Salí a despejarme los rencores. Era una noche sin luna, una noche negra y preciosa que me veía atesorando dentro de los pantalones, una navaja cinco aspas.

Debajo de toda aquella ropa había un coño dispuesto a latir eternamente. Y unos pezones que reclamaban la ausencia.

Una puta me saludó y yo decidí buscar algún cliente.
--Hola guapo. ¿Me das unas monedas o tengo que hacerte la mamada del siglo?
--Una chupadita no le vendría mal a mi amigo –dijo el capullo señalando su entrepierna.

La mamada del siglo consistía en succionar y cortar. Aquel capullo apenas si me miró. Salí corriendo mientras la oscuridad me ayudaba en el amparo.

Una cerveza en el único bar abierto y la canción de Iggy Pop hablándome de fracasos.

La rubia de piernas enormes me pidió fuego y yo le encendí un polvo. Ella me lamió entera y luego se colocó una polla de plástico y me dio fiesta. Sus pechos rozaban mi espalda y me corrí como si aquello fuese lo mejor del mundo.

--¿Cerveza o ron? –preguntó en bolas.
La cogí por el pelo e introduje mi lengua en su boca.
--Eres la perra callejera más sucia que he visto –Le dije, mientras introducía un dedo por su culo. Sentí como su flujo empapaba mis manos y lo caté como al mejor vino.
--Acabo de cortarle la picha a un capullo –dije y ella gimió—Todavía siento su leche entre los dientes.
--Para eso, lo mejor es un ron –Atinó a decir.

Me estaba volviendo loca con ese culo y le pedí que sirviese uno entero.
La rubia cogió una jeringuilla, una cuchara y lo demás
--¿quieres? –preguntó a la vez que yo le miraba sentada con las piernas cruzadas.
--Quiero de todo.
Volamos juntas sobre una cama mojada mientras en la calle un tipo lloraba su polla.