Negrete
El perro de doña Jesusa ladró toda la noche, fue tanto lo que ladró que tuvo que usar la mañana para terminar, sus ladridos fueron diferentes a los cotidianos. Era un perro negro, muy negro, negro entero, grande y de raza indefinida, no tenía un solo pelo de otro color. Tan o más negro que la sotana nueva del padre Benedicto.
¿Qué lo hizo ladrar y aullar de esa manera? Los antiguos explican que cuando un perro ladra de esa forma es que algo grave va a suceder, y como el perro era de la Jesusa, más inquietud causó. Esa noche cerca de la madrugada la tierra tembló, no fue grande el movimiento pero, el “Cachupín” pagó los platos rotos ya que lo culparon por el temblor.
Doña Jesusa tiene fama de “Meica” en ese lugar donde rara vez se ven rostros nuevos. “Meica” para unos, “bruja” para los deslenguados, mujer conocedora del poder curativo de las hierbas del campo.
Cuando las parturientas están listas para parir, si no hay tiempo para llegar al hospital más cercano que está muy lejos, ella hará de partera, comadrona dirá alguno de otra tierra, ella siempre ha dicho que: Nunca una guagua se le ha muerto por muy mal ubicada que estuviese, cuestión que todos ratifican.
Cura el “mal de ojo” y también las diarreas, quiebra los empachos, con tal gracia que nunca ha dejado inválido a nadie, los cólicos renales o hepáticos no tienen secretos para ella. “Descarga” las casas que eran objeto de algún encanto, también – En el más estricto secreto – puede hacer algún “trabajo” a alguien que hubiese cometido traición amorosa o apuesta impaga.
En las tardes compone la ropa de sus vecinos, lo hace en una antigua Singer, de esas que había que darle vueltas con la mano para que cosieran, coloca los más vistosos y coloridos parches en los ya parchados pantalones de los hombres de Negrete, y no sólo compone ropa, cada vez que alguien se descoyunta alguna articulación, ella con sapiencia y mucha fuerza coloca cada hueso en su lugar de origen. Si por el contrario hay fractura, inmoviliza colocando tablillas hechas de colihues y aprieta amarrando con cintas trenzadas por su marido, Anatoli. Hombre más tranquilo que él no hay en los alrededores.
Pobre viejo, dicen algunos vecinos.
Hay que decir que no es un pobre viejo, de esa pobreza a la que se refieren cuando hablan de él en la cantina, es pobre como todos los habitantes allí, lo que sí es, un “conejillo de Indias” ya que de cuando en cuando su mujer, Mi brujita – le llama él – le prepara algunas yerbitas que sirvan para curar el estreñimiento que tiene a la Agustina sin ir al water durante varias semanas. El pobre Anatoli las prueba en primer lugar, se le ha visto sentado en el cajón a lo menos tres días, en cambio a la Agustina nada le ablanda sus tripas.
Doña María Luisa, la mujer del Eusebio cada cierto tiempo va a visitar a la Jesusa ¿Y saben por qué va? Les contaré que el Eusebio deja pasar más de un mes para cumplir con su deber matrimonial, y la María eso no se lo perdona.
Doña Jesusa, ya sabe a lo que vengo, otra vez mi marido anda con él animo caído
Dale la hierba del clavo, esa que te di hace unos meses no más, harto flojo tu marido niña.
—Doña Jesu, le di toda la que quedaba, y otras cosas que me han recomendado, así qué niña búscame alguna otra cosita de las que conoces, ya sabes necesito un afro/para/disíaco poderoso.
Afrodisíaco querrás decir María Luisa.
—Sí, eso, es que mira, cuando el Eusebio anda bien, es como estar en el paraíso en el dormitorio.
Y la bruja, perdón la Jesusa, puso manos a la obra y le preparó algo al Eusebio, pero, como siempre tratándose de producto nuevo de su farmacopea, Anatoli debió beber la pócima y ¿sabe qué?
Esa noche la Jesusa y el “Tole”, - Como ella le dice - cerraron puertas y ventanas, corrieron postigos y los vecinos tuvimos que oír tres días con sus respectivas noches los maullidos que daba la meica y su marido. Digo maullar ya que parecían las llamadas que hace mi gata a sus amantes en Agosto; ella, a veces salía a buscar alguna cosita a la huerta y se entraba ligerito ¡Por Dios! La cristiana para despeinada que salía, pero, con una sonrisa de oreja a oreja.
Tierras malas aquellas, malas y pobres; dicen los más antiguos que alguna vez fue un vergel, casi tan vasto y generoso que muchos pregonan que era casi mejor que donde moraron Eva y Adán, bueno hasta antes que la serpiente les hiciera la bromita, aquella que a nosotros pobres hombres, nos llevó a sudar para el pan de cada día y a ellas, las hizo parir gritando de dolor.
