Negro. Negro como la habitación en la que me encuentro. Negra parálisis temporal. Entre las sombras de la negra sala, tu silueta dorada. Hincándome tu mirada, recorres mi alma en busca de una señal.
Señal que llega en forma de falda bajada.
Deseosa de tu cuerpo alzo mi brazo al viento y tomándolo de la muñeca, el baile comienza. Los labios sellados en puro deseo, muerden mi carne en bocados de seducción. Tu boca sedienta, hambrienta, mi carne revienta, ardiendo dispuesta a que tu lengua me recorra.
Primero la mano es la víctima deti, lamiendo mis dedos con juguetones movimientos; pero el recipiente de la lujuria que es tu boca no se conforma con mi muñeca. Pasando a piel más blanda, sube su vicioso juego hacia mi brazo, el cual se derrite a tu acaricia. Y en tu boca encuentra velada mis pecas, sin querer volver a mí, vagando extenuadas por tus pecados en forma de labios.
En húmedo temblar de piernas intentas arrimarte a mi cuerpo, que una vez yacido, se encuentra doblegado ante tu arma mortal. La que se acerca, sigilosa, silenciosa, creyéndose camuflada entre el bosque, erguida y temblorosa.
Descubriendo mi flaqueza, la sonrisa lujuriosa se aposenta en tu semblante hasta hacerme desfallecer.
Mientras tu boca juega con mi piel, tus ojos me pervierten el alma. Avergonzada por tu mirada, hipnotizada por tu confianza, me dejé hacer..no sin antes dejar reposar entre tus manos mi frágil sexo.
Doblándome el brazo lo acercaste hacia mi pecho, rozándome con tu suave dulzura mi pezón. Frío tacto que me erizó la mente, en perversiones ocultas que se apoderan de mi cuerpo que aclamándote se retuerce de dolor.
Echando de menos tus besos, la dictadura de mi espíritu escupió que me desearas. Sumiso ante su voluntad tu cuerpo respondió acercándose más aún, casi como el velcro en una pared de lana, sentía tu olor enrollándose con el mío.
El segundo acto de un baile lento, rápido, incesante. Provocadora noche que nos hace ser animales.
Ese oscuro objeto de deseo que son tus manos.
Bajando por mi cintura…
Ese contoneo agitado de tus labios
Hundiéndose en mi cuello…
Esa suavidad mórbida de tu mirada
Clavada en mi cuerpo desnudo…
Arrastrada por el deseo tomaste mi cuerpo y me llevaste contigo. Mi espalda ya no rozaba la cama, el cuarto, el mundo.
Me castigaste contra la pared cercana, mientras la fuerza de tu impaciencia hacía crujir mis huesos contra el muro, que dejaba de ser el Muro de las Lamentaciones para llamarse el muro de los gemidos de lascivia.
El fuego del infierno ardía entre mis piernas.
El averno entero se quedó vacío aquella noche, porque el mismo Diablo había bajado para atender nuestra pasión. Sujetando la llama del amor, apagó con su boca negra su fuego, pues allí no moraba el cariño sino el deseo.
Abrasados parecían correr los segundos mientras te notaba cada vez más en mi interior y más, y más…
En gritos extremos, mi boca tornaba seca, a la par que mis dedos desgarraban tu espalda, deseosos de que acabaras pero deseando que no acabaras nunca.
El dolor intenso de mi cintura, empotrada contra la pared, rivalizaba contra el placer de tus manos hincadas en mis muslos sangrantes empujándome contra el muro, en un constante intento de traspasar mi cuerpo, para alcanzar mayor gloria.
Y el momento se hace eterno, cuando el brillo se vuelve negro, cuando el cielo abre intenso, mientras los sentidos no pueden ni llorar ni reir.
La vista se vuelve vaga, cambiando a clara, consciente de que aunque tú mires no vas a ver nada.
El olfato vuela, porque ni el respirar te deja el vaivén de caderas, pues oler…menos aún.
El oido, como la vista y el olfato, se niega a trabajar.
El gusto, más que gusta paladea, disfruta, saborea. Cata los poros de tu piel mientras el ocaso llega, todo mi cuerpo se deleita. Las manos se convierten en boca, para probar el sabor de tu carne, y las uñas se convierten en lengua, desgarrando tu espalda desnuda, chupando cada uno de los centímetros de todo tu cuerpo.
El tacto en sí se desespera. Estresado por las sensaciones, agolpa tareas, su piel contra la mía, su cadera clavada, el desgarro vil de la próxima separación. Tacto en sí mudo, perplejo ante la actividad de dos cuerpos enroscados, el tuyo y el mío, que se fuerzan para tirar el muro de los prejuicios y hacer saltar por los aires el mundo de la moral.
Y en esto el tiempo se enfada, coge su daga y latiga al campeón en la espalda. En un grito incierto, mezcla entre final y comienzo, el penúltimo gemido. No sin antes coger mis manos al viento, en un lazo eterno, no de amor ni de amistad. Oír mis nudillos sufrir entre tus manos que cogen fuerza…Oír mi cadera que se muere al frenar…Oír tu jadeo intenso…Oír… |