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Andrea quería tratar el tema de una buena vez, pero no encontraba el momento oportuno para plantearlo, y se demoraba en la facultad, en los cafés de estudiantes, o pasaba tardes enteras en lo de alguna amiga. Cuando llegaba a su casa, evitaba tanto el comedor como el cuarto de los padres, y se dirigía directamente a su habitación, con algunos víveres obtenidos subrepticiamente de la heladera. Jorge, su hermano, también eludía encarar la cuestión con franqueza, y últimamente se lo veía poco y nada en el hogar. Y los padres, como siempre, cada uno en lo suyo, no daban indicios de querer empezar a hablar del asunto, ni dejaban entrever signos sobre la decisión que adoptarían al respecto.
Un día se encontraron los cuatro en un almuerzo dominical. El acontecimiento transcurría como siempre, y parecía que el tema no sería parte de la conversación, hasta que Andrea, como quien no quiere la cosa, comentó:
-Se acerca la hora de las definiciones-. Mientras, masticaba con lentitud y elevaba la mirada, observando alternativamente a ambos progenitores.
-Mmhhuu- emitió con la boca cerrada su madre, afirmando con la cabeza. En ese momento, el padre se levantaba para ir a la cocina a buscar hielo. Regresó con el recipiente, y volcó dos cubitos con los dedos en su vaso de gaseosa. Ofreció a los demás con un gesto, dejando finalmente la cubetera junto a las botellas. Después habló:
-Yo estoy dispuesto a renovar el contrato. No tengo ningún inconveniente en continuar como vamos- señaló enfáticamente. Empujaba el mentón hacia adelante, las comisuras de los labios hacia abajo, y ambos gestos, unidos, daban cierta autoridad a su aseveración.
-Sí, viejo, está bien- . Jorge mojaba un trozo de pan en la salsa de los ravioles-. Vos querés seguir como hasta ahora, pero... ¿ Mamá qué dice? ¿Y nosotros... qué pitos tocamos en esto?
-Yo lo estoy pensando desde hace un tiempo, con mucho cuidado, sin descartar ninguna opción- dijo la madre, depositando con lentitud y prolijidad los cubiertos usados sobre el plato. Se limpió la boca con la punta de la servilleta y siguió: -Me parece que a ustedes les debemos una explicación, pero no me parece que deban intervenir en la decisión- y miraba alternativamente a ambos hijos.
-Pues a mí sí me parece que debemos opinar-. Andrea dejó abruptamente de comer, empujando agresivamente el plato hacia el centro de la mesa. Continuó:- Esta decisión nos va a afectar a todos, y creo que nadie puede permanecer indiferente. No somos los convidados de piedra, ¿verdad. Jorge?
-Yo pienso igual que ella; a mí también me parece que deberíamos opinar- afirmó Jorge en apoyo de su hermana.
-Renovamos el contrato, y todos felices y contentos- reiteró el padre, intentando darle punto final a la discusión.
-No, no es así- le respondió su esposa-. En una fuente traía frutas diversas para el postre-. Que el contrato pueda ser renovado no obliga a actuar automáticamente. Lo que no me queda muy claro es si ustedes dos pueden opinar- y volvió a señalar a sus hijos con la barbilla, mientras ofrecía frutas de la fuente.
-Ante la duda...- comenzó Jorge.
-Pues debería importarte nuestra opinión, más allá de que podamos o no tener peso en la decisión- disparó a quemarropa Andrea, joven de dieciocho años, estudiante del primer año de abogacía. El pelo castaño, largo, lo llevaba recogido con una cinta en la nuca, despejando la amplia frente; los ojos negros, profundos, estaban muy brillantes luego de la respuesta.
-Pues claro que me importa, pero la responsabilidad sigue siendo nuestra; no te olvides...- respondió la madre, llevándose un trozo de manzana sin pelar a la boca.
