Capítulo 3: Del romance al engaño
Kumori veía por el balcón. Sentía nostalgia hacia el pueblito que visitó aquel día. En ese momento, Mizuno entró en su habitación para hacer la cama, que era la última que le faltaba. Mientras se acercaba a la cama para comenzar, Kumori se aproximó a la puerta y le dio una vuelta a la cerradura. Ella lo miró con extrañeza, pero siguió en sus deberes.
-¿Por qué ese día saliste corriendo?
Mizuno lo miró. Sabía de qué hablaba, pero no quiso responder. Siguió haciendo la cama hasta que sintió a Kumori a su lado. Se irguió y él aprovechó de tomarla por la cintura.
-Kumori, no... quiero terminar...
-Ya terminarás. Yo quiero, yo quiero otra cosa ahora.
Sus ojos resplandecían con ternura. Ella lo abrazó y le dio un beso en la mejilla. Le quedó sonriendo y siguió en su labor. Kumori se fue hacia el sillón a ver como terminaba, de brazos cruzados, seguramente aún resentido. Terminada su labor, Mizuno se disponía a retirarse, cuando ve que Kumori miraba por el balcón un poco desilusionado. Se acercó a él, un poco nerviosa. Hacía mas de una semana de lo ocurrido. Al llegar a su lado, se pone a mirar por el balcón.
-Tenía... un poco de miedo de ser descubierta
Kumori calló. Tardó unos minutos en responder. Iba a hacerlo, cuando Mizuno le tapa los labios con su mano. Él sonrió, la tomó por la cintura nuevamente y fue ella esta vez quien se lanzó a darle un beso. La alzó y dio vueltas con ella por la habitación. Se sentían felices. Cuando la dejó en el suelo, un beso seguía de otro. Ella retrocedía más picarona y él la seguía y la seguía. Jugaron un momento a perseguirse. Mizuno corría por la habitación hasta que fue atrapada por Kumori.
-Quiero que llames a tu hermano. Necesito hablar con él.
-¿Qué quieres decirle? Está durmiendo en estos momentos.
-Quiero salir un rato al pueblo para no ir solo.
Mizuno se soltó de él. Le guiñó un ojo y salió corriendo hacia su habitación. Kumori se tiró de un salto de alegría en su cama. Ahora si estaba seguro: realmente la quería a ella.
-Kikoyu, despierta...
Mizuno intentaba despertar a su hermano. La noche anterior había ayudado a la reina y a Kumori a ordenar unas cosas en la noche y no se quedó dormido hasta las tres de la madrugada. Pero ya era suficiente, eran mas de las diez y definitivamente ya estaba descansado.
-Kikoyu, hermanito, despierta.
Lo sacudió un poco, le golpeó suavemente en el rostro pero no había caso.
“Algún día me vas a perdonar esta”. Dicho esto, tomó un vaso con agua fría y vació en su rostro. Kikoyu, sobresaltado, movía fuertemente los brazos y la cabeza. Mizuno reía con ganas y le pedía perdón.
Él tomó una almohada y se la tiró a su hermana en la cara. Enojada, pero aún riendo, le devolvió el golpe y así comenzaron hasta caer rendidos sobre sus camas. Se miraron. Kikoyu estaba empapado hasta la cintura y Mizuno tenía el pelo tan revuelto que era sólo una pelusa. Sus carcajadas se escucharon por todo el pasillo.
Alejandra iba pasando hacia la cocina y los oye reír. Sonríe y toca a la puerta de los muchachos para ver si les pasaba algo. Kikoyu abrió mientras Mizuno se arreglaba el cabello
-¿Pero, que te sucedió, Jovencito?
-Fui despertado repentinamente...
Mizuno volvió a reír a carcajadas. Alejandra entró en su habitación y vio el desastre que se había formado. Con voz firme, los tomó a ambos a que se pusieran a ordenar el desorden que había. Obedecieron como perritos falderos. Ella no se fue hasta que no hubiese una sola pluma en el suelo.
