La mañana se presentaba de manera tranquila, pero el trabajo estaba siendo estresante. Necesitaba airearse para reponer energías y continuar al mismo ritmo. Se levantó de la silla y se encaminó hacia la salida, bajó las escaleras y salió a la calle. Nunca se alejaba más de dos metros del lugar del trabajo, pero esa mañana necesitaba más espacio para respirar y pensó ir más allá.
Cruzó la carretera y continuó andando. Sin llegar a dar cinco pasos alguien se cruzó en su camino, y frenó cuando vio un rostro frente a él.
-¿Perdone?
-¿Disculpe?
-¡Ah! Me llamo Sonia Álvarez y soy redactora del diario culinario Cuisine –parándonos definitivamente-, estamos realizando una encuesta acerca de un producto cien por cien español: El Jamón Ibérico ¿Te apetece participar?
-Lo cierto es que no dispongo de tiempo. He salido un momento del trabajo y debo volver inmediatamente…
-No te ocuparé demasiado tiempo. Son cinco preguntas nada más y sencillamente básicas. A modo de test…
-¡Venga, rápido!
-¡Bien! ¿Recuerdas cuando fue la primera vez que probaste el jamón?
Intentaba alejarme del estrés del trabajo y en lugar de conseguirlo tropiezo con una chiquilla que me obliga a recordar algo que sucedió hace tantos años... ¡Vaya descanso! ¿La primera vez? Los recuerdos comenzaron a fluir de forma clara y concisa.
Tenía seis años cuando probé por primera vez el jamón. En aquellos días mi único amigo era Negrito. Un cerdito juguetón que corría a mi lado cuando paseaba con mis papás por el campo. Le comparaba con un perro porque nunca se separaba de mí, y cuando le hablaba parecía que escuchaba atentamente todo. Yo fui quien le puso el nombre de Negrito porque así era su color. Había visto otros cerditos en La Dehesa, pero eran de piel más clara que Negrito. Nos queríamos mucho.
Recuerdo que era mi sexto cumpleaños, y papá trajo un jamón para festejarlo. Nunca había visto algo que se pudiera comer y fuera tan grande, pero por el gesto de mamá –jaja- supe que estaría rico. Ella fue a buscar algo a la cocina y cuando volvió traía un utensilio de madera en las manos. Colocó el aparato en la mesa y papá apoyó el jamón en él. Cogió las tijeras que le dio mamá y comenzó a retirar la tela que lo cubría. Cuando lo dejaron desnudo fue insertado en el aparato de madera que, desde ese momento, supe que se llama jamonero.
Mi papá comenzó a retirar la primera capa con un cuchillo muy largo, y aquél momento lo recuerdo con terror. Aquello parecía una espada y me asustaba. Me quedé más tranquilo cuando me miró diciéndome:
- Este cuchillo es indispensable para comenzar a cortar el jamón. Necesitamos un cuchillo que no desgarre la parte rojiza con un filo extenso y cuidadoso. No te asustes, tendré cuidado.
A medida que fue transcurriendo el ritual de llegar al jugo del jamón recorrí con la mirada toda la pieza, y observé la pezuña. Claro, efectivamente era el papá de Negrito…
Me hacía gracia observar las pezuñas de los cerdos, y me reía con Negrito cuando le veía correr de un lado a otro. Sus pezuñas eran pequeñitas y una de ellas era totalmente blanca. Una negra y otra blanca –jaja-. Siempre le decía que parecía un jugador de fútbol porque ya llevaba puesta la equipación de manera natural. Un día mis papás me llevaron a conocer a la familia de Negrito, y mi sorpresa fue mayúscula al ver sus pezuñas. El papá de Negrito tenía las mismas pezuñas que él. Una blanca y otra negra. En ese momento confirmé que, efectivamente, el jamón que tenía delante era él… Pobre negrito. Nos íbamos a merendar a su papá.
El mío continuaba quitando capas y capas de grasa que mamá iba guardando, y aquello me resultó extraño ¿Para qué lo querían? Cuando comencé a ver el color rojizo me puse muy contento. Quise acercarme para estudiar mejor ese descubrimiento, pero no me dejaron. Olía muy bien y mamá me dijo:
-Cariño, esto es un jamón ibérico, pero este es distinto de los demás. Este jamón nació en el campo como tú, y creció en el campo también como tú. En el momento de nacer esta pieza fue reservada para festejar un día como hoy. Fue creciendo ante nuestra mirada y su hijo, en ocasiones, juega contigo…
La confirmación. Toda la ilusión depositada en querer saber más de ese ritual se vino abajo. Papá observó el desaliento en mi rostro y comenzó a narrar…
-Ahora comienza lo mejor. Cortar el jamón. Hay que tener mucho cuidado de no profundizar demasiado con el cuchillo porque cuanto más fina sea la loncha ¡mejor! Siempre debemos cortar en la misma dirección de las vetas porque así conseguiremos mayor provecho.
