Miró a su alrededor y quedó fascinado por el espectáculo insólito que se extendía ante sus ojos, cegados por la luz blanquecina del sol que le hacía parpadear sin tregua. Comenzó a sentir sobre la cara el suave y acogedor calor que le iba cubriendo poco a poco. Le pareció que nunca antes había experimentado algo tan bueno. Shirk abrió su mano, lentamente, como si de un ritual se tratara, y extendió los seis nudosos dedos para alcanzar a tocar la rugosa corteza de un árbol. Cuando lo hizo se quedó perplejo, la corteza de aquel árbol – según el manual de viajero interestelar, un olivo- tenía una textura áspera en unos sitios, y suave y fina en otros. Se maravilló de las sensaciones a las que de repente tenía acceso. Acostumbrado a la más alta tecnología, a los materiales sintéticos más avanzados o al diseño perfecto de cuanto solía rodearle, la caprichosa forma del árbol, sus ramas retorcidas, la hilera de hormigas que trepaban por él le sorprendía sobre manera. En su avanzada mente se planteaba una contradicción. Durante toda su vida, unos 120 años, le habían enseñado que para que las cosas funcionaran debía haber un orden perfecto, impertérrito, un ciclo sin fisuras y ahora, en este nuevo planeta observaba como, a simple vista, ocurrían las cosas sin un precepto concreto ni determinado.
Miró hacía sus pies y les descubrió entre una maraña de tallos verdes, húmedos y blandos que crecían en el suelo. Consultó su manual y éste le informó –con su voz electrónica- de que aquello era una forma de vida llamada hierba. Una vez que se aseguró de que era inofensiva se agachó y cogió, entre la media docena de dedos, un puñadito. Le sorprendió el comprobar que aquello había estado vivo hasta el momento en que lo arrancó. Sus dedos hipersensibles pudieron captar todavía un suave latir que acabó por apagarse.
Atónito con sus descubrimientos, decidió acercarse a una especie de espejo en el suelo que él suponía un agujero teletransportador. Al acercarse, advirtió un cambio sobre su superficie. Algo lo había golpeado y el espejo hacía ondas. Shirk pensó que habría alguien a punto de salir por ahí y aguardó con la esperanza de que fuera Burk, su compañero de viaje. La superficie del aquel espejo extraño volvió a alisarse pero Burk no apareció. De repente algo volvió a golpear la superficie y Shirk vio de qué se trataba. Era una especie de criatura minúscula de color entre verde y marrón que saltaba muchas veces su propio tamaño. Intrigado volvió a consulta su manual. RA-NA, dijo el sofisticado aparato.
Contento por haber encontrado una criatura viva decidió presentarse. “Hola, mi nombre es Shirk, provengo de Kikrom”. Naturalmente lo dijo en kikromiano, con lo cual, aunque la rana hubiera podido contestarle no habría entendido nada puesto que se trataba de una rana terrícola. Su saludo sonó más o menos así: - fhsgfgdahs jdkajsdh hfdshjfhsdhf - a lo que la rana contestó con un sonoro CROACK que le dejó un tanto confuso. Visto que no había manera de comunicarse con ella, consultó su manual el cuál le puso al tanto de que en la Tierra los animales no hablaban y de que debía buscar un humano.
Preocupado por la tardanza de Burk decidió que primero buscaría a su compañero y luego ya se encargaría de los humanos. Pensó que no podía estar muy lejos por lo que creyó que sería conveniente inspeccionar el terreno próximo a la nave. Se dio la vuelta para desandar el camino por el que había llegado a la charca, sus pies callosos, de tres dedos se retorcían de placer al caminar sobre la fresca y fragante hierba.
Shirk pensó en lo maravilloso que tenía que ser vivir allí rodeado por tantas cosas hermosas, de tantos olores. Nunca en todos sus viajes había conocido un planeta tan hermoso, tan distinto y con tantas cosas apasionantes por descubrir. Pensó ¿qué estará haciendo Burk? El brusco aterrizaje le había dejado aturdido y cuando volvió en sí su amigo no estaba a su lado. Decidió no preocuparse, seguramente habría salido a explorar y estaría maravillado mirando cualquiera de las cosas tan sorprendentes que había en este nuevo planeta.