-Pásenme esas almohadas. -Al tenerlas, tomó las plumas que habían juntados y la maraña de tela que quedaba de la almohada- Se las traeré mas tarde, pero no vuelvan a hacerlo.
Dicho esto se retiró. Los hermanos se miraron y Mizuno se le tiró a Kikoyu de tal manera que ambos se fueron directo al suelo. Un poco dolorido, Kikoyu tomó a Mizuno por la cabeza
-¿Estás bien?
-Por supuesto. Caí sobre ti. Deberías hacerte esa pregunta a ti.
Mizuno le dio un beso en la mejilla y se puso de pie. Se arregló un poco mas y antes de salir de la habitación, se volteó en dirección a Kikoyu
-Apresúrate que Kumori quiere verte.
-¿Qué quieres ahora? Aún tengo sueño...
-Quiero ir al pueblo y tú me vas a acompañar.
Kikoyu hizo un gesto de rechazo a la idea y se tiró en el sillón a seguir durmiendo, pero Kumori lo sacudió bastante fuerte y no lo dejó dormir. Kikoyu lo golpeó en un brazo y acto seguido recibió uno en el suyo. Se fueron a golpes jugando un rato y ganó Kikoyu. Tenía mucho más cuerpo que Kumori y, además, mas experiencia en estos casos.
-Tú ganas, no iremos. Pero mañana me tendrás que acompañar.
Kikoyu se encogió de brazos y volvió a su sillón. Nuevamente fue atacado por Kumori, pero esta vez en vez de sacudirlo, lo tiró a suelo y salió corriendo. Kikoyu un poco molesto, salió tras él para golpearlo.
Corrían por los pasillos del palacio como niños pequeños. De pronto, en su camino se les cruza Mizuno y Magdalena quienes iban al jardín. Mizuno iba de compañía. Dieron vueltas por entremedio de ellas y ellas se comenzaron a desesperar.
-¡Basta! -gritaron por fin.
-Te voy a agarrar, maldito desgraciado -decía Kikoyu quien era detenido por su hermana.
-Jamás...
Se soltaron y siguieron corriendo hacia el jardín. Magdalena temió por sus rosas y salió tras ellos
-¡Tengan cuidado, por favor!
Demasiado tarde. Kikoyu consiguió agarrar a Kumori y ambos cayeron sobre las espinas. Magdalena vio como caían sobre las rosas blancas y gritó aterrorizada. Mizuno fue en su ayuda junto con algunos soldados que había vigilando en la parte baja.
Kikoyu estaba tirado en su cama. Se sentía muy dolorido y sentía como unas manos recorrían con cuidado su espalda. Era Alejandra pasándole colonia por encima de las pequeñas raspaduras. Ya le habían sacado las espinas que se le habían quedado pegadas. Mizuno esperaba pacientemente.
-¿Te sientes mejor?
-Eso creo... ¿Y Kumori?
-Esperaba que despertaras para ir a averiguar sobre su estado.
Kikoyu la miró complacido. Ella se paró, le acarició la frente y salió en dirección a la habitación de Kumori. Él gritó un poco. Alejandra le echó mucha colonia por encima de la espalda y comenzaba a arderle.
-Eso té pasa por imprudente, jovenzuelo. Así que ahora no te quejes.
Enseguida comenzó a pasar con furia el paño por su espalda irritada. Kikoyu se agarró de la almohada y la mordía con fuerza. Esperaba que acabase pronto.
Su mirada se dirigió a algo que le llamó la atención. Algo había detrás de la cama de su hermana. Pero no podía pensar.
-Alejandra, por favor con mas cuidado.
Como un parche león, le tiró el paño en la espalda. Eso lo hizo gritar con mucha fuerza. Respiró hondo y se quedó en silencio.
Magdalena se encontraba aún en el jardín. No podía creer que sus hermosas rosas fuesen aplastadas por dos inútiles
-Ya se las verán esos dos... – Murmuraba para sí. No le importaba que su hermano y ese otro joven estuviesen todos magullados, le importaba que sus rosas no estuviesen tan aplastadas. Se arrodilló y, como pudo, comenzó a cortar las que ya le eran inservibles y arreglaba las que aún podían vivir.
