El SITIO.
En forma inesperada, como siempre, regresé. El haber estado antes ahí me hizo sentir la tranquilidad de que todo estaba bien. El sueño bienhechor me traía esa sensación de paz ante el descanso del cuerpo agobiado por el desvelo, lo cual me hizo entregarme sin defensa al opresivo trance que me esperaba.
Aún con los ojos cerrados empecé por notar algo vagamente extraño. Era ese rancio olor que despedía mi lecho, a un sudor no propio, a algo sucio que chocaba con mi manía por la limpieza y el orden. Obligados, los ojos se entreabrieron para notar la densa oscuridad de esa pequeña habitación carente de ventanas lo que me impulsó a buscar la luz de mi lámpara de lectura, la cual misteriosamente no se encontraba en su lugar. A cambio de ello, brillaba tenuemente en la pared un apagador que no recordaba, el cual oprimí confundido tratando de explicarme su presencia. Una luz macilenta iluminó el habitáculo, impulsándome a salir del lecho, buscando abrir la desvencijada puerta verde que solo guardaba costras de ese color que tuvo en otros tiempos y ahora caída de sus goznes, se negaba a darme el paso. Mis uñas se enterraron en el tosco marco buscando destrabarla de la irregularidad del piso, lastimando mis dedos por el esfuerzo hasta que al fin, cedió entre rechinidos, dándome acceso a ese pasadizo angosto, que me era extrañamente familiar también. Llegué a una habitación que parecía ser una estancia desproporcionada que a través de sus pequeñas ventanas daba cuenta de un vecindario sórdido que pudiera estar en cualquier lugar. Algunos automóviles circulaban lentamente por las callejuelas empedradas haciendo que se movieran con dificultad. Afuera un sol de tarde, matizado por una cortina de un polvo muy fino, hacía el ambiente asfixiante, apremiándome a buscar la salida. Por alguna causa me aferraba a la sensación que dentro tenía la seguridad de estar resguardado, aunque el rechazo y el temor a ese espacio eran evidentes. Algo me condujo hacia una puerta que descubrí, daba acceso a la vivienda. Al llegar sentí una gran angustia ante la posibilidad de abandonar ese lugar opresivo y deprimente y caer en cuenta que mi temor radicaba realmente en salir de ahí. Mi cabeza pareció estallar y un mareo terrible me arrojó al suelo, perdiendo poco a poco la conciencia y depositándome en un dulce limbo, pareciendo flotar en una bruma de colores, donde se percibía un suave aroma a limas. Casi abandonado a ese estado de bienestar, presentí que me acercaba al final de todo, al momento que todos debemos enfrentar algún día, pero en mi caso me conducía al lugar de paz y seguridad que toda mi vida busqué. Repentinamente la fragancia se fue transformando en un olor acre, intenso, aumentando cada vez más su irritante hedor a grasa, a un sudor que no era mío, a algo sucio que chocaba con mi manía por la limpieza y el orden…
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