CINCO JUANES Y UN MORISCO (Historia del medioevo)
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Juan I el Obtuso gobernaba cuando el año de Nuestro Señor de 1343 moría. Su Alteza decidió ampliar sus poderes para abusar aún más de los súbditos. Decretó entonces una extensión del ”Derecho de pernada” desde ese momento y en todo el territorio del reino a las casas de recogida de ancianos. Su Real estupidez y picardía dejó a Juan el Obtuso más confuso. Fue el único que disfrutó de esa clara demostración de poder que en realidad nunca utilizó. Solo se sentaba con la mirada perdida en el gran sillón del Reino, limpiándose de cuando en vez la baba que caía de la comisura de sus labios. Meses mas tarde por la molestia que le producía el bullicio de las fiestas y un defecto congénito de cadera que dificultaba su marcha impidiéndole bailar llegó a la conclusión que ningún súbdito debía disfrutar estos excesos. Entonces prohibió las fiestas y los bailes, convirtiéndose este en el más odiado de sus decretos. Luego, como también le desagradaban los frenéticos y sucios adoradores de la pasión y sus excesos atentatorios de los preceptos religiosos, impuso la vigilancia en todos los establos y pajares de su comarca en prevención de pecados de carne no bendecidos por la Iglesia. Por los motivos expuestos toda la corte le comenzó a tomar cierta antipatía.
Juan II el Abusivo, su primo, asumió el trono al morir Juan el Obtuso atorado con una semilla de caléndula, que sus familiares y amigos íntimos inútilmente intentaron “hacer pasar” con dos tasas de te tibio con arsénico. Juan II el Abusivo quien preparó la infusión que intentaba ser salvadora, llegó al poder luego de una serie de lamentables coincidencias ya que él era el octavo en la línea de sucesión, pero los tres primeros cayeron misteriosamente con caballos, cochero y carro en un pantano del que nunca fueron recuperados y a los pocos días de esta tragedia, el cuarto y quinto sucesor - padre e hijo - mientras estaban de cacería tuvieron otro raro accidente en el que – según declaró el boticario de la corte luego de las pericias en el sitio de los acontecimientos- “el hombre mayor se habría tropezado cayendo sobre el hijo clavándole involuntariamente la espada en forma mortal y este, al sentirse herido, dejó escapar la flecha que tensaba en ese momento yendo a impactar en el corazón de su padre”. Horrible drama familiar. Y no se había repuesto la Corte de estos sinsabores cuando una rara enfermedad – al parecer por comidas en mal estado – segó la vida del sexto candidato en una comilona en la casa de Juan II el Abusivo. Por último, el séptimo candidato se auto exilió para dedicarse a una vida de recogimiento en un convento luego de una larga charla con Juan II. Quienes lo vieron partir juran que estaba presa de gran nerviosismo y llevaba varios arcones pesados en su carromato. Pero la gente siempre habla. Esta cadena de acontecimientos imprevistos dejó entonces el trono para Juan II el Abusivo quien lo aceptó de buena gana siendo una de sus primeras medidas de gobierno derogar el decreto abusivo sobre el derecho de pernada en los geriátricos ya que decía: “ había sido un intolerable atentado contra las indefensas ancianas”. (Estas en realidad nunca se enteraron que había existido). Prestamente cambió la letra del decreto de la siguiente forma: “... a todos los conventos de monjas y retiros espirituales de las mismas.” Picardía que a Juan el Abusivo, lo hizo aún mas lascivo. Temido y respetado, murió de un paro cardiorrespiratorio con una inmensa sonrisa en su rostro, sobre una de las monjas más jóvenes del reino a poco de iniciado el año de Nuestro Señor de 1346, en el mismo momento que tenía su cuarto orgasmo. “La muerte se produjo por exceso de trabajo” informaba el Alguacil de corte. Nadie pudo retirar la sonrisa del cadáver. Fue sucedido en el trono por su hijo mayor.
