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Inicio / Cuenteros Locales / mizuno / Flower of Saffron: Historia de un romance. Capítulo 1

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Capítulo 1: De lo aburrido a lo interesante

Kumori observaba por la ventana de su habitación. Más específicamente, el jardín y aquel muro que lo separaba de la ciudad, de la vida. Estaba realmente aburrido de ver siempre lo mismo: el pasto verde, su hermana caminando por los pasillos del jardín, aquel muro, el manzano alto y frondoso y hasta la flor blanca que se hallaba en la enredadera que subía por la pared.
No aguantaba tampoco a su padre. Kumori haz esto, aquello, que hoy tienes que visitar este pueblo, que mañana este otro..., definitivamente, ser el príncipe no era lo mejor, pese a lo que mucha gente creía.
Había despertado con ganas de salir a la vida, de salir de esos muros que encerraban su corazón y su alma: era una bella mañana y no la quería desperdiciar.
Se metió en su armario y buscó unas ropas simples que había conseguido por ahí, unas ropas que le harían salir de su condición de príncipe y lo vestirían de algún papel que seguramente no reconocería, pero que le sería muy útil para esquivar a los funcionarios de palacio. Suspiró; ahora sí las ocuparía.
Salió al cabo de dos minutos, ya vestido completamente como un lacayo más. Miró hacia ambos lados por el pasillo, y se percató de que no había nadie. Salió sigilosamente, apurado, de aquel lugar, y caminó rápidamente y escondiéndose a ratos hasta llegar al patio central.
La verdad salir de aquel castillo no era muy difícil, así que no tuvo muchas dificultades para poder librarse de aquel muro: lo saltó con ayuda de una cuerda.
Todo cambiaba afuera para él, y hasta el aire era diferente. Era un aire a inmundicia, a vida, a primavera.
Caminó por el sendero hasta llegar a la ciudad. Estaba llena de gente que iba hacia un lado, corría hacia otro, gritaba, exclamaba, reclamaba, vivía. Los niños jugaban por en medio, la fuente expulsaba agua sin cesar y las palomas llegaban a refrescarse en ella. Sin embargo, algo le llamó la atención más cualquier otra cosa.
Aunque, mejor dicho, era alguien.


Mizuno esperaba pacientemente que su hermano saliera de esa tienda. Miraba pasar a la gente media somnolienta, como buena mañana de lunes, de un lado hacia otro; eso le gustaba porque pasaba bastante desapercibida, y prefería eso a que todos la miraran babosos como siempre.
“Este Kikoyu, ¿por qué se demorará tanto?”, Pensaba mientras veía pasar una de esas carrozas finas que solían pasar a esa hora, seguramente algún político que se dirigía a sus oficinas, o algún banquero rico. Soñaba con un poco de lujo, no podía ocultarlo. ¿Qué se podía hacer con eso? De todos modos, por más que soñara, quizá el lujo nunca llegaría.
“Y, hablando de soñar -pensaba-, eso es lo que quiero: dormir unos minutitos...”
Apoyó su cabeza en el umbral de la puerta de la tienda y cerró los ojos. Estuvo a punto de quedarse dormida cuando una voz la sacó de sus sueños...
-¿Buenos días?
Sobresaltada, abrió los ojos y vio a un joven a su lado. Tenía el pelo desordenado, ojos castaños y una sonrisa que encantaba y deslumbraba a la vez. Se veía humilde, pero algo escondía detrás de aquella humildad, eso se notaba de lejos.
-¿Sí?
-¿Cómo te llamas?
La muchacha bajó la mirada nerviosa.
-No te voy a hacer nada -sonrió el muchacho.
Ella sólo lo miró. Esperaba que su hermano llegase pronto, para poder escapar de este joven de buena figura...
Él sólo seguía sonriendo; Mizuno miraba hacia otras partes para evitar mirarlo a los ojos..., hasta que por fin se decidió a encararlo.
-¿Por qué me miras así, usted? -preguntó con la voz entrecortada.
-No lo sé... –respondió al tiempo que sonreía; quiso cambiar el tema:- ¿Cuál es tu nombre?
Mizuno no respondió; no tenía porque decirlo y menos a alguien que no era del pueblo, eso se notaba. Nunca lo había visto por esos lugares, y su cara mucho menos se le hacía familiar. Debía de ser algún mendigo o algún extranjero.
“Hermano...” pensó cada vez con mas anhelo, mientras el muchacho sonreía.


