Alejandro llegará el próximo fin de semana a Santiago, suele hacerlo, cada ciertos meses, hace unos años cuando su convivencia en Calama, de la que nació una hija, se truncó. Esos viajes eran la mejor válvula de salida para lograr en la gran ciudad, aquello que el norte, desértico, solitario y sin muchas luces ya no le otorgaba, aún sabiendo que jamás lo abandonaría.
Avisó sutilmente a dos féminas a quienes siempre contactaba y a una nueva incursión, para - lo que siempre ha hecho perfectamente - mantener vivas aquellas relaciones más imperecederas, únicamente, sustentadas en la seducción y el sexo, para sentirse vivo, pues Alejandro es de aquellos hombres sinceros, que ponen sobre la vida las reglas claras y saben, ciertamente, lo que darán de si mismos y lo que esperan de los otros, grandes virtudes para Rosita, una intelectual liberal, de pelo largo y risado, atractiva, sin ser bella, que se pasaba gran parte del año en el extranjero, dejando a sus hijos al cuidado de su fiel, conformista amante y conviviente, que sólo esperaba su arribo para recibir sus migajas de tiempo y cariño; en fin, Rosita ha sido siempre dadivosa en los amores sin compromisos.
Raquel, en cambio, sólo ha pasado por la vida con pleno conocimiento de su hermosura y habilidad para la manipulación en las relaciones del corazón, las que, sin embargo, insuficientes para conservar su matrimonio, sus hijas grandes ya y su buen pasar económico le permitían darse los gustos mas extraños, uno de los cuales, era llevarse a la cama a ese moreno - como todo nortino- de ojos cafés, extraños para su tez, no oscuros, sino color miel, de piernas largas y caminar infantil.
Carmina, una responsable y seudo intelectual - no obstante ocultarlo, al no serlo - la menos hermosa, madre desde muy joven e inexperta en la lid amorosa, que ha vivido convencida que su trabajo es lo que mejor sabe hacer y desde allí tendrá que sacar sus atractivos para pretender que un hombre la mire con ojos para la guerra de pasiones desenfrenadas y reprimidas en los últimos años. De las tres, todas cuarentonas, ella, sin embargo, la más indecisa e inestable.
Tres mujeres distintas que esperan al mismo hombre.
Al llegar a la ciudad, el primer encuentro fue con Raquel, noche excedida, luego de una tertulia con amigos comunes, colmó los placeres más intensos de Alejandro, tomando siempre ella la iniciativa. Sin dejarlo aminorado, se fue antes del amanecer, al escuchar de sus labios su compañero nocturno, contradictoriamente: “ lo único que quieres de las mujeres es sexo”, ante la mirada atónita de Alejandro.
Rosita siguió en la escala del calameño, no era posible evitarlo, pues la amistad de ambos pasaba los veinte años, caracterizada siempre por la celeridad y frialdad de ella, bastó, que ese día, Alejandro rememorara el tiempo en que una vez la amó y propuso que al llegar la soledad de la vejez, esperaran juntos la partida, comprometiéndose a preparar él todos los días el desayuno, pacto que ambos, saben, respetarán.
Finalmente, la noche antes de su partida, festinó con Carmina, (sin recurrir a la descripción de las intensidades de esos momentos) la generosidad de la personalidad de él, se manifestó en lograr el goce contenido de los últimos años, ante la pérdida de lo único que ella - dichoso o no - había conocido, provocando la explosión de fuego artificiales desde su cuerpo, que sólo días después logró digerir, al mirarse al espejo y ver otra mujer en su reflejo.
La carretera monótona, despoblada y árida, provocaba las involuntarias imágenes de las visiones de su mente, mientras hacía el trayecto a su verdadero e insuperable agobiado destino....... nada, ni tres noches de los mayores deseos inmoderados pudieron hacer desaparecer la frustración de no haber podido retener a esa mujer que aún, sin reconocerlo, amaba.