Me desperté. Sabía que no era un día común. Todo parecía como de un matiz gris. Todo a mi alrededor era melancolía. Por fin había llegado el día.
No quería salir de mi cuarto. Quería estar un momento a solas. Quería soltar todos esos sentimientos contenidos dentro de mi y llorar amargamente, como nunca antes lo había hecho, pues lo que había ocurrido no habí pasado antes y esta tragedia imposible se vuelva a repetir, porque una luz se había apagado. Si, mi abuelo había muerto.
No necesitaba salir a la sala para ver a mi padre abrazando consoladoramente a mi madre, ver la tristeza en sus ojos, rojos y con la mirada perdida, como si todavía lo vieran en sentado en su sillón preferido, con su blanca dentadura a pesar de los años, que guardaba un brillo irrepetible e irremplazable, como si con mostrarla siempre en ese alegre y melancólico rostro dependiera que el mundo siguiera su curso normal.
Hoy me dí cuenta que era así. ¿De que otra manera podía ser? Él era de mis mejores amigos, un gran ejemplo y un buen hombre. Ahora el mundo viaja en un caos, a perdido su ritmo y su curso normal. O por lo menos eso pasa en mi mundo, en mi vida.
Los recuerdos que tengo de él son únicos. Son momentos llenos de dulzura, de pasión, de patriotismo. Pero ahora son sólo recuerdos. Es todo lo que queda de un hombre lleno de fortaleza, pues a pesar de sus desventuras y perjuicios del tiempo, él quería seguir aquí, no darse nunca por vencido, y a pesar de lo amargo de su juventud, el siempre tenía una sonrisa brillante en sus labios y un corazón dispuesto siempre a amar.
Pero aquella figura a caído. El tiempo, el destino, la muerte, fueron más fuertes que él, determinaron que era el momento. Imagino como respondió ante ese momento, en el que los tres mayores enemigos del hombre han coincidido para dar fin a un mortal. Los habrá recibido con una sonrisa, y todavía hasta habrá cuestionado a cada uno de ellos del por qué la tardanza. Si, él era así.
Ahora se que me mira desde lo alto, desde el cielo, que es mi ángel, que es una figura excepcional, y que sólo su recuerdo alegra mi vida, pues deseo seguir su ejemplo y tener esa fortaleza, ese amor a los demás y cuando llegue mi momento, yo también le reclamaré a la muerte, pero no le reclamaré del por qué a su tardanza o de su anticipación, sino del por qué privó al mundo de una alma encantadora, del por qué privó al mundo de mi abuelo.
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