Kikoyu esperaba en la larga fila para poder conseguir algo de comer. Tenía sueño y quería salir pronto del lugar. No le gustaba dejar a Mizuno sola allá afuera. Salió de la fila y se acercó al mostrador. Se encontró con Don Camilo.
-¿No podría darme alguna cosa?
-Espera sentado cerca del mostrador y te pasaré algo...
-Es que estoy algo apurado, Don Camilo...
-Pues lo lamento, hay gente a la que debo atender..
Con resignación Kikoyu fue a sentarse en un banco cercano. Sus tripas comenzaban a sonarle. Miró hacia la puerta donde debería de estar su hermana y lo que vio lo hizo levantarse y caminar apurado hacia ella: un tipo estaba junto a ella y la mirada algo depravadamente para su gusto.
Abrió y los miró con una ceja alzada pidiendo una explicación. Mizuno se levantó, al igual que el joven que la acompañaba.
-¿Quién eres tú? - Dijo acercándosele sin perderlo de vista - ¿Qué haces con ella?
-Disculpa, sólo estaba acompañando a tu novia...
-No es mi novio - Dijo algo apresurada Mizuno - Es mi hermano...
-Pues, en serio lo lamento si te molestó
-Si, lo hizo. Hazme el favor de largarte - Dijo amenazante. Kumori retrocedió unos pasos.
-No me iré. Me llamo Kumori y vengo a hacerles una invitación a mi hogar. - Los hermanos se miraron a los ojos algo extrañados. Kumori prosiguió - Vivo en el palacio de Sahir...
Kikoyu se largó a reír, mientras que a Mizuno le brillaron los ojos. No se veía un joven mentiroso, y menos de ese calibre. Algo decidida y para contradecir a Kikoyu, con una sonrisa en su rostro, aceptó la invitación. Kikoyu la miró muy extrañado pero los siguió. No la dejaría sola con un demente.


“¿Dónde podrá estar?”
El rey Clyde se estaba volviendo loco. Su hijo no aparecía por ninguna parte, y dentro de cualquier momento llegaría la comitiva del rey Nicolás y su hija, los huéspedes más importantes del momento. La muchacha por su parte estaba comprometida con Kumori, y aquel día era el indicado para planear todos los detalles de la boda.
Se sintió tan frustrado por la desaparición de su hijo que no tuvo más que caminar.
Al cabo de un rato, entró en su habitación, donde, mirando por la ventana hacia la ciudad, se hallaba su esposa Helena, la Reina.
-¿Y? ¿Lo has visto?
-No, aún no aparece... -miró hacia fuera y luego exclamó- ¡Mira, mira, una carroza negra! ¡Es la comitiva!
El rey se asomó por el balcón para corroborar lo que decía su esposa, y su corazón comenzó a latir más rápido. Efectivamente, era la carroza de Nicolás y de su hija. Los detalles, los colores, la gallardía...
Se sintió desesperado.
Se agarró de los cabellos con ambas manos, preocupado por su futuro, por el futuro de su reino, por el futuro de su hijo. Helena lo tomó de la cara con sus manos y lo miró fijamente con una sonrisa. Esto le tranquilizó un poco.
-Querido mío, ten calma. Yo hablaré con Nicolás mientras tú buscas a Kumori, así que no caigamos en preocupaciones. Además, tú sabes que tu hijo llegará...
Clyde, que había bajado los ojos, miró a su esposa; ella tenía razón. La besó en la frente y salió de la habitación hacia el jardín. Helena se volvió hacia su espejo para arreglarse un poco, y al cabo de unos momentos aparecieron las criadas para ayudarla. Se arregló unos cuantos minutos y salió hacia el Gran Salón para recibir a sus visitas.
“¿Dónde demonios?, ¿Dónde rayos...?”
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vio a su hijo entrando por la puerta, detrás de la carroza con dos personas más. Iba conversando mientras se reía con una muchacha...
El Rey se acercó a los tres jóvenes y miró con el rostro serio a su hijo, a Kumori.
-Rey Clyde... gusto en verlo -saludó él con una reverencia. Mizuno y Kikoyu se miraron e imitaron el gesto.
-Sí, está bien... -dijo calmándose un momento - ¿Dónde te habías metido? Te busqué por todas partes...
Kumori sonrió.
-Salí a dar una vuelta y me encontré con estos muchachos. Los he invitado a quedarse con nosotros algún tiempo...
-Después veremos eso, hijo mío; ahora ve a arreglarte, que hay asuntos de Estado más importantes. El rey Nicolás, y su hija, ya están aquí.
-¿El Rey Nicolás? -pregunto con extrañeza Kumori - ¿Qué hace Él aquí?
-¿Lo olvidaste, acaso? Hoy planearemos los detalles de tu boda con la princesa Conii. Llévate a tus muchachos contigo, y arréglate en dos minutos. Yo voy a ayudar a tu madre...
Y el Rey Clyde salió corriendo para acompañar a su esposa, en el Gran Salón.
“Nunca lo voy a entender...”, pensó Kumori.