Regresó a la nave y se sentó allí fuera a esperarle. El suave viento se mecía entre los árboles, estaba cansado y la brisa le acariciaba la cara. Envidió a los humanos que tenían todo aquello. Pensando y sintiendo el aire, se le fueron cerrando los ojos y se sumió en un apacible sueño.
Unos enormes alaridos le despertaron. Shirk se incorporó rápidamente y acudió alarmado hacía el lugar del que procedían los gritos. Lo que vio al llegar le dejó petrificado. Durante un largo minuto, se quedó mirando sobrecogido la imagen que tenía delante. Unos seres erguidos lanzaban dardos a Burk con una especie de máquinas metálicas que llevaban en las manos. Estos seres sólo tenían cinco dedos, lucían pelo en la cabeza y eran las criaturas más blancas que había visto nunca. Automáticamente su manual le informó de que aquellos eran los humanos.
Pensando que debía haber una confusión se lanzó a defender a su amigo y a aclarar el malentendido. Se abalanzó gritando ¡¡¡Alto, alto, somos kikromitas, amigos, amigos!!! Pero aquellos seres parecían no entender nada. Sus caras reflejaban horror y Shirk no pudo evitar fijarse en lo feos que eran. Sintió como le lanzaban varios de esos dardos que resbalaban sobre su dura piel mientras corría hacia Burk. Éste, intentaba también sin éxito aplacar a aquellas bestias salvajes que estaban enloquecidas.
Cuando los humanos se dieron cuenta de que sus armas no servían de nada contra aquellos seres que no dejaban de gritar cosas inteligibles, se dieron media vuelta y huyeron corriendo. Shirk y Burk les siguieron para entablar comunicación con ellos y poder aclarar el malentendido. Además el motivo por el que ambos habían hecho tan largo viaje era la entrega de un mensaje proveniente de la Unión Interestelar de Planetas, una institución que tenía su sede en Kikrom.
Aquellos humanos subieron en unos vehículos que los kikromianos supusieron sus naves y se marcharon dejando a ambos con la palabra en la boca. Shirk y Burk se miraron estupefactos y decidieron volver a la nave, nadie les había preparado para algo semejante. En todos los planetas que habían visitado sus habitantes habían sido muy cordiales, como era costumbre entre seres de distintos mundos.
La función de la Unión Interestelar de Planetas (U.I.P.), era conseguir la alianza entre todos los planetas que se encontraban en la misma galaxia para así establecer un intercambio de tecnología y materias primas. Kikrom fue el planeta en el que empezó el proyecto. Llevaban años mandando emisarios a otros planetas para darse a conocer y ofrecerles formar parte de la U.I.P y nunca se habían encontrado con una reacción así. Ni siquiera en Brumort donde la gente tenía fama de antipática.
Indignados, los dos kikromianos resoplaron de disgusto. Burk todavía tenía el susto en el cuerpo, - para no tenerlo -, pensó Shirk para sus adentros, - Caray – dijo en alto, - el general nunca mencionó nada fuera de lo común – reflexionó – ¡De haber sabido algo nos lo hubiera hecho saber de inmediato! -. Todavía temblorosos se dirigieron al interior de la nave, y recogieron los pocos vestigios de vida extraterrestre que habían dejado esparcidos con el impacto del aterrizaje. Al principio siempre costaba un poco entenderse entre seres de distintas galaxias, estaban las costumbres de cada sitio, el no saber el idioma… pero lo que se habían encontrado en La Tierra era otra cosa, estos seres eran peligrosos.
Shirk pensó en su paseo y en lo maravilloso que le había parecido al principio, en la envidia que había sentido de los humanos. Ya habiendo despegado, miró por una ventanilla y vió como La Tierra azul se hacía más y más pequeña, y entonces pensó que definitivamente La Tierra estaría mucho mejor si no hubiese terrícolas en ella.
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