-Yo, si puedo hacer una sugerencia, sería partidario de no renovarlo- añadió Jorge, luego de engullir una banana de un bocado, sin la cáscara, por supuesto-. Me parece que estamos juntos nada más que... porque estamos juntos; y seguimos así por inercia, por no tener otra perspectiva en vista...Se podría intentar otra manera de convivir, o de relacionarnos, y eso pasa por dar por terminado al contrato- completó el joven de veinte años, pelo muy corto, ojos claros, rasgos de la cara angulosos, miembros largos y delgados, actitud desgarbada, ropa de adolescente y, según él, estudiante de tercer año en ingeniería de sistemas.
-No estoy de acuerdo con lo que decís, Jorge, pero si no te viene bien seguir acá, pues nadie te obliga a quedarte; aunque todavía sos menor, tenés libertad completa para hacer tu vida, y en definitiva, la puerta está siempre abierta- contestó con demasiada solemnidad el padre. Respiraba con dificultad y aflojó el cuello cerrado de la camisa. Una oleada de calor trepaba por su garganta, y la ansiedad le entrecortaba el flujo del discurso, quitándole la necesaria autoridad.
-¡Ya está! ¿Ven? No se puede conversar; ya le salió el enano fachista al viejo-. Jorge rió algo forzadamente, y decidió elegir otra fruta, tal vez sólo para tener la boca ocupada. Pero Andrea tomó la posta:
-A mí me gustaría agotar el tema: Hablar y escuchar todos los pros y los contras de las dos alternativas que se presentan... Quizá hasta hay otras que no conozco...-terminó interrogante, levantando las cejas, y mirando fijamente a su padre. Este encendió un cigarrillo y le solicitó el inevitable café a su esposa. Ella lo miraba, sin hablar, masticando despacio el último trozo de la manzana, como si estuviera decidiendo una compra en una oferta de vidriera. Luego se levantó para ir a la cocina.
-¿Qué pasa? ¿Ya no te puedo pedir que me traigas algo?
-Sí, querido, como poder pedir, podés pedir, pero, ahora, de ahí a que...- y la puerta con cierre automático la siguió inmediatamente, ahogando en la cocina la última parte de la frase.




La despabilaron unos golpes suaves en la puerta, y sin abrir los ojos, murmuró:
-¡Pasá, pasá!- Sabía quien era, y no se asombró cuando Jorge apareció en su cuarto, abriendo sigilosamente la puerta. La miraba desde el marco; aparentemente dudaba si entrar o seguir su camino. Al resolverse se acercó y se sentó a los pies de la cama. Andrea recogió las piernas para darle lugar, y él se recostó contra la pared.
-¿Y... qué pensás de todo esto?
-¿Qué pienso? Ya lo dije. No me huele muy bien como viene la cosa...- y ella dibujaba garabatos con un dedo en el aire.
-¿Por qué?- El miraba hacia la puerta, sin volverse hacia ella, y sacudía una pierna, topando el taco de la zapatilla contra la cama.
-Porque ellos se van a arreglar sin consultarnos; si seguimos juntos o no, me parece que nos pasa por arriba...
-El viejo no quiere cambios- comentó él en voz baja, como una explicación parcial.
-Sí, pero es así porque le resulta más fácil como estamos ahora; me parece que si Mamá lo presiona va a hacer lo que ella quiera. No lo veo con agallas para jugarse...
-¿Y Mamá está decidida a romper el contrato?
-Está muy misteriosa... Me parece que tiene algo; que está bastante comprometida-. Andrea se sentó, acondicionándose la almohada detrás del cuello..
-Vos estás loca... Mirá cómo hablás... ¿Acaso la viste con alguien?
-Pero, nene, ¿vos vivís en una burbuja?- Ella sonreía con suficiencia
-No, pero es cierto que últimamente paro poco en casa. Y si lo que decís es así, es mejor que terminemos de una buena vez con esta farsa.