-Vengan conmigo...
Kumori los guió hacia el pasillo de los sirvientes. Se detuvo ante una de las habitaciones e indicó hacia adentro.
-Aquí se quedarán por ahora. Después vendré a decirles en que se ocuparán, para que puedan alojarse en el castillo. Claro está, si quieren trabajar.
“Nada es gratis en esta vida”, sonrió Kikoyu un poco malhumorado. Kumori, pidiendo disculpas, se retiró, dejando a los hermanos solos para que se acomodaran en la habitación.
No era mucho lo que llevaban.
-¿Sorprendido? -preguntó la muchacha, notando la cara de asco de su hermano.
Mizuno lo miró burlonamente. Daba gracias por haber seguido a aquel muchacho, después de todo. No le importaba como fuesen tratados, pero por lo menos sabía de donde quedarse y sabía que estaban mucho más cómodos que en la pequeña cabaña donde alojaban anteriormente. Feliz, contenta, se tiró sobre la cama. Si esto era de plebeyos, pensaba, quizás como vivirían los nobles.
Kikoyu sonreía. Su hermana se sentía muy feliz de estar ahí. Si ella estaba feliz, él también lo estaría, pero no le gustaba la idea del príncipe: “después vendré a decirles en que se ocuparán...” Le sonaba a trabajos forzados.
“Bueno... así será”
Se resignó y se tiró en la cama contigua. Vio a su hermana, que dormía plácidamente, y la tapó con la colcha. Se acostó junto a ella, y acto seguido, sus ojos se cerraron.


Kumori tomó lo primero que vio y salió apurado hacia el salón. Su padre debía de estar furioso. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Hoy se cerraba su compromiso con la odiosa de Conii. Compromiso con el cual, de partida, no estaba en lo absoluto de acuerdo. Las pocas veces que la había visto, la muchacha siempre le seguía hacia todas partes como un perrito faldero y gruñón. Tenía dos años menos que él, o sea diecinueve, pero eso no le ayudaba en lo absoluto.
“Quizás haya cambiado algo”, pensó tratando de auto convencerse un poco. Llegó al salón y ahí estaban todos: sus padres, Nicolás y ella..., Conii. Los rulos caían por sus hombros y sus ojos negros lo quedaron mirando como siempre: de una manera muy intimidante, y a la vez muy lastimosa. Era realmente la mirada de alguien a quien nunca llegaría a amar.
-Por fin llegas, hijo mío -saludó su madre.
Kumori saludó a todo el mundo como lo merecía el protocolo y luego se sentó al lado de su madre y a la derecha de su padre, como era dado por la costumbre. Los Reyes conversaban entre sí y Conii los miraba muy emocionada, sin dejar de echar un vistazo a Kumori, que tenía la mirada perdida en el cielo.
-Padre, ¿Puedo ir a dar un paseo con Kumori? -preguntó la muchacha.
El muchacho los quedó mirando con ojos suplicantes, como diciendo “no, por favor no me dejen solo con... esto”, pero ninguno se opuso a la petición. Kumori tuvo que resignarse a salir con ella; trataba de no mirarla, así que desvió su mirada hacia el techo mientras caminaba hacia el jardín. Esa joven e acababa de llevar a su palacio llenaba sus pensamientos por completo; aquellos ojos oscuros, muy profundos lo habían cautivado. Sonreía al pensar en ella, y no se daba cuenta.
-¿En que piensas, querido Kumori? -Conii se tomó de su brazo mientras mostraba sus dientes en una sonrisa. Definitivamente... no le gustaba ella. Se imaginó de mil formas diciéndole que no en el altar...
-Nada en especial.
-Debería empezar a pensar en nosotros, en nuestro matrimonio... -la muchacha suspiró emocionada.
Y así siguió hablando, mientras Kumori volvía a sus pensamientos...


