Vivía en una fábrica.

Mi padre era administrativo de una caja de ruido y polvo, mi madre era ama de una casa pequeña, con las paredes descascarilladas y llenas de leche rancia, del batir de los biberones de mi hermana menor.

Kalufa, el perro guardián, de tan sólo nueve años ya había perdido los dientes por el constante recibir y traer viejos discos de radial, que yo mismo le lanzaba en aquella prisión cuartelera sin apenas escolarizar.

Entre planchas de mármol, granito y zócalos me pasaban los días festivos, preguntándome a mis siete años ¿ y si ese era todo el mundo que me esperaba?

Pero gracias a dios, aún había mucha mierda que descubrir ahí fuera.

Nuevas sentencias con diferentes condenas.