-¿Terminemos? ¿Has pensado seriamente cómo nos afectaría a nosotros una ruptura del contrato?
-No creo que sea peor que esto...
-¿Ah, no? ¿Te gustaría cohabitar con un extraño, por ejemplo?
-¿De qué cuernos estás hablando? Yo no pienso convivir más que conmigo mismo, que ya es bastante... O con vos, de última.
- Ah, gracias. ¿Y de qué vas a vivir, si puede saberse?
-Estoy en eso... creo que estoy por conseguir un trabajito, algo...no sé, ¿por qué?
-Porque si pensás independizarte y hacer tu vida, necesitás un trabajo, un buen trabajo...
-Sí, en eso estoy...
-Bueno, apurate antes que se te caiga la estantería encima, y tengas que agachar la cabeza y optar por alguno de los dos.
-Nena... ¿sabés que te estás poniendo demasiado pesada? Basta por hoy-. Jorge se inclinó para incorporarse, apoyó los pies en el piso y luego, como por partes, comenzó a enderezarse hasta ponerse de pie. Se desperezó, para terminar mirándola a ella por encima del hombro. -Me voy a acostar, chau, y no sueñes con el contrato.
Ella murmuró algo ininteligible, y pegó un salto con todo el cuerpo, para luego esconderse debajo de las sábanas, cubriéndose la cabeza con la almohada. Él se volvió y le pellizcó un dedo del pie a través de las cobijas. Cuando ella gritó, ya había cruzado la puerta.




La casa estaba desierta; no había gente, ni se percibían ruidos. Muy escasa luz se apreciaba; sólo la penumbra que establecían las persianas bajas, los postigos cerrados, y las cortinas corridas. El ruido de una llave hurgando en la cerradura de la puerta de calle repiqueteó con estampidos sucesivos. Alicia ingresó a paso apresurado, se dirigió a la cocina, abrió la heladera y con un vaso de algún líquido fresco y una fruta en un platito, caminó hasta el dormitorio principal. Allí se quitó el abrigo, y tomó el teléfono. Mientras masticaba una manzana, marcó un número:
-Hola, sí, ¿cómo estás?- Se recostó en la cama, con un almohadón detrás de la nuca. Con la cabeza inclinada hacia el hombro sostenía el inalámbrico, mientras manipulaba la fruta y hojeaba el diario, que había quedado sobre la cama. Alguien hablaba desde el otro lado, continuamente y con voz sonora.
-Me parece que todavía debemos esperar. Recién ahora estamos conversando del tema- explicaba ella-. No sé cuándo podría tener una definición... la cuestión es difícil, vos bien lo sabés, y Ricardo no me facilita las cosas...- Un ruido de llaves en la cerradura la alertaron y se incorporó súbitamente: -Tengo que cortarte, ahora; luego te llamo, chau.
Andrea entró apresuradamente y fue hasta su dormitorio. Desde el cuarto de Alicia se escuchaban los ruidos de puertas y de objetos varios precipitados con violencia sobre una mesa. Después sobrevino un completo silencio en la casa.
-¿Andrea? ¿Sos vos?- Alicia se incorporó y fue hasta el cuarto de su hija. Esta permanecía sentada frente al escritorio, quieta. Sólo se escuchaba la respiración. Sin luces, era una sombra que se alzaba por sobre el respaldo del asiento.
-¿Te pasa algo, querida?
-Dejame, Mamá, por favor...andate y dejame sola, que necesito pensar.
Alicia se acercó hasta el borde de la silla, y bajó las manos hacia los hombros de Andrea. Los oprimió y sintió que ella temblaba, impulsada por el llanto inminente. Bajó la cabeza y la besó en el pelo. Entonces Andrea elevó sus brazos y tomó fuerte los de su madre. Y comenzó a llorar.
-Vamos, querida, verás que todo va a salir bien; que nos vamos a arreglar y vamos a resolver las cosas como personas adultas.