Una mañana cualquiera a alguien se le ocurrió hacer carbón vegetal, primero cortaron los espinos, que por su dureza es carbón de primera, pero se acabaron los espinos, luego fueron cortando los árboles de acuerdo a su dureza y así hasta llegar a quemar los blanditos como el álamo y el sauce, sus ascuas usted sabe que calientan poco, luz dan, pero, las parrilladas no se hacen con luz, esos carbones, producían sólo cenizas.
Para terminar con la tragedia, más tarde llegaron algunos que compraron las tierras a precio de huevo, y plantaron pinos y eucaliptos, crecieron, pero dicen que secaron las napas subterráneas, a los veinte años talaron todo, hicieron largas hileras de troncos, llegaron los camiones, cargaron todo y llevaron a las trituradoras para que las hicieran “chips”. La tierra se agotó poco a poco, ya nada crece, salvo en el jardín de doña Jesusa, tiene manos verdes o a lo mejor es algún pacto con el diablo, mire que teniendo en casa un gato y un perro tan negros, todo puede ser.
Le he de contar que nadie sabe a qué hora duerme la bruja. Yo soy fiestero de fin de semana y bueno a veces en la mitad de la semana también, costumbre arraigada desde los tiempos en qué vestía pantalón corto.
Nunca pude hacer lesa a mi santa madre ¿Santa? Poco tenía de santa, ya que cada vez que conversaba con la Jesusa, llegaba a la casa a puro sacarme cresta y media con unas varillas de mimbre que se conseguía no sé dónde. Yo cuando podía se la quemaba, pero, si no la encontraba, encontraba el cordón de la plancha y me daba azotes por bogar y también por no remar y es que la bruja y perdone pero no puedo decir otra cosa, ella, estaba sentada en la ventana de su casa a la hora que yo llegase de la farra, si a las cuatro, allí estaba con los ojos abiertos como las lechuzas, si a la una, ahí estaba sentada, a cualquier hora estaba ella en la famosa ventana. Yo llegaba calladito a casa, la brujilda hacía su trabajo y mi madre el de ella, mi mamá era experta en dar donde más dolía.
De vez en cuando se me confunden los tiempos, no dejo de regresar a aquellos años en que fuimos niños y es que tengo tan impregnados esos recuerdos que hay ratos en que no se si es presente o pasado.
Bruja de día y bruja de noche, pero han de saber que no hay embrujo que dure cien años, ni pendejos que los soporten, así que la venganza fue fraguada entre zumba y zumba, ninguno de los de la pandilla se escapaba, hasta su propio hijo recibía directamente los castigos.
A la nada de vegetación, con esa sequedad en donde nada florecía, vimos florecer una fábrica, a nosotros poco nos interesaba, con excepción de algo que sirviera para jugar o para cambiarlas por algo de dinero.
La industria se estableció bastante cerca de las casas, los ojos de los habitantes de Negrete se alegraron ya que al menos florecería algún dinerillo extra para matar el hambre en el pueblo.
Los días de vientos en la época primaveral, de la que solo nos enterábamos por que era Septiembre. El viento hacía levantar unos tierrales que nublaban todo el horizonte y nada dejaban ver. Debe haber sido algún castigo divino para tal situación, imagínese que hasta el desierto de Atacama florece después de alguna lluvia, acá ni eso, sólo el jardín de la bruja que siempre estaba verde.
Las lluvias por algún fenómeno inexplicable no se detenían en Negrete, era como si cuando llovía las nubes cerraban los ojos al pasar sobre el pueblo y, cual niño jugando al luche (rayuela) de un salto se pasaba de largo el pueblo, y el pueblo vecino recibía el doble de agua ya que le dejaban caer la suya y la nuestra, ella traía aparejado que los vecinos tuviesen un doble verde y nosotros un doble negro, ahora al negro heredado de los tiempos del carbón se vino a sumar el humo de la industria que nos caía como lluvia de invierno. Esto hacía ver a los ojos de los habitantes del lugar que alguien se ensañó con nosotros, y debe haber sido por algún pecado cometido en tiempos de antaño y por ese pecado pagamos todos nosotros, hasta el final de los días.
Las consigna que acuñamos: “pegar donde más duela y ojo por ojo”.
Dulce iba a ser la venganza, el hijo de la bruja participaba de la conjura. Eso porque si ella a nosotros nos delataba, a él se la daba ella, santo Dios que gritos daba su hijo, si llegamos a pensar que lo convertiría en algún animal de apariencia repugnante algo así como un dragón de Komodo.
La mayoría de los habitantes del pueblo estaban irremediablemente sin trabajo, la industria había llegado a resolver en parte el problema, pero los más viejos o menos jóvenes que viene a ser lo mismo, de acuerdo a los principios libremercadistas no eran contratados.
