ENTRE PARENTESIS
...¡Qué horrible!, perdón... lo siento por presentarme así... Mil disculpas, pero no puedo decirles mucho en estas circunstancias. Acabo de enterarme que estoy muerto. Además ando muy apurado y no tengo mucho tiempo para contarles lo sucedido. He huido por un instante. Me he logrado escapar; pero por desgracia pronto he de regresar, lo presiento. Así que tendrán que disculparme por los posibles errores, pues, aunque no lo crean estoy muy excitado. Quizá aún no comprendan muy bien lo que les digo, pero entiéndanme por favor. Nunca antes nadie hizo esto, y tengo tanto que decirles... trataré de ser lo más conciso posible.
Quiero que sepan toda la verdad. Desgraciadamente me siento un poco mal al revelarla. Así que si por algún motivo piensan divulgar esto, procuren que sea sólo a personas que posean un alto grado de tolerancia, ya que, por increíble que parezca, se podría desmoronar toda una sociedad.
Les diré en primer lugar que soy un privilegiado, pues nadie más ha tenido la oportunidad de dar un mensaje en las circunstancias en las que me encuentro. En resumidas cuentas: no sé como llegue aquí. Aunque les podría asegurar que fue producto de un ferviente deseo.
Me enteré que moriría una semana antes; aunque no era absolutamente seguro, sí era lo más probable. Por eso tuve tiempo suficiente para meditar sobre mi vida y mi muerte. Debo reconocer que inicialmente sentí todos los síntomas del desahuciado: lloré, sufrí, negué mi realidad, hasta que al final acepté mi situación. Creo que el motivo principal –quizá el único- que me ayudó a tener una resignación más rápida fue que mis compañeros y amigos también estaban condenados a morir. De repente unos antes y otros después, pero resignados al fin y al cabo. Lo cual nos sirvió de consuelo mutuo. ¡Qué tonto!, lo olvidé. Ahora lo entenderán mejor. ¿Saben? Pertenecí a la Marina de mi país, y el submarino en que viajaba se hundió. Allí estuvimos cerca de una semana. No lo recuerdo muy bien. Lo cierto es que aún permanecemos allí; al menos nuestros cuerpos.
Para el último día que permanecí con vida, el nuestro era el único compartimento que aún no se había inundado, y los pocos tripulantes que aún vivían (no sé cuantos eran pues no existía ninguna fuente de luz) todavía tenían la esperanza de ser rescatados. Ese día también, casi se dan cuenta de lo que yo estaba haciendo. No recuerdo muy bien a quién se le ocurrió, pero decidimos confesar nuestros pecados en pareja. Mi confesor estuvo a punto de divulgar mi secreto; pero como sabrán, toda confesión es reservada, por lo tanto mi compañero no pudo decir lo que le conté. Intentó divulgar, no se como pudo ocurrírsele, uno de mis pecados en particular, y que afectaba directamente a la tripulación. Lamentablemente para él, no pudo decir nada al respecto, y no porque no quiso: lo maté. Como lo había hecho con todos los otros. Compréndanme por favor. Ya les dije: tengo poco tiempo y no puedo ser muy explícito en mis argumentos. ¿No entienden? Lo hacía en defensa propia. Todos ellos consumían el aire. Mi aire. ¿No es eso acaso un atentado contra mi vida? Por último, tarde o temprano iban a morir.
En las últimas horas yo era uno de los pocos que estaba consciente, y tuve la oportunidad de continuar defendiendo mi vida. Finalmente quedamos sólo dos, y fue recién allí cuando entré en razón y me di cuenta de las barbaridades que había cometido. Lloré. Lloramos juntos. Sabíamos que ya no quedaba más tiempo. Tratamos de idear algo para escapar, pero pronto nos dimos cuenta de la nulidad de nuestro propósito. Sólo nos quedó el consuelo de confesarnos el uno con el otro nuevamente. Total, luego de perder las esperanzas, lo único que nos quedaba era la fe. El se confesó primero y luego yo. Cuando terminé no supo que hacer; si matarme por el odio o abrazarme por el miedo. No pude ver su rostro debido a la oscuridad, no percibí ninguna reacción. No se porque creí que estaba muerto. Me di cuenta de lo contrario cuando llegue a escuchar una voz muy suave y casi sin aliento: “Estas perdonado”. Unos minutos después, más o menos, murió susurrándome: “Nos vemos en el cielo”. Creí en las palabras de mi amigo, y estaba seguro de llegar a un mejor lugar. ¿Acaso podría haber algo peor? De alguna manera ya me había resignado y sólo esperaba la muerte. Las compuertas se rompieron y el agua helada cubrió todo el lugar. Sólo por instinto me movía, buceaba y trataba de escapar. Sólo por instinto, porque sabía que no serviría de nada. Dicho y hecho, un minuto después tuve que abandonar mi cuerpo.
Luego de morir, por un instante, aunque no sé exactamente cuanto tiempo fue, estuve en el lugar de donde he huido por un momento para contarles esto, pero hasta ahora no he encontrado las palabras exactas para definirles todo el pánico y desesperación que sentí en aquel sitió, o mejor dicho, que no sentí. No estoy en el cielo, ni en el infierno, ni en el purgatorio. Tampoco, ninguno de esos es el lugar de donde he escapado. Aquí no existen esos sitios, no se porqué.
No les puedo dar ningún mensaje esperanzador. Hagan lo que hagan, crean lo que crean, piensen lo que piensen, practiquen lo que practiquen; la justicia, la corrupción, la bondad o el egoísmo no podrán escapar de esto. Todos finalmente tendrán que acabar allí, y sentirán la ausencia. Deseo en este instante tener una nueva vida y ser la persona más mala del mundo para saber si existe algún infierno que pueda reemplazar ese tormento que viví en aquel lugar del cual sólo yo he sido consciente, aunque ahora me arrepiento por eso. ¿Suicidarme? No, no se puede. Ya les dije que estoy muerto, y aunque se pudiera no serviría de nada. De cualquier modo siempre terminaría allí, como todos.
Me queda poco tiempo, ya les dije lo principal. Tengo que regresar a ese lugar. Allá, a la nada, a la no existencia. Mi emoción inicial ha variado. Mi excitación, no se porqué se ha transformado en angustia. Sé que soy un privilegiado pues nadie antes ha podido escapar de allí... pero, por qué lo hice? Esto es inevitable, me tengo que acabar. Aún no comprendo como pude ser tan imbécil y creer que había algo más allá; pero si es lógico, si llegamos de la nada, ¿cuál otro podría ser nuestro fin? Ya me tengo que ir, y no sé que sentiré o pensaré... No sé que decirles, algo me ocurre... y me siento mal, pero tranquilo... Creo que algo me pasa... no hay nada... no sé...
Agosto 2002
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