-¿Como personas adultas? ¿Qué quiere decir eso? ¿Qué me querés decir, Mamá?- Andrea la soltó y se secó los ojos con la manga de la blusa. Su madre la liberó y retrocedió unos pasos.
-Que las cosas que tengan que pasar van a pasar, y nosotros vamos a estar bien, de la manera que sea...
-O sea que vos pensás que el contrato no se va a renovar...
-Creo que no; creo que yo voy a rechazar la renovación...
-¿Y nosotros? ¿Qué va a pasar con Jorge y conmigo?
-Bueno... pues ustedes podrán decidir con quien ir.
-O sea, ustedes disponen un día armar la familia y otro día desarmarla, y nosotros somos tan divisibles como las cosas de la casa, como los autos, el dinero del banco, los amigos, que se reparten por mitades, y listo, todo arreglado.
-No, no es tan así. El contrato establece taxativamente que cada diez años debemos renovarlo o revocarlo. No se puede evitar ni postergar la decisión.
-Pero podrían optar por un plazo más corto, si resultara conveniente para todos, ¿no es así? Por lo menos mientras Jorge y yo avanzamos en los estudios...
-Sí, se podría tomar un plazo de tres o cuatro años, pero creo que, dadas las actuales circunstancias...
-¿Cuáles circunstancias?
-Bueno, vos bien sabés que la relación con tu padre no pasa por su mejor momento, y creo que va a ser positivo tomar un poco de distancia mutua...
-Y acortar otra distancia mutua, ¿no, Mami?- Andrea se puso de pie y se acercó a la ventana.
-Está bien, ya que lo decís, es bueno que hablemos claramente. Creo que voy a formar otra pareja en un futuro, con un hombre que me quiere, y con el que me siento muy identificada. Es una nueva etapa de mi vida y encaro con él una relación muy diferente a la que he tenido con tu padre... Y creo que tengo derecho a...
-¿Y Papá, qué piensa hacer? ¿Lo has hablado con él? ¿Y nosotros, en qué situación quedamos?
-No se preocupen ustedes, que siempre van a poder contar con nosotros, de una manera o de otra...
-Claro, seguro que va a ser así...- Y Andrea esbozó con los labios un gesto de desolada tristeza, con una pizca de soberbia, mucho de inseguridad, y quizá, en el fondo, una naciente indiferencia.
Salió abruptamente del cuarto, dejando a su madre con la palabra en la boca, sin deseos ya de seguir escuchándola.





Ricardo se lavaba los dientes, y mientras se frotaba con el cepillo hasta hacer sangrar las encías, sentía que debía intentar una vez más acercarse a su mujer. Si no resultaba, bueno, habría que encarar las cosas de otra manera. Y darles una respuesta franca a los chicos, que la estaban reclamando. Se enjuagó la boca, escupiendo abundante agua en el lavatorio. Se miró en el espejo, considerando que aún conservaba una imagen aceptable. Apagó la luz y salió hacia el cuarto. Con una tenue iluminación, Alicia, aparentemente, ya dormía. El se metió entre las sábanas, y se le acercó. Pasó un brazo por encima del hombro, suave y tibio, y bajó la mano hasta el pecho. Ella protestó y se hundió más entre las sábanas. El arrimó todo el cuerpo, con evidente intención de lograr intimidad con ella, pero sólo obtuvo un más efectivo rechazo.
-No, Ricardo, no. Dejame dormir ahora, y mañana hablamos.
-No, mañana no-. El se sentó en la cama y activó una luz más intensa-. Definamos las cosas ya, de una buena vez; si lo nuestro no va más, bueno, aceptémoslo francamente y cada cual a lo suyo.
-Bien, así me gusta escucharte, decidido, sin vueltas. Es lo mejor-. Ella se despertó súbitamente, sentándose en la cama. Parecían dispuestos a tomar una resolución de una vez por todas.



