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Mientras caminaban en busca de comida para el almuerzo, padre e hijo se enzarzaban en interesantes conversaciones que hablaban de sus ancestros en aquellas tierras áridas. Arizona, al Sur de Norteamérica, lindaba con México en el momento en que las barreras limítrofes se impusieron al principio en los mapas, luego en la realidad terrena envolvente. Pero aún, a pesar de la creciente masificación de edificios de hormigón y automóviles copando el terreno, los hopi disponían de algunas zonas vírgenes con el miedo de no saber hasta cuando y, esa duda, atenazaba sus corazones. Estaban confinados en una pequeña reserva india que prácticamente era atracción de feria más que un hogar, pues la mayoría de sus congéneres se habían amoldado a la sociedad impuesta como estólidos borregos y acomodado a sus costumbres. No obstante, la mayoría, bajo una lata subvención que el gobierno de los Estados Unidos de América propinaba a los miembros de la reserva, volvían cada día para representar sus respectivos papeles hopi. No todos habían sucumbido y Chosovi (Pájaro Azul) y su hijo Kah’Ya Zhe (Pequeño Conejo) eran de los pocos que aún conservaban sus antiguas tradiciones en mayor o menor medida. Si bien ambos estaban de caza, era algo que apenas solían hacer un par de veces al mes para no perder la costumbre ni desdeñar los bienes que la madre tierra les ofrecía. No podían considerar de chabacano aquello que con divina providencia se les proporcionaba. Tras el éxodo de su pueblo, Chosovi había caído en una profunda tristeza y no era extraño que su hijo le acometiera en aquel tiempo y a temprana edad con insidiosas preguntas cargadas de la inocente y doliente verdad con la que un niño las lanza al aire. Éstas le hacían sentir culpable por su actitud con respecto a su pueblo, pues ninguna de las respuestas que acudían a él tenían la fuerza suficiente como para poder ser empleadas como firme justificación. Comprendió que cada uno era dueño de sus actos hasta que el hambre y la presión de las circunstancias promovían lo contrario. Sabía que muchos de los que abandonaban las tradiciones lo hacían con el único ánimo de sobrevivir sin tener que recurrir a la mendicidad. Así que no pudo más que pedir perdón por su mal pensar y aceptar a sus hermanos sin rencor ni remordimiento, por difícil que esto pudiese resultarle.

La reserva se encontraba relativamente cerca de Phoenix, pero no siempre había sido así. Los ancianos contaban numerosas historias acerca de sus viajes y su nómada vida. Incluso en eso habían modificado su conducta, ahora estaban anclados en un único lugar, limitados por la geografía que a diario se les repetía. Habían cazado ya un par de liebres, suficiente para ese día. Tenían bastante maíz para unos tamales con carne de roedor y un poco de chile. En breve emprenderían el viaje de vuelta, no sin antes dar las gracias por aquello que se les había otorgado como regalo para aplacar sus necesidades. Ya de vuelta, Chosovi mantuvo una amena conversación con su Pequeño Conejo.

- Padre, cuéntame otra vez la historia de tu abuelo... – se le iluminaban los negros ojitos cada vez que animaba a su padre a relatarle historias pasadas.
- Kachina era un hombre valiente, fuerte en sus creencias que tenía bien enraizadas. – Había ralentizado el paso para dar más tiempo a la historia. – Fue él uno de los últimos en contactar con nuestros antepasados, pero eso ya lo sabes... – miraba divertido a su hijo que daba pequeños saltos a su lado y alrededor.
- Sí, pero cuéntamelo otra vez, venga... cuéntamelo... – y se apaciguaba cuando su padre proseguía tras la broma.
- Nuestra tribu siempre anduvo por las mesetas norteamericanas, Arizona siempre fue nuestro hogar, antes incluso de que vinieran los extranjeros. Tu abuelo se encontraba sentado hablando con el humo y los espíritus del viento cuando vio aparecer un gran escudo en el cielo, volaba como un ave, pero sin mover las alas. Muy veloz llegó hasta Kachina y se posó frente a él, era un artefacto muy grande. Entonces de su interior apareció un hombre, de facciones diferentes y contaron muchos de los secretos que tú ya sabes a mi abuelo. Por última vez le mostraron su capacidad para cortar y transportar enormes bloques de piedra solamente con la mirada y le enseñaron la ubicación de los túneles e instalaciones subterráneas que habían construido. Tu bisabuelo lo vio todo, pero nunca desveló la situación exacta de esos túneles. Solamente acudió a la tribu y transmitió el adiós temporal de aquellos nuestros antepasados. Allí empezó el declive de nuestra cultura, muchos empezaron a perder su fe y abandonaron el poblado igual que lo hicieran los ancestros. Otros se aventuraron en vano en busca del submundo. Los que quedaron se convirtieron en esclavos de esta sociedad consumista.
- Vaya... – el niño miraba hacia arriba para alcanzar a ver los ojos de su padre con un aire de gran sorpresa.
- Sí, hijo, apenas quedamos nosotros fieles a esas costumbres, ideas y tradiciones, nadie cree ya en estas cosas, sólo... – Viendo que Kah’Ya Zhe no le estaba prestando atención y tenía sus ojos desorbitados puestos en el cielo, Chosovi se volvió

Ambos estaban mudos, un objeto circular con forma de plato se mantenía suspendido a tan solo unos metros por encima de sus cabezas. Inmóviles vieron como se posaba levantando una pequeña polvareda rojiza. Pasaron unos instantes que se prolongaron eternamente a causa de la inesperada aparición. Un sonido, un siseo. Una lengua metálica se abrió hacia ellos y dejó entrever un hueco en la estructura. Un ser salió de su interior, sus antepasados habían vuelto. Les invitaron a subir a la nave. Dentro les llevaron a su mundo y les hicieron conocedores de muchos misterios que antes fueron desvelados a su abuelo. Les hablaron del pasado y del futuro, pero lo hicieron a sus psiques directamente, sin mediar palabra alguna. Les abrieron la mente a una nueva perspectiva del mundo, les avisaron del cambio que se produciría y de la importancia que tenía hacerles partícipes de los túneles e instalaciones subterráneas. Luego de contarles numerosos enigmas que debían saber, los depositaron nuevamente en el exterior y se despidieron recordándoles que ahora portaban el legado de su cultura y que habrían de darlo a conocer entre los suyos al comienzo, al resto a continuación. Pronto se volverían a poner en contacto con él y su tribu, la actual sociedad había hecho necesario ver para creer ciertas cosas que antiguamente eran acatadas por la confianza plena de aquel que las narraba, por el simple hecho de no concebir la mentira en sus corazones. Ahora eran otros tiempos y la misma Verdad habría de ser expuesta de otro modo. Apenas habían pasado unos minutos desde que subieran a la nave, dentro les habían parecido días.

Padre e hijo volvieron a casa. Chosovi contó lo sucedido a su esposa. Ambos eran portadores de una cultura perdida, que ahora no podían permitir volviera a perderse, les valía su futuro en ello. El de los hopi... y el de toda la humanidad.

Extraído del libro "Senderos de Mitología Olvidada" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 26-12-2006, y leído por 102 visitantes. (0 votos)


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