La Procesión
Año tras año, desde no se recuerda cuándo, en el pueblo se realiza la procesión de San Arturo de la Concepción, un santo local, de los más milagrosos de toda la villa y sus alrededores. El párroco del pueblo, el padre Manuel, comienza con un pequeño discurso en el altar de su parroquia mientras un grupo de seis acólitos adolescentes levantan la imagen del santo sobre un arnés tipo camilla. Dos adelante, dos atrás y uno a cada lado, por si al santo se le ocurriese perder el equilibrio.
En las puertas de la parroquia comienza la procesión, una larga hilera de fieles con velas encendidas, vestidos con sus mejores tenidas. Los Ave María se alternan con canciones religiosas, de esas que parecen tener todas una misma melodía. La imagen de san Arturo muestra un hombre alto, maduro pero no viejo, vestido sólo con una sábana blanca, recordando quizá un traje a la usanza de los antiguos romanos.
El ritmo de la música y de los rezos marca el compás de los pasos de los caminantes. La imagen se balancea de lado a lado, san Arturo parece bailar al mismo ritmo de la hilera de fieles que lo acarrean.
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Arturo Uribe escapó de su patria antes de ser apresado y juzgado por reiteradas estafas. No dudó en tomar la primera nave que zarpó hacia el Nuevo Mundo, ofreciendo sus servicios como avezado navegante. El hombre era muy astuto y tardó muy poco tiempo en aprender la artes del mar. Su viaje desde el Viejo hacia el floreciente Nuevo Mundo no tuvo mayores contratiempos.
Escogió un puerto casi al azar, desembarcó y se preparó a una nueva vida. La villa escogida era una típica ciudad de esos años de la colonia, la gente era en su mayoría mestiza, se dedicaban a las siembras, minería y comercio. Al poco tiempo de estar en el pueblo, Arturo se dio cuenta de la importancia de su aspecto y en especial de su acento español. Su astuta mente comenzó a trabajar nuevamente, ideando un plan que le permitiera hacer una vida fácil y acomodada en las nuevas tierras de Su Majestad.
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La procesión alcanza la plaza del pueblo, el punto en donde se realiza la ceremonia de adoración al santo. La imagen es depositada con mucho cuidado en un altar al centro de la plaza, mientras el padre Manuel se prepara a recitar su misa. El sermón, como es costumbre en la procesión, incluye alusiones a la vida y obra de san Arturo, resaltando su espíritu solidario, sus múltiples sacrificios y sus aportes, como la construcción del convento de las Hermanas de la Concepción.
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Una de las destrezas casi innatas de Arturo Uribe era la de poder fácilmente falsificar o crear de la nada documentos que parecieran oficiales. De esta forma consiguió convencer al representante del reinado que había sido enviado con instrucciones precisar de realizar prospecciones y explotación minera en el sector. Se escogieron en las afueras del pueblo los terrenos a ser prospectados, se contrató gente y se compraron materiales, todo a cuenta del dinero que llegaría al mes siguiente, en el próximo arribo de una nave desde España. Arturo pensaba vivir de esa forma por un par de meses, hasta que la situación explotara por sí sola, y luego cambiarse a otro pueblo para repetir la misma treta.
A la tercera semana de trabajo de los mineros, éstos encontraron una gran beta de oro. Arturo no lo esperaba y casi echó todo a perder delatándose ante el pueblo. Su astucia y rapidez le ayudaron a seguir representando el papel de enviado de su majestad, y así aprovechar las ganancias que obtendrían de la explotación del mineral, las que superaban con creces la capacidad de gastar del español.
El prostíbulo del pueblo estaba administrado por doña Concepción, una hermosa mujer que albergaba a un grupo de unas diez jóvenes especialistas en la ejecución de los mejores placeres del cuerpo. Al poco tiempo de llegado al pueblo, Arturo era ya un habitual cliente de la casa de Concepción. Él prefería a las chicas mestizas, le parecían más sensuales, sin embargo, después de haber disfrutado varias veces con cada una de las jóvenes, el deseo del español comenzó a dirigirse hacia la dueña de la casa. Poco a poco este deseo comenzó a transformarse en obsesión, él le llevaba regalos cada vez más caros y hasta ordenó construir una nueva y espectacular vivienda para ella y sus chicas, la Casa de las Chicas de Concepción, la comenzaron a llamar en el pueblo.
