averiguó su paradero. Cuando llegó dispuesta a arrancar el cofre del corazón del arbusto, observó que nada había allí, pues se había convertido en un grande y precioso árbol y el rey de Byblos lo taló para ubicarlo como columna en el centro mismo de su palacio. El cofre se hallaba en el interior mismo del árbol que sujetara la techumbre del rey. Isis entonces fue a Byblos y consiguió abrir el tronco y extraer de sus entrañas el contenedor de Osiris. Volviendo a Egipto por mar, abrió el cofre para ver el inerte cuerpo de su amante y no pudo más que llorar desconsoladamente durante todo el trayecto. Sus difluentes lágrimas dejaron un salado reguero por entre los efluvios de la bruma que les acometió a punto de entrar a puerto. Seth furioso por el descubrimiento de su hermana arrancó el cofre de sus manos y descuartizó el cuerpo de Osiris en catorce trozos que esparció a lo largo y ancho del mundo. La amargura que constituía prácticamente un modo de vida para Isis recobró fuerza y se asentó en su existir mientras buscaba nuevamente a Osiris, en este caso sus trozos, para recomponerlo. Anubis prestó su ayuda para tal efecto y pudieron recuperar todos las partes, todas menos el falo que había sido devorado por tres peces. Volviendo a usar la magia, Isis fue convertida en milano y anduvo aleteando sobre el cuerpo de su amado hasta que sus fosas nasales se ventilaron y se infundió suficiente vida en su interior como para dejarla embarazada de su hijo póstumo Horus. Desde aquel día jamás habría de separarse de él y debería protegerle durante toda su infancia y defenderle de cualquiera de los peligros que pudiesen dañar a su hijo.

Sucedió entonces que el linaje divino que poseyera Isis había ido difuminándose entre las olas del tiempo que había perdido consagrada a la búsqueda de aquel que la encintase y ahora deseaba tener la presencia que le había sido arrebatada injustamente. Aunque Isis mantuviera un profundo odio por Seth y sus atroces fechorías, ella sabía que el primer peldaño de aquella escalera de maldad contra la propia sangre no provenía de otro sino de Re, el dios Sol. Entonces Isis empezó a urdir un plan que beneficiara con creces la pérdida de la diosa y de su hijo Horus. Para ello, el fin último de su plan debía ser descubrir el nombre secreto del dios Sol, asegurándose así la dignidad divina y el acceso a la cúspide del panteón egipcio.

El Sol solía viajar con frecuencia por el firmamento en su barca de millones de años y disfrutaba mucho del placentero desplazamiento por la cúpula terrestre, tanto que se dormía con facilidad acunado por el suave vaivén. En una de esas improvisadas pero previsibles siestas, éste se durmió y al bostezar en el momento que arrastra a uno al sueño una gota de saliva se desprendió de su boca, estrellándose contra el suelo. Isis aprovechó esta gota para crear una serpiente venenosa que mordiera en un descuido al dios que gustaba de caminar también por entre las fructíferas riberas del Nilo. El plan de la diosa pecaba de ser perfecto y en su pecado resultó que la serpiente mordió con precisión al dios y este cayó enfermo por el poderoso veneno, mas cual fue su sorpresa al descubrir que la criatura que propiciara tan mortal mordisco no era producto de su creación.

Puesto que Re o Ra, como llamaban algunos, era considerado fuente de vida y salud, todos los dioses temieron por su vida y se produjo un gran estado de alarma. Astutamente, Isis apareció en el momento preciso para ejecutar el chantaje que venía preparando tiempo atrás y ofreció la cura al dios a cambio de que le desvelara el inescrutable nombre secreto que se ocultaba tras su figura. Reticente y dolorido, Re no quería sucumbir a la tentación de desvelar tan bien guardado asunto a cambio de la supresión del dolor, pero la preocupación de los dioses y el sufrimiento insoportable que sobre él acaecía le hicieron cambiar de opinión. Así Isis consiguió su objetivo y, tanto ella como Horus, recibieron el conocimiento del nombre secreto del dios Sol, bajo la condición de no ser desvelado jamás por estos.

- ¿Y bien Paul? ¿Cual es el nombre del Sol? – Laurent animaba a su mentor a que siguiera descifrando el papiro que poseía entre sus manos para conocer el secreto que tan bien se había guardado durante siglos
- Querido Laurent... el azar nunca quiso que su nombre se supiese – Sonriendo a su alumno-ayudante. – e incluso se omite en el papiro que cuenta esta historia.
- Vaya... – dijo algo decepcionado y con cierto aire de frustración.
- Sí... bueno, sigamos con esto – y siguió tomando notas de los jeroglíficos de la pared mientras Laurent acercaba la lámpara de aceite para facilitar su lectura.

Extraído del libro "Senderos de Mitología Olvidada" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 26-12-2006, y leído por 98 visitantes. (0 votos)


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