Varios días después, un mediodía sofocante los encontró reunidos en la oficina céntrica del Registro General de las Personas, antes denominada Registro Civil. Alicia no comprendía por qué debían presentarse los cuatro, ya que el trámite debían resolverlo ella y su marido. Estaba intranquila y no paraba de jugar con el pelo, con la cartera; tampoco terminaba de arreglar la caída del saco del traje sastre gris claro que se había puesto ese día para estar a tono con las circunstancias. Su marido, distraído, como ausente, hojeaba por enésima vez las noticias financieras del diario de la mañana. Andrea y Jorge, con cara de velorio, aburridos, se miraban de vez en cuando como diciéndose: “¿Para qué cuernos estamos nosotros aquí?”
Una mujer mayor los llamó por sus nombres, a los cuatro, solicitándoles los respectivos documentos. Y el original del contrato, por supuesto.
-Ya está vencido, por lo que procede la renovación automática- observó la señora, oficial civil a cargo del procedimiento.
-No es así- respondió prontamente Alicia-. Fíjese al pie que se solicitó una prórroga oportunamente, y que ésta vence la próxima semana-. La angustia se apoderó súbitamente de su laringe.
-Está bien, pasen y tomen asiento-. Y corriéndose a un costado, dejó ingresar a su despacho a la familia, mientras verificaba con ojo atento la observación de Alicia.
Una vez que todos ocuparon sus asientos, la oficial volvió a hablar en plural:
-¿Ya tienen la decisión tomada sobre el futuro del contrato?
-Así es- indicó enfáticamente Alicia, que había recuperado la voz, y parecía representar al grupo-. Hemos decidido no renovarlo en esta oportunidad-. La mujer miró a todos, uno por uno, y al detenerse nuevamente en Alicia, volvió a preguntar:
-¿Y es unánime esa decisión?
-¿A qué se refiere con si es unánime la decisión?- intercaló Ricardo, saliendo súbitamente de su letargo.
-A eso, precisamente a eso, y nada más que a eso. Repito: ¿Es unánime la decisión de no renovar el contrato?
-Sí, estamos de acuerdo- respondieron simultáneamente Alicia y Ricardo, mirándose entre sí.
-¿Y ustedes, qué opinan? - La mujer señalaba a los chicos con la barbilla, sonriéndoles con curiosidad y algo de simpatía.
-¿Nosotros...? ¿Que qué opinamos?...- La respuesta de Jorge y Andrea no se hizo esperar.
-Vamos, necesito la opinión de ustedes, para que la decisión sea unánime- aclaró la oficial con un tono que no dejaba dudas, y que le heló la sangre a Alicia:
-No le comprendo...¿Cómo es eso de que no le es suficiente con nuestra decisión?- y miraba espantada a Ricardo, que en ese momento contemplaba el zócalo, atraído tal vez por el movimiento de algún insecto. Había comenzado a sonreír.
-Mire, señora, la ley es muy clara en este aspecto. Yo no tengo la culpa si usted no leyó la reglamentación completa. La primera renovación la decide la pareja, pero en la segunda, si hay hijos, y la conclusión es por la negativa, deben intervenir ellos en la misma. Si se oponen, la renovación se prolonga hasta la mayoría de edad de los jóvenes, y si estudian, hasta finalizar la carrera... ¿No lo sabía?
-No, es la primera vez que oigo una cosa así...- Los colores no regresaban a las mejillas de Alicia, que retorcía la correa de la cartera haciendo blanquear los nudillos.
-A mí no me parece mal la idea- deslizó con voz baja y profunda Ricardo. Apoyaba sus manos en los muslos, con los codos hacia fuera, e inclinaba el torso hacia delante, en una actitud ahora de intensa concentración.
-Entonces...¿Cuál es su opinión?- Miraba alternativamente a ambos jóvenes, que a su vez se miraban entre sí, frunciendo el ceño y los puños. Con voz algo temblorosa, Andrea pidió:
-¿Nos permitiría hablar de esto en privado a mi hermano y a mí?