Arturo, quien se había quedado de visita por más tiempo, observaba con atención. Lo había visto todo y había reído cuando cayeron sobre las rosas. Pero al parecer esas rosas eran demasiado importantes para Magdalena y se acercó a ella.
-¿Necesitas ayuda?
Sobresaltada, Magdalena volteó. Se puso una mano en el pecho como para demostrar que la había asustado.
-Sí, gracias, Arturo.
Empezaron a recoger. Arturo estaba por el otro lado, frente a ella. Seguían cortando rosas hasta que toman la misma rosa, y junto con ella, sus manos se juntaron. Alzaron la vista y sus miradas se encontraron. Ambos sonrieron.
Kumori dormía. Ya había sido curado y lo más grave que tenía eran las raspaduras del cuello y la cara, que habían empezado a ponérseles muy rojas. Mizuno entró silenciosamente en su habitación. Vio a la reina Helena al lado de su lecho e hizo una reverencia. La reina la llamó a su lado.
-Querida muchacha...
-Mizuno, si no le importa, su alteza.
-Mizuno, he visto tu comportamiento y me agrada tu presencia y la de tu hermano por supuesto. Pero hay algo que me intriga... -dijo cambiando fuertemente su tono de voz. La miró a los ojos en su forma intrigante - ¿Estás enamorada de mi hijo?
Mizuno se puso nerviosa en un principio. Se encontró con aquella mirada penetrante y la imitó sin contestar. Helena la miró aún más. Sabía que mentiría y debía lograr que dijese la verdad. Pero Mizuno no se inmutó ante ella. Apartó la vista hacia Kumori y una sonrisa se dibujó en sus labios.
-Usted quiere la verdad ¿no?. -le dijo con la misma sonrisa sincera - ¿Acaso ya no la sabe?
Helena se dio por satisfecha. Era la primera persona que le respondía así. Ni Kumori, con quien siempre hablaba, le había respondido de esa manera, tan firme, simple, concreta. Era tan sincera, que se atreve a contestarle a su propio pensar. Mizuno sabía que la reina sospechaba de sus sentimientos.
Volvió su mirada hacia Kumori y le acarició el pelo. Helena se paró y comenzó a hablar:
-Mizuno, tu sabes que mi hijo está comprometido...
-Y usted sabe que él se opone a aquel matrimonio. Y sé que usted también...
Prefirió callar.
-Los dejo solos mientras descanso un momento - Le dijo a Mizuno con una sonrisa. Luego, salió de la habitación y escuchó como le echaba llave. Le extrañaba que la Reina les ayudase en una cosa así.
Helena se apoyó en la puerta de la habitación y alzó la cabeza como un modo de comenzar sus recuerdos.
Antes de conocer a su esposo, ella era princesa de uno de los reinos vecinos. Siempre estuvo enamorada de su amigo sirviente, quien era mucho mayor que ella. Nunca se lo contó a nadie porque sería tomado como una especie de traición hacia su familia.
Poco tiempo después, él se fue del palacio sin motivo alguno. Ella se sintió desconsolada y no sabía con quien hablar de esto. No quería esto para su hijo y comprendía que se hubiese enamorado de otra persona.
Caminaba hacia su habitación cuando se tropezó con Clyde.
-¿Y Kumori?
-Está bien cuidado...
Mizuno le acariciaba sus cabellos. Se veía tan tierno durmiendo así, tan tranquilo. Le tomó de la mano suavemente. Le daban ganas de tirarse a su lado, pero sabía que no debía hacerlo.
Al poco rato, Kumori abrió los ojos y se encontró con Mizuno frente a él. Le apretó la mano y sonrió.
-Buenos días, mi querido príncipe...
-Buenos días, mi pequeña dama...
El cerrojo de la puerta comenzó a moverse y rápidamente soltó su mano y se alejó un poco. Entró Clyde por la puerta.
-¿Por qué estaba con llave la puerta, pequeña sirvienta?
-La reina no quería que nadie molestase a su hijo, su alteza. Me pidió que le hiciera compañía.