Juan III el Extrovertido, también muy temido, fue un caballero de armas tomar donde fuera, hábil guerrero que jamás conoció el miedo. Sus gritos de guerra eran realmente terroríficos y al escucharlos sus contrincantes quedaban paralizados, con la piel de gallina y en ocasiones llegaban a orinarse con solo sentir a lo lejos que Juan el Extrovertido se les venía. Impetuoso y poco criterioso, en uno de sus desplantes bélicos sin escuchar los consejos de sus Generales arremetió a los gritos con sus dos mil hombres bien montados y armados, contra los cincuenta mil moros que lo esperaban con profundo respeto por el valor y entereza que demostraba el enemigo, escondidos entre el follaje armados hasta los dientes. Solo sobrevivieron unos pocos junto a Juan el Extrovertido, quienes llegaron a duras penas al reino perseguidos de cerca por los enfervorizados contrincantes. Por cierto, llegaron todos montados, pero a pie. Juan el Extrovertido siguió en su trono, pero desde ese momento fue presa de una depresión muy severa. El pueblo lo llamó Juan el Introvertido, y por fin, al infectarse una severa herida que tenía en la entrepierna, pendiendo su vida de un hilo, debieron cauterizarlo con un hierro caliente lo que generó una penosa amputación en dicha zona anatómica. Desapareció así su ímpetu varonil junto a la posibilidad de descendencia. Agobiado por el dolor y la pena, abdicando del trono, se retiró a un convento gregoriano, donde sus otrora impresionantes gritos guerreros fueron deviniendo – con la ayuda y enseñanza de los monjes – en una melodiosa voz, llegando a ser el barítono mas codiciado del reino. Fue renombrado por sus seguidores como Juan el Castrato. Por fin – triste fin para alguien como él – dada la brutal transformación de su voz y sus costumbres, Juan el Castrato fue recluido por la familia real en un colegio para principiantas, en calidad de interna permanente, muriendo en su celda de penitente a los 102 años con el nombre de Sor Maria de la Castración Divina. Hasta los 96 años cuentan se sentía su voz melodiosa saliendo por las gruesas rejas del monasterio.
Juan IV el Perspicaz, su sobrino y sucesor, había sido uno de los pocos que lo había incitado francamente a atacar a los moros contra las indicaciones de los Generales que nada sabían de política. Se sentían sus gritos dándole ánimo a su amigo de la niñez: “¡Tu puedes Tio! ¡tu solo puedes Tio! Lo que sucede es que estos no son mas que unos cobardes. ¡Ve al triunfo mi señor! Era un amigo fiel y gran soporte. Tomó el mando cuando el Reino estaba rodeado por mas de cien mil moros llegados de allende los mares. Dentro de las murallas sobrevivían unos pocos defensores, lo mejor de las fuerzas había muerto en combate. Para peor las historias que contaban los sobrevivientes en relación al trato recibido al caer en manos de los moriscos había generado una oleada de pánico en la raleada tropa, bajando seriamente la moral. Juan el Perspicaz no dudó en encontrar la solución a sus problemas. Tenía claro que los contrincantes no conocían el verdadero estado de sus defensas y mandó una bandera de armisticio – en realidad cinco banderas de armisticio, puesto que las primeras cuatro no volvieron como tampoco volvieron los cuatro emisarios que mandó. (Para ser históricamente precisos el cuarto emisario volvió, pero muerto y con la bandera blanca inserta en su ano) A la quinta, el infeliz enviado volvió con tres representantes del Sultán, presa de pánico y con temblores permanentes. Juan el Perspicaz había pedido voluntarios para ser empalados entre los moros que tenía detenidos desde hacía meses en las mazmorras. Como ninguno quiso o ninguno lo entendió – nunca se supo – los empaló sin más a todos en la entrada del portón principal de la fortificación. Tuvo especial cuidado de mostrar los despojos de sus compañeros a los emisarios del Sultán. También dejo sobre su escritorio un papel con el sello real donde – falsamente – aparecía la constancia de que llegaban mas de doscientos mil caballeros del reino vecino en cualquier momento. Por supuesto los