-Está bien, tienen quince minutos. Ustedes, si quieren, pueden permanecer aquí- agregó luego, dirigiéndose a Ricardo y Alicia.- Y ahora, discúlpenme, pero tengo mucho trabajo pendiente-. Salió entonces de la oficina con varias carpetas bajo el brazo.



Un cuarto de hora después regresaron los jóvenes. Se miraban entre sí, tensos, sonriéndose con complicidad. Parecían con los nervios de punta pero controlados. Al sentarse se tomaron la mano y luego se soltaron. Alicia los interrogaba con la barbilla, sin lograr una respuesta. Ricardo los ignoraba; había regresado al diario, a la página de deportes. La oficial entró rauda, y se dirigió rectamente a su asiento.
-¿Y bien?... ¿Qué decidieron?- Juntaba ambas manos sobre el escritorio y miraba a Andrea. Jorge contestó:
-Hemos decidido continuar con el contrato...
-¡Eso no puede ser! No puedo creer lo que estoy oyendo-. Alicia respiraba con dificultad y sus palabras surgían espasmódicas.
-¿Por qué no?- Ricardo abandonó la lectura, observando a sus hijos con una amplia sonrisa.
-Es injusto; la decisión debería ser nuestra, nada más... Ellos, en unos años, se van, ¿y nosotros, qué...?- Alicia rompió a llorar. Movimientos convulsivos sacudían sus hombros y su cabeza. Ricardo le ofreció un pañuelo, que rechazó con airado gesto, para tomar uno de la cartera.
-...a menos que podamos firmar ya mismo otro contrato que nos posibilite una nueva forma de convivir- concluyó Jorge. Había elevado un tanto el tono de voz para lograr ser escuchado.
-¿Y cómo sería eso?- Alicia hipaba y se sonaba la nariz; ya sus ojos se estaban secando con celeridad. Ricardo levantó la cabeza y miró extrañado a Jorge, como si empezara a conocerlo.
-Pues si vos querés irte, te vas, y los que quedamos, convivimos bajo nuestras normas; sería más o menos así- agregó Andrea. Y luego, dirigiéndose a la oficial : - ¿Puede ser?
-Sí, no es una modalidad muy utilizada, pero es viable. Se rescinde el contrato anterior, y se dividen los bienes en partes iguales entre los tres actores...
-¿Cómo entre tres actores?... ¿Quién es el tercero?- Alicia miraba espantada a la señora, sin terminar de digerir las sorpresas.
-Ellos, querida, ellos...- le respondió Ricardo con tono didáctico.
-Así es- corroboró la oficial, asintiendo además con la cabeza-. Es un tercio para cada uno de los miembros de la pareja, y un tercio para los hijos, siempre que los bienes sean gananciales y no hereditarios, que son personales de cada uno.
-Por mí, no hay inconveniente, aunque me gustaría en el futuro tener la misma independencia que ellos – agregó Ricardo.
-Desde ya- contestaron a coro Jorge y Andrea-. ¿Y vos, Mamá, qué decidís?
-Bueno, si las cosas son así y decidimos por unanimidad no renovar el contrato, por supuesto que estoy de acuerdo. Lo que no entiendo es por qué dimos tantas vueltas si quedamos en la misma situación que cuando entramos. No lo entiendo- repetía, sin distinguir en su fuero íntimo si estaba aliviada o seguía molesta.
-No, Mamá. Estás confundida porque no querés ver las cosas como son. Pero no importa: Sí, el resultado es el mismo, menos un tercio en tu patrimonio- terminó Andrea con tono agrio.
-A lo que debemos agregar el fondo común para mantener el hogar de menores y/o estudiantes, que se deberá establecer en un futuro inmediato, considerando un porcentaje de los ingresos de los mayores...