Mujeres tampoco contrataba el dueño de la empresa, tenía a varias trabajando, pero cada día trataba que se fuesen, no las trataba mal, tenían el mismo sueldo que sus compañeros y las mismas regalías que aún cuando eran pocas, no colocaba trabas en cumplirlas. Lo de no contratar mujeres, decía que no era discriminación solamente no las requería, a pesar de no hacer mal su trabajo incluso más minuciosas que los hombres. Había una causal de orden biológica . Decía que lo había leído en alguna revista “científica” ¡La mujeres tienen la vejiga más chica que la de los hombres! - reflexionaba - Si su vejiga es más chica que la del hombre, se llena más luego y más luego deben orinar, por lo tanto, las horas productivas de ellas eran menos que sus compañeros. Tenía calculado el tiempo que ellas perdían, decía: cuatro meaditas femeninas por dos de los hombres, eso en un día, siete minutos cada salida, sumaban veintiocho minutos al día, seis días a la semana le sumaban ciento sesenta y ocho minutos y finalmente seiscientos setenta y dos minutos en el mes por cada una de ellas, mucha pérdida – Decía
Un día me sentí grande y me fui del pueblo lo mismo que la mayoría de los hombres y algunas mujeres que al cumplir la mayoría de edad emigran. Para que llegara la hora de la partida hubo de pasar mucha agua bajo los puentes, de seguro pasó mucha agua en los otros puentes ya que en el nuestro pasó solo hollín de la chimenea de la industria y algo de los hornos de carbón que hacía años no quemaban madera, por arte y obra de algún santo nos mandaban algo del negro que aún conservaban. Lo que quedaba de la actividad de los carboneros era el negro de su piel, negros quedaron, sus ojos negros, su rostro igual, lo mismo que sus manos y todo su cuerpo, se podría pensar que hasta sudaban negro, con nada se borraba, alguien decía que era un castigo por haber dejado al pueblo sin verdor, ellos hacían mandas al santo patrón, le pedían les hiciere llover, y si por esas mandas caía agua, los hombres de carbón se empelotaban parándose en medio de sus patios para que la lluvia les lavase sus negros cuerpos, les salía bastante, pero, luego la sequía y el negro de humo de la chimenea los regresaba a sus estado de oscuridad o negrura.
Jugar fútbol con pelota de trapo era nuestro deporte favorito, debía ser de trapo ya que dinero no había como para comprar una como Dios manda, como no se podía levantar más polvo del que ya caía, jugábamos en una planicie cercana en las afueras del pueblo, ahí el pasto crecía bien.
Una mañana recorriendo la industria a la búsqueda de algo para jugar o vender encontramos unos sacos con un polvo albo, granulado como la sal, nos llevamos unos kilos y con eso rayamos la cancha de fútbol, se veía linda con las rayas blancas, a los dos días el pasto se puso café y a la semana las rayas no eran blancas sino que solo había tierra.
El “Guarisapo” – Parece que se llamaba Antonio – Gritó:
—¡Chuiquillos, encontré la venganza!
—¿De qué hablai weón?
—De la Morgana.
—¿Qué Morgana, Guari?
—¡Putas que son giles, la bruja poh!
—¿Que onda guarisapo?
—¡Shaaaa. Miren, nos metimos a la fábrica, y nos robamos un saco de esa gueá blanca.
—¿Y?
—Se la regalamos o vendimos a la bruja.
—¿Y?
—Miren weones, si se secó el pasto en la cancha, a ella se le secan las plantas.
—¡Chuchas! Que soy inteligente. ¡Vamos cabros!
—¡Sra Morgana!
—Como que Morgana cabros gueones, los voy a acusar a toditos para que les saquen la cresta, andaban en la fábrica robando quien sabe qué.
—Señora, mejor conviértanos en conejos pero no acuse, ¿no ve que siempre nos pegan por su culpa?
—¿Qué quieren? Digan ligerito que tengo que hacer.
—Mire señora, en el pueblo del lado, encontramos un poco de salitre que le colocaron a las papas, y como usted tiene bonitas las plantas se lo vendimos barato.
—Ven que andaban robando. Algo traman.
—No señora si necesitamos unas monedas para ir a ver a unas chiquillas.
Y Doña Jesusa recibió la sal como regalo, como no conocía el salitre, le colocó la sal a sus plantas, y lentamente el mismo proceso de la cancha vivió su vergel, sus plantas primero mustias y luego se secaron todas, todo seco. Por muchos años no tuvo plantas, con ello se cerró el círculo en el pueblo, nada quedó verde ni siquiera el jardín embrujado,
Nosotros felices, pero nos duró poco, a todos nos dieron unas palizas que no se olvidará fácilmente.
Doña Agustina, no tuvo laxantes, cada vez que las tripas le reclamaban eran palos para el Pelao José.
Al Guarisapo le fue peor ya que era el hijo de la María Luisa que no tuvo más afrodisiacos para levantarle el ánimo a su marido.
Se secaron las Espuelas de galán y la mamá del José Luis las usaba una o dos veces al mes para que se le borraran los moretones en los ojos cuando su marido le pegaba.
Y a mí, mi santa madre, me la dio con el cordón de la plancha, con varillas de mimbre y con lo que pilló a mano y sobre todo cuando sus riñones sufrían.
Curiche
Diciembre 2006
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