Poco a poco cae esa delicada lluvia, como si fuera el lagrimar de mi corazón, que se siente completamente solo, abandonado, pero no desesperanzado. Sabe que así como la lluvia terminará, así su tempestuosa vida parará, y ella volverá a mis brazos.
Aún entre suspiros, digo su nombre. Quiero susurrárselo al viento, sentir sus brazos bajo esa fina agua, que cae delicadamente, que me abraza. Quiero besarla, decirle de nuevo que la amo y que nunca más dejaré que se aleje de mi vida. Pero ya es tarde, ella ya no está. Sólo su aroma que dejó impregnado en mi piel, sus tiernas caricias que no se apartan de mí, y que no deseo que desaparezcan. Es el único consuelo que me queda.
“Andrea, te amo y quiero que me concedas el poder estar contigo a todo momento”. Le dije en una noche donde parecía tétrica, donde mis anhelos se habían desmoronado. Pero ella, como la luz en la oscuridad, como un ángel en medio de pobres mortales, me mira fijamente a los ojos. Yo sentía volar al poder apreciar aquellas piedras preciosas, manjar de dioses, hermosas ventanas de cristal para un alma aún más bella y pura. Si, así era mi Andrea.
Se acercó, y me dijo en un susurro lleno de amor: “Yo también te amo”. Terminó sus palabras con el beso más dulce que un mortal haya probado en su vida, tal y como el néctar celestial. “Pero sabes que no puedo quedarme a tu lado, lo siento”. Y se desvaneció en el aire.
Aún siento sus labios tocando los míos, aun siento como mi alma se desborda de pasión por un verdadero ser celestial, y a pesar de que esos pocos minutos de felicidad que me dio, ahora me ha dejado con una vida de melancólica espera, pues sé que un día me volveré a unir con ese ser, pero tendré que esperar.
Y por eso espero bajo la lluvia, esperando si se apiada de mí, y baja con sus esplendorosas alas, me abraza y me lleva a la gloria junto con ella, pues es lo único que espero. Dios ¿por qué creas a seres tan divinos en este mundo, si sólo nos hacen sufrir, o es que un simple mortal como yo no esta destinado a probar de esa delicia celestial?