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Bruno Albino baja del auto, con una bolsa con dos kilos de pan y un paquete de tenue merengue. Ambas entidades, de distinto peso y consistencia, le obligan concentrar la mayor parte del esfuerzo del descenso en esa mano izquierda, mientras la derecha, por su cuenta, maniobra las puertas y coloca la llave. Luego, Bruno resbala la mirada por encima del denso techo de tejas de su casa, que aparecen mohosas, húmedas y oscurecidas por la lluvia reciente, y contempla más allá las nuevas hojas de la catalpa de su jardín, de un verde mate, salpicadas por las perfumadas florcitas de color blanco rosáceo con su diminuto centro amarillo, que marcan, comparativamente, otro contraste.
Antes de ingresar a su casa, se vuelve y observa el palo borracho que años atrás el vecino plantara en la vereda, a pocos pasos de la entrada. Enorme, sólido, imponente, ofrece ahora esos ligeros copos de algodón que dejará caer por todos lados, como nieve de verano.
De pronto, más allá, a Bruno le llama la atención un inusual bullicio en la cuadra. Curioso, observa que dos inspectores municipales uniformados encaran a una pareja de bolivianos que ha salido a vender flores y plantines en un humilde carrito que empujan por sobre la vereda. Los inspectores han dejado cruzadas sus dos motocicletas en la calle, ocupando una porción considerable de la vía pública. Observan con mirada crítica unos papeles, y gesticulan hacia la pareja de floricultores que, silenciosos y con actitud recogida, los contemplan desde abajo, parpadeando muy ligero y moviendo imperceptiblemente los labios. Alguna disculpa o justificación están intentando formular. Seguramente no cuentan con el permiso municipal de venta ambulante, y quizá hasta carecen de documentos...
Pero, de pronto, viene a interrumpir la escena desde el otro lado de la cuadra, un enorme camión de más de treinta toneladas. Lento y pesado como un paquidermo, se aproxima por el medio de la calle, y hace sonar brevemente la bocina dos veces, anunciando su necesidad de vía libre. Los inspectores comprenden, y abandonando fugazmente a la pareja, desplazan las motocicletas, colocándolas paralelas al cordón de la vereda. El camión avanza lentamente, haciendo trepidar vidrios y paredes a su paso, llevándose también algunas hojas y ramas cuyos tallos tuvieron el atrevimiento de crecer hacia la calle, y al alejarse, su conductor agradece y saluda con otros dos leves bap-bap de la bocina.
Los inspectores regresan a la pareja ambulante, y luego de vehementes recomendaciones, deciden alejarse, paralela y quedamente, montados en sus motocicletas. Los floricultores se miran; no entienden por qué los detuvieron ni tampoco por qué ahora los dejan irse.
Entonces, Bruno les hace una seña con la mano derecha. Cuando se vuelven, les solicita que aguarden un momento, y entra a su casa para disponer el merengue en la heladera. Deposita luego la bolsa del pan sobre la mesa de la cocina, y vuelve a salir, interesado en comprar algunos plantines de lobelias y petunias azules, blancas, o amarillas, y algún ramo de nuevos y fragantes - no excesivamente fragantes- jazmines.

En esa calle, como en todo el interior del radio urbano de la ciudad, está absolutamente prohibido circular con vehículos de más de cuatro toneladas. Para controlar esto, el H.C.D. ha votado una ordenanza aprobando la creación de la Secretaría de Transporte y Seguridad Urbana. Junto con ella, el aumento correspondiente del presupuesto para cubrir los gastos en personal y equipamiento que demandará la aplicación de la partida correspondiente. En los considerandos, se exponía que las multas que aplicarían al sancionar severamente a los infractores, producirían finalmente ganancias, evitándole mayores gastos al municipio.

El carrito de los bolivianos, a diferencia del camión, no marcó ni siquiera con barro la vereda, ni tampoco llegó a mermar las ventas de los viveros “contribuyentes” de la zona.
El pavimento, rajado, desnivelado, cada vez más roto, queda como muestra de la consecuencia, concreta, de una desproporción real entre lastres y levedades en nuestra ciudad.
El palo borracho con su simiente, y la catalpa en flor; el pan que aguarda el almuerzo sobre la mesa, y el merengue con crema de postre, no alcanzan a compensar la mencionada desproporción.
Bruno Albino es testigo de ello



Texto agregado el 08-02-2004, y leído por 384 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-02-2004 Ja, una muy buena queja y antecedente hecho relato, muy bien, besitos AnaCecilia
 
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