Clyde hizo un gesto para que se retirase. Al parecer le molestaba su presencia en el lugar. Con una reverencia, se alejó del lugar. Kumori quedó mirando hacia la puerta viendo como se alejaba. Ella volteó y aprovechó que el rey no la miraba para lanzarle un beso.
Helena entró en su habitación. pensaba en su hijo, en su matrimonio muy próximo, en cuanto lo echaría de menos, en aquella joven...
Se asomó por el balcón y vio a su hija arreglando sus rosas. Junto con ella estaba Arturo. Se detuvieron un momento y se miraban. Seguían y volvían a hacerlo. Luego de un rato, se fueron caminando por el sendero. Helena estaba sorprendida.
“No, no es posible... Helenita no te imagines cosas”
Llamaron a su puerta. Era Senn.
-Su alteza, necesito hablar con usted.
-¿Qué sucede, Capitán?
Senn cerró la puerta procurando que no viniese nadie. Hecho esto, sacó una nota de su bolsillo y se la entregó.
-Se la dejó el rey Nicolás antes de marcharse.
Helena se puso nerviosa. ¿Nicolás? ¿Qué era lo que quería? ¿Por qué le dejaba una nota con el capitán? Tomó la nota y la abrió velozmente sin importar que Senn siguiese ahí
“Querida Helena:
Te debes de estar preguntando que hace esta nota en tus manos. Pues te respondo que es para decirte algunas cosas y aclararte otras.
La primera es que desde la primera vez que té vi estoy enamorado. Pero mi amor por ti era imposible por mi compromiso y por lo que sería el tuyo mas adelante. En esos tiempos, nuestros reinos se encontraban en pequeñas discusiones que gracias a los cielos, no paso a mayores. Cuando me casé, me alejé de este, tu reino, y fui feliz con mi esposa Clarisse. En otras palabras intentaba olvidarte siendo feliz con ella.
Ahora que nuestros hijos se casarán en un tiempo mas, nos hemos reencontrado, y me he dado cuenta de que mis sentimientos por ti, son los mismos de hace mas de veinte años y hoy renacen para contártelo a través de estas palabras.
Me casé con Clarisse para mantener las relaciones entre mi pueblo con Greenlux, pero quiero que sepas que no te dejé de querer ni por más que lo intenté.
Dudé muchas veces antes de darte esta nota y conversé con el capitán acerca de mi situación, ya que sé que es una persona muy confiable. Lo conozco desde que entré al reino. He aquí la razón del por qué te la mandé con él.
Cualquier cosa que quieras decirme, esperaré tu respuesta con mucha ansia.
Por sobre todo te quiere tu amigo
Nicolás”
Helena cayó sin palabras sobre su cama. ¿Cómo podía ser eso cierto? El Nicolás que ella conoció ahora le decía sus sentimientos. Ahora, después de tantos años. Realmente no se lo explicaba. Una lágrima cayó por su mejilla. Senn la hizo desaparecer. Recién ahí se dio cuenta de que seguía ahí. Lo miró.
-Su alteza, no sé que es lo que sentirá esto, y no puedo hacer nada más que ofrecerle mi ayuda en lo que usted desee.
Helena sonrió agradecida. Volvió a mirar la carta. La leía y la releía muchas veces. No podía continuar con esto, podía traerle problemas a ella y a su reino. Pero se arriesgó a guardarla bajo el colchón. Senn salió de la habitación y la dejó sola con sus pensamientos.
-¿Qué significa esto, Mizuno?
Kikoyu estaba tirado en su cama con una mirada extraña. Mizuno venía entrando a su habitación ya que era tarde. Lo miró ante aquella cara.
-¿A que te refieres?
Kikoyu levantó un clavel blanco. Mizuno caminó un poco por la habitación y lo quedó mirando.
-¿De dónde lo sacaste? Es hermoso
-Tú debes saberlo mejor que yo. Yo no lo tenía oculto detrás de mi cama
Mizuno se sentó en su cama y le quitó el clavel a Kikoyu. Se empezaba a poner nerviosa, pero debía mantener la calma.