En el jardín, Conii cortaba unas rosas cuando se topó con un perro enorme, que la hizo salir corriendo. Kumori la miró y se largó a reír, más no la ayudó.
-¡No te asustes! ¡Es Sansón, mi perro!
-¡Pues es una bestia!... ¡No la quiero! ¡Aléjala!
-Tendrás que acostumbrarte -rió el príncipe.
Conii fue a caminar hacia las flores un poco ofendida, mientras Kumori seguía sonriendo. El muchacho volteó para ver si había alguien más, y notó que Magdalena paseaba como de costumbre por entre los rosales rojos. Los había visto crecer y realmente los adoraba, era algo que siempre había admirado de ella. Miró hacia otro lado y vio a dos jóvenes que paseaban muy alegres, conversando por el parque. Al verlos bien, notó que eran sus invitados.
Se les acercó, y Conii, que lo tenía entre ceja y ceja, se fue con él.
-Que placer volverlos a encontrar -sonrió el príncipe.
Mizuno los miró riendo, sin duda hacían linda pareja; Kikoyu sólo sonreía.
-Me sorprende, muchacho. Nunca lo hubiese creído. Te tomé por un loco...
-Un poco mas de respeto ante el futuro rey, plebeyos -dijo Conii, alzando un poco más la voz. Kumori la miró con un poco de reproche y se desprendió de ella.
-Discúlpenla, ella es así. Es...
-Soy su futura esposa, así que con permiso, debemos retirarnos.
Con un tirón, lo llevó hacia otro lugar. Kumori no pudo mas que seguirla.
“Definitivamente no me gusta esta mujer...”


-Pues entonces, si no hay nada más que tratar, estamos listos.
Con un apretón de manos, quedó confirmado que los dos príncipes se casarían en un mes más en este mismo reino. Conii no resistió a dar un saltito de alegría y tuvo que aguantarse a tirarse a los brazos de Kumori, el cual se sintió desplomado.
Lanzó un suspiro.
Ellos se quedarían cerca de tres días en el castillo y aprovechó el momento en que ellos se arreglaban para presentar a Kikoyu y a Mizuno ante sus padres.
-Su alteza, he traído a estos jóvenes al castillo porque pensé que podrían necesitar algo y podrían servir de ayuda...
Helena se paró de su trono y se acercó a los jóvenes; quedó encantada. Una bella confianza le trajo Kikoyu, mientras que Mizuno se veía como una muchacha servicial.
-Muy bien, hijo, que así sea. ¿Cuáles son sus nombres?
-Ella es mi hermana, Mizuno y Yo soy Kikoyu, su majestad -dijo el muchacho.
-Parecen jóvenes. ¿Podrían decirme sus edades?
-Yo tengo veintiuno, y mi hermana tiene dieciocho.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Kumori y de Helena. Se decidió que Kikoyu sería el consejero de Kumori, por la confianza inspirada y por su edad, un joven que pudiese comprenderlo. Mizuno, en cambio, sería una dama servicial que trabajaría como empleada, sirviendo a sus patrones.
Cuando los jóvenes se retiraron, Clyde se acercó a su esposa.
-¿Será seguro dejar que estos jóvenes se queden?
-Por supuesto, querido. No representan ningún daño. A Kumori le hacía falta alguna compañía en este castillo.
El rey quedó conforme con la respuesta de su esposa.


