EL HIJO DEL PRESIDENTE
El hijo del Presidente de la Compañía es gay y no tiene otra alternativa que la de vivir con su padre, al que detesta, sobre todo en las mañanas cuando éste se desliza por las habitaciones con ese inconfundible mal humor crónico que mantiene desde que su mujer y sus dos hijas lo abandonaran
Su padre se levanta todos los días entre las siete y las siete diez.
Bruno es capaz de identificar plenamente el estado de ánimo de su padre por los ruidos que éste desencadena en las mañanas al levantarse. Que sacuda con violencia inusitada la bata de levantar, por ejemplo, y esto vaya acompañado de tres sonsonetes gangosos, indica invariablemente, que su padre pasó una mala noche, es decir durmió solo, sin su amante. Que derribe algún objeto del dormitorio y tropiece con ellos, revela que amaneció perturbado por que a lo mejor esa mañana tendrá una reunión con los dirigentes del sindicato de la empresa, los que seguramente le solicitarán un aumento en los salarios. Que golpee la puerta del dormitorio, es señal inexorable que está retrasado.
Esa mañana el ritual se cumple como de costumbre. Bruno sigue mentalmente cada uno de los movimientos de su padre.
Cuando el colgador resbala por el piso. Bruno sabe de antemano que su padre recién comenzará a vestirse. Entonces, él, en ese momento se levanta.
Cauteloso se dirige al cuarto de los útiles de aseo, debajo de las escaleras. Revuelve en el viejo armario hasta dar con la ansiada jeringa. Sigiloso busca el frasco con la mezcla ya diluida e inyecta la aguja. Enseguida espera que su padre regrese a la cocina.
El chirrido de los goznes del mueble de cocina, indican que su padre se dispone a desayunar, instancia que Bruno aprovecha para hurguetear en su closet hasta dar con la ansiada cajita color burdeo de los cosméticos, que su prima Eliana le regalara para el Día de los Enamorados. Saca su lápiz labial y pinta su boca de azul profundo, recordando las humillaciones que tuvo que soportar cuando su padre lo sorprendió por primera vez maquillado.
Después se dirige a su cómoda. Allí busca el conjunto de raso negro que alguna vez fue de su madre, procediendo con sensualidad a acicalarse con él, asombrándose de mantener aún la misma talla de hace tres años, cuando su madre lo engalanó por primera vez con ese vestido, para darle ese gustito en la fiesta de su cumpleaños, impresionando a todos sus primos. Dándose los últimos retoques se mira a contraluz en el espejo trizado, y se ve en todos los detalles: repara en sus pechos glamorosos y descubre que sus caderas se han tornado sensuales y ondulantes. Se veía burbujeante, casi bello, si no fuera por el casi, nadie podría reconocerlo. Piensa que se avizoran tiempos mejores. Recordó cuando fue vilipendiado por su padre, y ahora, ajustado en ese traje, se siente como una pequeña burbuja atrapada en el tiempo, encapullado en su crisálida travesti. Tuvo una idea cursi. Si no estuviera su padre ahí, seguro que se arrojaría al jardín y se alejaría por los senderos, escoltado por luciérnagas y grillos.
Y en un arranque de Almodovarismo dislocado, se levanta la falda, dejando al descubierto aquella piel pálida y maltratada. Da unos breves
golpecitos sobre el relieve de la vena saliente de su ingle. Hunde la aguja en su carne, descargando todo el líquido espeso carmesí.
A medida que la ponzoña se introduce en su torrente sanguíneo, Bruno, empieza a flotar por la vida, erigiendo su propia constelación evanescente. Se siente feliz, desechando esa fea y ridícula vida anterior. Ya instalado en su paraíso tridimensional divisa blandas nubes que suben y bajan. De repente, y sin saber cómo, todo empieza a parecer más pequeño y menos importante viendo como su nube predilecta se descuelga, desinflándose perezosamente. Bruno recién se convulsiona, resopla y jadea como una bestia reventada. Su garganta se va cerrando poco a poco, mientras su sonrisa se agranda, hasta quedar convertida en una ridícula mueca azul. Confundido, no entiende como el reciente fulgor se va extinguiendo. Avanza a tientas hasta la cama y se desploma
Siente un dolor que lo despedaza y se estremece por dentro. El aún puede sentir el rugir del motor del auto de su padre, desplegando esa nube espesa e irrespirable de monóxido que le deja como todas las mañanas, ese sabor acre en la garganta.. De súbito, y con precisión lacerante, una intensa puntada empieza a comprimirle el centro del pecho, ahogándolo. Intenta gritar, pero su voz...ya se apagó... confundiéndose con el rechinar del motor.
Mientras su padre se apresta a tomar su café, suena el teléfono. Titubea si contesta. Mira la hora y descubre que lleva un cierto retraso y
detesta llegar tarde a la Compañía, pero tiene una corazonada: que sean noticias del anhelado retorno de su mujer y atiende. Se equivoca. Alguien oyó su voz al otro lado y colgó de inmediato. Para esa confusión, él ya tiene una respuesta precisa, limitándose a encogerse de hombros. Apresurado toma su abrigo, dos panes a medio tostar y se dirige al garage. Se da vuelta y en un gesto displicente da una última mirada hacia el fondo de la pieza oxidada de su hijo. Hace tronar el motor de su auto. Los gases inundan la casa y parte furioso, maldiciendo aquel inoportuno llamado que lo dejó sin su sagrado café.
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