emisarios robaron este papel. (Comenzaban los servicios de Inteligencia y Contrainteligencia). Cuando el Sultán leyó lo escrito concluyó que no lo atacaban porque esperaban los refuerzos para desgraciarlo. Además que si no tuvieran tanta seguridad no hubiesen dado muerte a sus compatriotas. Entonces no era cosa de dejarse engañar, o luchaba ahora dudando o buscaba otra salida mas segura. En eso estaba cuando recibió la visita de otro emisario de Juan el Perspicaz con el ofrecimiento de paz y unión de fuerzas. Por única vez - de no aceptar le caería arriba con toda su furia – le brindaba varias doncellas del reino para que fueran sus esposas en el harem. (Bien sabia Juan el Perspicaz que a esos moretes les gustaban las mujeres gordas y sus mofletes y de estos especimenes tenía bastantes). En un mismo magistral movimiento se sacó de arriba varios bodrios de la corte que por otra parte estaban encantadas de que alguien se interesara en ellas. Así, santas pascuas y todos felices. Con Juan el Perspicaz el reino convivió con los moros durante muchos años y la paz parecía haber llegado para quedarse a estas sufridas tierras, pero no sería asi, pues a la muerte del inteligente noble, producto de una caída ocasional desde lo mas alto de la torre del castillo, lo sucedió su hijo mayor, homónimo.
Juan V el Insaciable tenía todo lo que se podía desear para su tiempo, pero nunca le alcanzaba. Era el segundo al mando, pero no era suficiente. Todos pensaron que al morir su padre – él vio la caída y avisó a la guardia – por fin encontraría sosiego. Pero no, el reino era poco, precisaba otro. Se casó con la mayor de las hijas de la Condesa del Estrecho Corto pero no le fue suficiente. Luego se caso con la hija del medio de la Condesa y por fin con la mas chica. Tampoco le fue suficiente. Terminó por casarse con la propia Condesa quién le hacía honor al nombre de su Ducado lo que la mantuvo un tiempo junto a Juan el Insaciable, pero por fin tampoco le fue suficiente. Terminó su búsqueda cuando fue sorprendido por el marido de una morisca joven con la que estaba acabando pero no llegaba porque era insuficiente. Solo su Nobleza permitió esconder estas picardías y hacer desaparecer al moro y a la mora en cuestión. Cuando todos pensaban que el susto lo corregiría, tampoco fue suficiente y pocos meses después lo encontraron con otra mora y con otra y con otra. Tanta mora por fin le dio diarrea y el encontronazo con los maridos le generó una costumbre insaciable. Juan V el Insaciable no se conformaba con las moras, ahora buscaba también los moros. Los excesos generaron rispideces y para calmar los ánimos hizo matar cien vaquillonas, pero no le fue suficiente, por lo que mandó matar cien más. No quedó conforme, le parecía poco y mandó matar cien más y allí algo pasó porque desapareció y vinieron a encontrar su cadáver en una cañada del reino, donde había tragado casi toda el agua – según dijeron los ganaderos – ya que tenía una sed que parecía inacabable. (Al ser rescatado, por poco sobrevive, pero al llenar los pulmones el aire no le fue suficiente y murió ahogado. Genio y figura hasta la sepultura). Al morir Juan V el Insaciable y con él esta casta de Juanes comenzaron nuevamente los problemas con el trono. Había tenido 38 hijos, porque nunca se sentía satisfecho con su descendencia. Esto traería mayores problemas pues varias moriscas habían tenido hijos de tez clara. Surgieron sospechas bien fundadas. El reino se convulsionó al grado de dudar de sus mas rancias tradiciones. Se sucedieron los asesinatos, las intrigas de corte, lo peor de esa sociedad corrupta salió a luz. En el medio de esta vorágine uno de los maridos que sospechaba traición
- llamado Mohamed Laden Sarcahui - decidió tomar venganza por propia mano. Llamó a la guerra santa. Ganó. La religión a partir de ese momento fue musulmana, la ciudad cambio su nombre para Alambra y él fue entronizado Sultán.
Mohamed I el Reivindicador fue un hombre sabio, su estirpe gobernó por siglos.
Pero eso es otra historia.
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