-Esto es un abuso...- rezongó Alicia, y antes de volver a expresarse, enunciaba nuevamente la oficial a continuación de ella:
-...pero este apoyo económico para el sustento de los menores queda compensado con el fondo que ellos deberán integrar cuando sean independientes, para contribuir a la jubilación de sus padres. Como pueden apreciar, ambos esfuerzos se ven así compensados.
-Claro, entonces no solamente debo mantenerme a mí misma, sino también contribuir para ellos, además de lo que ya vengo aportando para mi padre...- Alicia estaba francamente irritada, y el calor ambiente, pues el aire acondicionado no funcionaba, la terminaba de fastidiar, al punto que se quitó el saco, abanicándose con una revista.
-Todas las separaciones son caras, señora- la oficial volvía a dirigirse a Alicia-. Pero también considere que existe la posibilidad de renovar el contrato y continuar como hasta ahora.
-No, no, está bien, hagámoslo así, como usted dice...
-No, no es como yo lo digo. Ellos- y señaló a los chicos con la barbilla- propusieron esto, no yo. No se confunda, señora. Estamos buscando la mejor solución para todos.
-Para mí, está todo bien, y firmo ya lo que sea necesario- anunció Ricardo, intentando finalizar el trámite.
La oficial se incorporó y ofreció unos papeles que fueron refrendando los cuatro, y que ella rubricó al final, con un sello.
-La semana entrante pueden pasar a retirar los documentos y la constancia certificada de la revocación del contrato. El nuevo espero tenerlo también para esa fecha- y ofrecía una mano firme, mientras despedía a cada uno con natural cordialidad.



Afuera, el sol caía con fuerza; el pavimento reverberaba, y el grupo se miraba entre sí, sin resolver alejarse de las enormes puertas del Registro.
-La verdad, no me esperaba tantas sorpresas- suspiraba todavía Alicia, con el pañuelo en la mano-. Pero, en fin, no nos fue tan mal. A veces, lo mejor es enemigo de lo bueno.
-Para mí lo que logramos es muy bueno, Mamá- precisó Andrea con rapidez-. Y la familia todavía sigue en pie. Te disculpamos tu claudicación, pero no quieras disolvernos porque vos querés borrarte...
-Vas a tener siempre un lugar en casa...- agregó Ricardo, con cierto tono decepcionado. Había imaginado otro final a la situación.
-¡Gracias, muchas gracias!- intercaló Alicia, con el exasperante tono de: Olvidate de eso.
-Cuando quieran, podemos organizar un sector de hombres y otro para mujeres- propuso Jorge con cierto humor, mientras buscaba la sombra de un toldo.
-Y ustedes más vale que estudien y no pierdan el tiempo, que no me gusta alimentar zánganos- . Alicia se dirigía a sus hijos con fundamento, pero con algo de rencor en el tono.
-¿Por qué no vamos a tomar algo? Tengo la boca reseca- propuso Ricardo, intentando prolongar lo improrrogable .
-No, yo ya me voy. Y no me esperen a comer esta noche-. Alicia besó fugazmente a cada uno en la mejilla, y se alejó presurosa rumbo a una esquina, levantando la mano hacia el taxi que se aproximaba.
-Vamos- decidió Andrea, definitivamente de buen humor. Se colgó de los brazos de Jorge y Ricardo, y comenzaron a caminar hacia un “Café Bar” cercano. Afirmada en ellos, iba dando pequeños saltos. Miraba alternativamente a ambos hombres, y pensaba, no sin cierto optimismo: “Y bueno... si no podemos ser cuatro, somos tres, y quizá...tal vez... en un futuro... quién sabe cómo...volvamos a ser...Veremos.”


Texto agregado el 08-02-2004, y leído por 359 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-11-2006 Un talento sin igual, felicitaciones***** clavelrojo
08-02-2004 Hola colega. He disfrutado esta descripción y mucho. Saludos. Copas de vino. rodrigo
 
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