Observé el movimiento del cuchillo en la mano de mi papá y quedé hipnotizado. A medida que cortaba las lonchas las depositaba en un plato que sostenía mi mamá. Estaba deseando tener ese plato delante de mis narices para mirar, oler y probar. Lonchas finas y pequeñas. Algunas eran tan finas que casi llegaban a ser transparentes.
Cuando terminó de cortar comenzó a tapar la parte rojiza con las capas de grasa que había guardado y continuó explicando:
-Cuando se corta por primera vez un jamón y no vamos a comérnoslo en el mismo día tenemos que taparlo para que no pierda su jugo y aroma. Lo más apropiado es abrigarlo con la piel que antes lo cubría, así seguirá estando rico cuando volvamos a probarlo.
Cuando terminó de colocar la última capa de grasa mamá colocó encima un trapo de cocina porque, según escuché, se le protegía de los bichos y de la luz. Cuando se llevaron el jamón a la cocina pude deducir que se acercaba el momento de tener frente a mí ese plato. Mi curiosidad hizo que me levantará de la silla y fuera a mirar aquél alimento nuevo para mí. Su olor me hizo volar hasta él y su color rojizo provocó saliva en mi boca. Quise llevar con la mirada el plato a la mesa e imaginé el momento de probarlo. Papá lo llevó a la mesa, pero no fue el primero en probarlo. Me abalancé sobre el plato y escuché unas palabras de atención:
-No corras. Si cuando se acabe lo que hay en este plato sigues teniendo hambre, te cortaré más ¿Has visto que grande era el jamón? Tenemos para muchos platos como este. Disfruta este momento con tranquilidad. Cuando cojas una loncha obsérvala con atención, respira profundamente y deja que su olor llegue a ti, a continuación, métela en tu boca y saborea. Si cierras los ojos lo sentirás mucho más.
Me senté tranquilamente en la silla dispuesto a disfrutar de esa merienda tan especial. Hice lo que había escuchado y, en primer lugar, observé el color rojizo de la loncha que sostenía en mis dedos dándome apariencia de algo muy jugoso. Era fina, pero aquello no restó sabor cuando lo probé por primera vez. Observé la grasa que había dejado en mis dedos y cerré los ojos para saborearlo. La sal invadió mi boca notando algo sabroso que al masticar se deshacía en ella. Cuando probé la primera loncha era imposible dejar de probar más. Mis padres observaban la reacción que expresaba con gestos y reían revolviendo mi pelo.
-¿Te gusta?
-Sí, mucho.
-Me alegro. Hoy es un día muy especial para ti y estamos felices porque vemos que te gusta lo que elegimos para hoy. Disfruta de esta merienda y no te preocupes por temor a que termine. Tenemos –guiñándome un ojo- mucho más jamón en la cocina...
Aquella fue la primera vez que probé el jamón. Desde ese momento supe el destino que le aguardaría a mi amigo ocasional, pero tenía que reconocer que su papá estaba ¡muy rico!...
Me quedé mirando a la reportera y caí en la cuenta de la extensión de mi respuesta para su test. Había excedido con mucho la típica cruz que marcan. Acerté a pedir disculpas y la chiquilla no reaccionaba. Debido al calor ¿quizá? Eran unas horas intempestivas para realizar encuestas por el calor que hacía, y podría haberle dado una insolación. De manera educada le pregunte:
-¿Hola?
-¿Qué?
-¿Estás bien?
-Sí
-Perdona por la extensión de mis palabras, jaja.
-¡Todo lo contrario! Me has dado una idea genial. Te propongo incluir esta historia en el diario, pero no en la encuesta. Te reservaré una columna.
-¡Vaya!, pues únicamente acierto a darte las gracias por ello.
-Si tu cuento no aparece en una columna sería un desperdicio.
-No considero que sea para tanto, pero si te empeñas…
-¡Por supuesto! Dame tu nombre y número de teléfono, y me pondré en contacto contigo para que vengas a la redacción.
-De acuerdo –mirando el reloj- me tengo que marchar porque debo regresar a mi trabajo...
-Dime.
-Juan Carlos –caminando de regreso- 65245…4…4… Adiós…
Según me alejaba escuché la voz de la chiquilla que repetía a gritos:
-…4… 4… ¿qué más? No me has dado el número entero…
No podía entretenerme más. Había sobrepasado el tiempo de descanso y tenía que regresar a toda prisa porque estarían buscándome.
Cuando llegué al trabajo, me senté en la silla y observando la pantalla del ordenador pensé en aquel maravilloso recuerdo que había recuperado minutos antes. Aquella primera vez resultó rica, rica... En esos momentos recordó que Nacho, un amigo de la infancia, se dedicaba a distribuir, mediante Internet, estas piezas de incalculable sabor ¿La página? Se puso frente al ordenador y comenzó a teclear...
Efectivamente, esa era la página…
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