Después de algunos años de jugarretas y negativas, finalmente Concepción cedió ante la insistencia de Arturo. La boda fue la más grande de la que se tuviera memoria en aquellos lugares del Nuevo Mundo, el pueblo fue casi reconstruido con el dinero de la mina de oro, y se repartieron muchos regalos a todos sus habitantes. Tal fue el alboroto que se armó que las noticias de esta boda, y del supuesto representante de Su Majestad, llegaron hasta la misma corona, en el Viejo Mundo.
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Los seis acólitos toman nuevamente la imagen de san Arturo y comienza la caminata de vuelta hacia la iglesia., al frente de la hilera camina el padre Manuel, seguido por las Hermanas de la Concepción. Se repiten las canciones y los rezos, se repite el baile del santo. Una suave llovizna comienza a caer, mojando a lo fieles, pero sin perturbar sus cantos y oraciones, quizá mejorando el efecto de la procesión, agregando ese toque de sacrificio que a esta gente pareciera atraerle tanto.
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Una de las chicas de Concepción fue la primera en enterarse (gracias a un cliente que recién llegaba desde España) que la Corona estaba tomando medidas y que pronto enviarían a un investigador a tomar acciones contra Arturo. Concepción se dio cuenta en ese momento de quién era su esposo, supo que estaba siendo buscado en España por estafador, y se dispuso a vengarse. Durante la mitad de la noche lo despertó, lo amenazó con un arma y lo echó de su casa y del pueblo. Vestido sólo con una sábana y corriendo por entre las calles del pueblo es como se le recordó al estafador durante los siguientes años. Varios disparos al aire realizó Concepción para despertar a sus vecinos, para que todo el pueblo se diera cuenta de quién era ese hombre, y de cómo huía asustado de su esposa.
Aprovechó Concepción de citar a una reunión a todo el pueblo, les comentó lo sucedido y que pronto llegaría el investigador desde España. Escondieron muy bien la entrada a la mina, convirtieron la casa construida por Arturo en el convento de las Hermanas de la Concepción, disfrazando a las chicas de monjas, y decorando una habitación como capilla (esos fueron los días que más clientes asistieron a la Casa). Concepción encargó a un artesano del pueblo la construcción de una imagen de Arturo vestido con una sábana, y que fuera hueca, en el interior de la imagen colocaron una buena cantidad de oro y un plano con la ubicación exacta de la entrada y las instrucciones para encontrar la mina.
Se olvidaron de lo ocurrido en el pueblo hasta que el investigador llegó. Ese español era un buen tipo y se creyó rápidamente la historia que el hombre a quien buscaba había huido del pueblo hacía varios meses, sin dejar un rastro de su paso. Mucho tiempo se quedó el investigador en esas tierras, tanto fue ese tiempo, que la gente se olvidó de lo ocurrido, y la historia de la mina pasó a ser una leyenda más de esas tierras.
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Varios hechos se juntan a la entrada de la iglesia. Las pozas de agua, producto de la reciente llovizna, un perro que ladra junto al acólito de la derecha, él que mete su pie izquierdo en el agua, tropezando y empujando la imagen del santo con su brazo, el estornudo del acólito a la izquierda, que le impide ver al santo perdiendo el equilibrio.
Miles de trozos saltan esparcidos por el pavimento de la vereda. En el mismo lugar del impacto queda un gran y pesado lingote de oro muy brillante, y amarrado a él un pergamino escrito en español antiguo.
El último milagro del santo, es como se recordará ese hecho. Cuando transcurra algún tiempo, cuando el oro de la mina se agote, la gente se olvidará de lo ocurrido y esta historia se convertirá en otra de las muchas leyendas de esas tierras.
Justo dos meses después de la procesión de san Arturo, en el pueblo vecino se realiza la procesión de san Alberto ...
Jota |