-No te interesa...
Kikoyu, como pudo, se levantó de su cama y la tomó por los hombros. Ella lo miró a los ojos con un poco de furia.
-Suéltame...
-Dime...
-No, suéltame... – Dijo un poco más nerviosa
-Dime...
-¡Déjame! – Dicho esto le mordió un brazo y lo tiró hacia la otra cama. Mizuno salió corriendo del lugar. Kikoyu se tomó la cara con las manos. Se levantó y salió tras su hermana.
Senn caminaba por el sendero pensando en lo ocurrido hace unas horas. Pobre Helena, debía de estar muy confundida por la presencia de esa nota. Miró hacia delante y ve que una joven se acerca rápidamente. Se da cuenta de que es Mizuno.
-Hola...
No pudo terminar pues pasó por su lado sin verlo. Se fijó que iba llorando. Salió tras ella y logró alcanzarla.
-Joven Mizuno ¿Qué le pasa?
Mizuno no dijo nada, sollozaba un poco nada más. Miró hacia atrás y vio que venía su hermano. Bajó la cabeza en dirección al suelo. Ya llegaba Kikoyu ante ellos, un poco agotado. Recuperó el aliento y se alzó para decirle a Senn
-Yo hablaré con ella, capitán, muchas gracias.
Senn quedó un poco desconcertado. Miró a Mizuno buscando una respuesta. Ella lo miró y asintió con la cabeza. Un poco más tranquilo, los dejó solos.
-Mizuno, yo...
-No, hermano, yo lo siento. Me comporté como una loca, pero me pusiste nerviosa. Me fastidia que me hagan eso, lo sabes.
-Pero sólo quería saber de donde sacaste ese clavel.
Mizuno lo miró. No quería mentirle, nunca lo había hecho..
-Quiero hablar de algo contigo...
-Hijo, quiero conversar contigo
Kumori se acercó a su padre. Miraban hacia el pueblo.
-Hijo, tu serás el futuro de rey de Sahir. Tu boda con Conii se pactó para que hubiese paz entre los pueblos.
“Como sabrás, desde siempre Sahir y Fidas han tenido grandes encuentros. Nos hemos estabilizado cuando entablé amistad con Nicolás.
“Hijo mío – Dijo mirándolo a los ojos – espero que la paz se mantenga. Nuestro pueblo no está preparado para una nueva guerra.
Kumori miró a su padre. Odiaba a Conii, no sabía que manera pudiese haber paz entre ellos, menos si se llegan a casar. Pero su padre le daba un poco de lástima. Miró a su pueblo.
-Si, también lo espero, padre.
Vio hacia el patio y vio a Kikoyu que estaba con Mizuno en la pérgola. Él se movía de un lado hacia otro. ¿Qué estaría pasando?
Clyde salió de la habitación despidiéndose de Kumori. Él continuó mirando por la ventana para tratar de averiguar que ocurría.
-O sea me encontraba en lo cierto...
Kikoyu caminaba de una lado hacia otro tratando de entender como podía ser tan ingenuo. Se notaba que había algo entre ellos. Se sentó junto a su hermana y bajó al cabeza.
-Hermano querido, no te desesperes. No ha pasado mas allá
Kikoyu se apegó a su hermana. Ella lo abrazó y lo besó en la frente. Eso le decía que la había comprendido.
Clyde entró en su habitación y se encontró con que su esposa estaba de pie mirando hacia el cielo.
-¿Aún no te acuestas, Helena?
-¿Me ves acostada, Clyde?
Clyde rió. Realmente fue una pregunta estúpida. Decidió hacerle una más clara
-¿Por qué aun no te acuestas?
-Estaba esperándote...
Helena le sonrió y abrazó a su esposo. Un poco atontado, volvió en si para devolverle el abrazo a su esposa. Helena levantó la mirada y lo besó. Si, debía acabar con aquel romance. No podía engañar al hombre con quien se había casado. Quería a Nicolás, pero amaba a Clyde y eso era suficiente razón.
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