. . . dijeron las malas lenguas, pero no me importó porque estaba en buena compañía, al menos por el momento. Sabía, sin embargo, sabía dentro de mí que la perdería porque siempre la perdía, siempre se iba en puntos suspensivos y campanas sobre campana y sobre campana una, inevitablemente, así tendía a ocurrir todos los días, aunque se tratara siempre de un contexto distinto. Y claro, me acuerdo de aquellos días cuando no se iba a pesar de las campanas, o mejor dicho, después de ellas seguía estando ahí, más presente, menos puntualmente suspensiva, y sonriendo de oreja a oreja y con la nariz graciosa en el medio como un chocolatito blanco frunciendo su propio pequeño ceño de una manera muy graciosa, y por ese entonces nosotros también estábamos en muy buena compañía hasta que sencillamente dejamos de acompañarnos y las campanas se volvieron suspensivas punto por punto. En realidad no me importa lo que digan las malas lenguas mientras no se lo digan a ella, pero si se lo dicen y después de las campanas y eso hace la idea de estar en su compañía mucho más peligrosa porque el aire se carga de pequeñas estalactitas que se caen ante el más mínimo retumbar del aire, así que tenemos que susurrar e inevitablemente no escuchamos nada y dejamos de entendernos poco a poco y cuando la cosa comienza a levantar un poco y las estalactitas están un poco más dominadas suenan las campanas y todo se queda en puntos suspensivos justo cuando las malas lenguas se transforman en buenas lenguas y las escenas se vuelven un poco más de películas de madrugada y con menos comerciales, pero con la misma sugerente cantidad de puntos suspensivos. Pero ahí suenan las campanas y sobre campana una, y entonces veo la ventana aunque no me asomo porque ya me ganaron al asomamiento y la ventana en sí extraña cuando ella se sentaba en el marco y me miraba como si disfrutara mi compañía y no por culpa de las malas lenguas me tuviera miedo, me mirara como aquel que destruye su presente pedacito por pedacito. Supongo que si tuviera ese poder igual no lo usaría, aunque mi egoísmo lo reclamara tanto, pero no, si nuestra compañía el uno del otro ya no es tan buena y está tan llena de miedo no puedo venir a decirte que estoy lleno de puntos suspensivos pero por sobre todo harto de las campanas y de la ventana abierta dejando entrar la luz del sol que es patéticamente no simbólica ni representativa sino meramente un peso más sobre los ojos cansados y rojos por el sol. En verdad, siento que con ella estaba en muy buena compañía, y no me importaban las malas lenguas porque no habían malas lenguas más que la mía propia enredándose con mis pensamientos y diciendo cosas que nunca debieron ser dichas y nunca debieron pasar de los puntos suspensivos y nunca, nunca, nunca dejarme sin ventana y sin luz del sol simbólica y representativa, pero ahora, lamentablemente, ya es un poco tarde para lamentarse por eso y me tienes miedo ahora que mi ventana ya no te da luz ni vale la pena para asomarse y tus puntos suspensivos son comas y signos de exclamación en el libro de alguien más. Quizás las malas lenguas no son tan malas, si por fin con ellas me puedo quedar sin puntos suspensivos, si puedo escribir por fin “The End” (o mejor todavía, capítulo X, donde X es el número del capítulo que tocaría). Pero tú y yo sabemos que eso no pasará ni hoy ni mañana, pero no importa porque ahorita estoy en buena compañía y no me tienes miedo y no hay ningún libro de nadie más sino tan solo tú poniendo los puntos sobre mis íes y las comas donde deben ir, y las malas lenguas volviéndose buenas lenguas pero si, como siempre, campana sobre campana y sobre campana una asómate a la ventana y ahí entra la luz del sol de nuevo, de nuevo, como siempre, y ahí se acabó tu compañía, y todo se vuelve de nuevo punto suspensivo, porque tuviste que decir que . . .