Había una vez, en un lugar muy lejano, en una época ya relegada al olvido y sin esperanzas de su regreso, en un castillo pequeño y modesto, pero no por eso menos, una pequeña princesa que buscaba ser rescatada, pues por una maldición adquirida a consecuencia de envidias, permanecía custodiada por un dragón, y sólo un caballero podía rescatarla.
Ella veía las horas pasar angustiosamente, pues ningún osado caballero lograba vencer a ese maldito dragón custodio. Pero no era para menos que el dragón fuera el más temible del reino, pues de su boca no sólo salía fuego, sino hasta corrientes eléctricas que le resultaban de gran ayuda ante las armaduras de metal de los valientes hombres que buscaban el amor de la doncella.
Hasta que un día, se oyó en la parte baja del castillo una pelea, la bella dama se asoma al balcón pero todo lo que alcanza a divisar es que la bestia infernal cae completamente muerta, con la caja craneana completamente destrozada. Ella se siente completamente feliz de verse libre y de que por fin verá de frente, a aquel que se convertirá en el dueño de su corazón.
Escucha atentamente, pero no divisa ningún paso en las escaleras de su torre. Sabe que algo va mal. Es extraño que el asesino de su custodio no aparezca en su pequeño lecho que poco antes era su celda, para reclamar el premio que muy bien era envidiado por muchas y deseado por muchos.
Toma la determinación de asomarse por el balcón. Mira detenidamente, sin dejar pasar por inadvertido ninguna seña que indique porque la demora de su salvador, y mucho menos dejar pasar a su príncipe azul.
¡Cuál fue su sorpresa cuando descubre a aquel que la salvó de las fauces de esa bestia abominable! ¡¡¡Era otro dragón!!! Pero era peor, pues este era más grande, de fauces más fuertes y de poderes más temibles. Además de sacar fuego, cual su sorpresa que también sacaba rayos centellantes de electricidad y, por añadidura, congelaba cosas con sólo tocarlas.
Regresó calmosamente a su cuarto, que sabía era su celda por siempre, y recostándose con toda calma, pues tiempo es lo que le sobraba a la pobre mujer, se toca la frente, las manos, se pellizca, suplicando que todo esto es un sueño mal habido, una pesadilla, de aquellas que parecen reales hasta que te despiertas. Pero sus brazos no eran insensibles al dolor, y terminó por darse vencida, pues tampoco eran de acero y se hizo una grave herida.
Su mirada se fijó en el techo y levantó una oración. Poco tiempo después se oyó de sus labios una pequeña frase donde se sintetizaban todo lo que estaba padeciendo su corazón, su mente y su alma en ese momento. Tal frase era: “¡¡¡¿¿¿Porqué @#$%&¬€ me pasa esto a mí???!!!!