Yo era un señor muy bajito, muy bajito, estaba acomplejado, me despertaba por las noches con sudores fríos pensado en que nadie me iba a querer por mi tamaño.Un día tuve una idea, pondría un anuncio en el periódico local, señalando mis cualidades más destacadas, sobre todo la cocina, era un gran cocinero.
Esperé un tiempo, hasta que por fin una señora contestó mi anuncio.
Quedamos en la cafetería “La Parisién” del centro de la ciudad; preparé con esmero mi traje, y me acicalé.
Cuando entré en “La Parisién” la reconocí en seguida, pues, como habíamos acordado, llevaba una rosa en el ojal; pero la vi tan alta que no me atreví a decirle nada; jugueteé nerviosamente con la taza de café hasta que la dama, cansada de esperar, se levantó y se fue.
Desde entonces, mato mi tiempo libre preparando bacalao al pil-pil, aunque no dejo de arreglarme y perfumarme. Luego me siento en un banco del parque, mirando de reojo a las mujeres que pasan, preguntándome tímidamente a cuál de ellas le gustaría probar un delicioso entrecot a media altura.
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