Ya llegaba la noche. Kikoyu y Mizuno fueron al bar de los soldados, o así lo llamaban. Llegaban cada fin de semana a embriagarse luego de una semana de trabajo todos los empleados del castillo y los soldados.
Era un desorden en el lugar. Mizuno era la mas joven del lugar y temía por ella. Los soldados cantaban felices por todo el lugar. A eso de la medianoche, comenzaron a llegar las Damas de la vida a alegrarles aún más la fiesta a los hombres. Algunas se acercaban a Kikoyu, el cual se moría de vergüenza y las rechazaba. Mizuno se limitaba a reír de su hermano.
Los soldados ya no daban mas de borrachos. Uno de ellos tomó a Mizuno por la cintura, y ésta le propinó una cachetada que lo mandó al suelo. Kikoyu se puso aun más atento y se acercó a su hermana. Otros comenzaron a acercársele. Mizuno se abrazó, asustada, a Kikoyu.
-No se acerquen – dijo con un tono amenazante
-¿O qué nos harás, eh? – los soldados comenzaron a burlarse. Empezaron a acercarse demasiado y Mizuno pegó un grito acurrucándose contra su hermano. Kikoyu tomó una botella y estuvo a punto de lanzársela a uno de los soldados cuando una voz de mando se impuso en el lugar
-¿Qué sucede aquí?
Los soldados, aún en su estado se pusieron firmes ante aquel hombre. Kikoyu bajó la botella y lo observó. Era un hombre alto, macizo, vestido como un...
-Capitán Senn, un placer tenerlo aquí.
Unas muchachas se le acercaron, pero su mirada hizo que se alejaran de inmediato. Vio a los jóvenes que se hallaban sobre una mesa.
-No los conozco, jóvenes
-No... no, Capitán. Somos nuevos en este castillo.
-Ah, servirán a sus reyes con lealtad. ¿Por qué esta pequeña está tan asustada?
-Pues, sus hombres se trataron de sobrepasar con ella y atiné a defenderla.
Senn miró a sus soldados, con gran enojo.
-Ustedes jóvenes, cualquier problema, Capitán Senn para servirles. Y en cuanto a ustedes... – dijo mirando a los soldados, los cuales miraron al piso. Uno de ellos miró a Mizuno y le guiño un ojo. Mizuno se paró y se fue corriendo hacia su habitación. Kikoyu dio las gracias y corrió tras su hermana.
La halló tirada en su cama mirando hacia la pared. Se sentó en el borde y le acarició el cabello. Ella solo movió la cabeza, quería dormir. Kikoyu le sonrió, la besó en la frente y la tapó con una de las frazadas. Se tiró en su cama, mirando hacia el techo.
-Hermano...
-¿Qué ocurre?
-Te quiero...
Kikoyu sonrió y aquella sonrisa durmió con él.


A la mañana siguiente, Mizuno se levantó apresurada. Se atrasaría con el desayuno en su primer día. Aún recordaba las indicaciones que la tarde anterior le diera uno de los lacayos del castillo:
-Los señores despiertan a las ocho en punto y su desayuno es servido a las ocho con quince minutos. Los invitados pidieron ser servidos a las ocho y veinte. El del joven príncipe es servido a las ocho y media. Por tanto, debes llegar a la cocina antes de las ocho y cuarto.
Ahora, vestida, corría por los pasillos buscando las cocina, con poco tiempo. La encontró luego de un lío de puertas. La cocinera, que se presentó como Celina, ya tenía el desayuno listo. Mizuno tomó las bandejas y comenzó su recorrido hacia las habitaciones.
A las ocho y quince, se hallaba frente a la puerta de los reyes. Pidiendo permiso, entró en la habitación, donde los despiertos reyes le recibieron con una sonrisa. El rey estaba en el balcón contemplando su jardín, mientras la reina esperaba sentada en su cama, aún ataviada como durmiera, con su camisón real sobre ella.
-Muy puntual, jovencita; me agradas.
Mizuno, sonrió. Dejó las bandejas y se fue hacia la habitación de los invitados: ocho y veinte. El rey Nicolás esperaba su desayuno despierto sentado en su cama, mientras que su hija dormía plácidamente en la cama de al lado. Con una reverencia, dejó las bandejas y fue hacia la cocina a buscar el desayuno del príncipe.
Llegó un poco más relajada a la habitación. Golpeó a la puerta y al no obtener respuesta, entró.
-Con permiso...
No había nadie. La cama deshecha, ropa tirada por todas partes, en fin, digno de un joven. Dejó el desayuno encima de la mesa de arrimo y se puso a ordenar aquella habitación.
Recogía ropa, cuando Kikoyu entró apresurado por la puerta. Mizuno lo miró con sorpresa. ¿Qué le ocurría?
-Buenos días, hermana. ¿Has visto al príncipe Kumori?
-No -respondió ella-. Cuando llegué, él no estaba.
Conversaron un rato, mientras Mizuno recogía la ropa; la muchacha se encontraba haciendo la cama, cuando de pronto Kumori salió por una puerta con una toalla amarrada a la cintura, sin nada que cubriera sus pectorales.
-Buenos días muchachos.
No alcanzó a sonreír: la muchacha, con la cara encendida, salió casi corriendo de la habitación.
Kikoyu, casi llorando, se afirmaba el estómago por la risa.


Conii, observaba como los soldados practicaban en el campo los ejercicios de rutina. Kumori y Kikoyu venían por el sendero hacia el campo, conversando entre ellos. Como buen consejero, Kikoyu lo escuchaba y le contaba sobre distintos temas, tratando siempre de decir la verdad. La muchacha se arregló un poco más para verse más presentable ante Kumori y luego se acercó a los dos.
-Hola, querido...
La muchacha se sintió ofendida cuando Kumori y Kikoyu pasaron de largo hacia la pérgola que había un poco más adelante. Se paró y fue hacia ellos con paso firme. Cuando estuvo frente a ellos les dirigió una mirada fría y enojada.
-¿Qué es eso de ignorarme?
-Disculpa, venía conversando con mi consejero; no te escuché... -y acto seguido siguieron avanzando, dejándola sola en medio del sendero. Llena de rabia, se acercó a Kumori y le propinó un golpe por la espalda. Ambos la miraron con extrañeza.
-¿Siempre es así? -preguntó Kikoyu.
-Sí. Y aún no me acostumbro...
-¡Hermano! -gritó una voz detrás de ellos. Era Mizuno, que corría por el sendero hacia ambos. Kumori la miraba con esplendor y Kikoyu notó esto. Conversó con su hermana y ella volvió al castillo por donde había venido.
-Kumori, ¿Por qué miras así a mi hermana?
El príncipe sonrió.
-¿Así como?
Así como la miras: como si la amaras.
Kumori se sonrojó.
-La encuentro una joven muy hermosa...
El consejero le miró con desconfianza; de ahora en adelante debía de tener más cuidado.





Texto agregado el 19-12-2006, y leído por 140 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-12-2006 Una muy bella historia, muy bien narrada y de agradable lectura!!***** terref
19-12-2006 Pues es el inicio de una novela rosa, ambientada en esos lugares que me hacen recordar cuentos de mi niñez. Tantos nombres japoneses, ahora sè que Mizuno es nombre femenino, pensaba lo contrario, me parece muy linda la historia y ya me imagino el amor que crecerà en el corazòn del rey y que el Capitan Sten tambièn amarà a nuestra Mizuno y veremos quien se queda con su corazon. doctora
19-12-2006 Excelente! Me ha parecido una historia palaciega entrañable, muy bien narrada y que se lee igualmente bien y además en ningún momento decae el interés. Un saludo!***** josef
 
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