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ESTABA

Esta es una historia simple de entender, como muchas tantas otras que se han contado y se contarán. Tiene un principio, un conflicto y un final (triste por cierto, se los adelanto), pero lo que ocurre en el relato que les narraré a continuación, lo que lo diferencia de los demás, es que no es una invención mía ni de nadie. Esto fue real, pues quien me lo contó es el propio protagonista de la historia. Su nombre ya no interesa; eso es lo de menos. Yo lo podría llamar Pedro, Juan o Seguismundo... está bien, se los diré. Su mamá le puso Víctor; aunque todos le decían Vitín. El y yo vivimos juntos toda nuestra niñez en el mismo barrio; parábamos de arriba a abajo en todo momento. Nuestro tiempo era eterno; nunca pasaba, y sentía que siempre iba a ser así. Hasta que llegó un día en que me mudé y nunca más nos volvimos a ver.
Nos reencontramos hace poco, y allí me contó su historia. Lo vi muy tranquilo; nada tenso; aunque ya de nada le iba a servir preocuparse por un problema que ya pasó. Estaba igual como lo recordaba; no había cambiado nada, sólo los años aumentaron. Ya no éramos niños.
Tantas historias que me han contado, tantas penas, amarguras, alegrías que me han transmitido; sin embargo lo que me contó Vitín ese día fue algo especial. Su relato me impactó de sobremanera. No fue una historia más. Las reminiscencias de aquel relato no me indujeron ni tristeza, ni melancolía, ni regocijo. Creo que fue miedo. Por eso es necesario que este hecho se registre y perdure en el tiempo, pues al hacerlo espero que jamás volviese a ocurrir algo similar, o al menos, si ocurriese, que no me lo vuelvan a contar.
-Estaba cómodo. -Me dijo.
Sería inútil contarte los hechos que me llevaron hasta esa situación. No vale la pena ni siquiera recordarlos, además eso no importa mucho, al menos a mí ya no. Es difícil darte razones lógicas y coherentes ante un hecho tan absurdo e inconsciente, Creo que ni siquiera pasó por mi mente hacerlo; es más, si lo hubiese pensado quizá nunca me habría atrevido. Pero ahí estaba; en la azotea de un edificio de treinta pisos, en la cornisa para ser más precisos. En esos momentos todavía no entraba en razón. Me atrevería a decirte que fue a mitad de camino –en pleno viaje al asfalto- cuando tomé conciencia. Sí, no sabes el terror que experimenté en ese instante. No te digo que fue el pánico más grande que sentí en mi vida, porque no tuve mucho tiempo para sentirlo, pero si el edificio era más alto, fijo que terminaba cagado. Lamentablemente algo impidió que cumpliera mi irracional objetivo. Si mal no recuerdo creo que fue un camión. Eso fue; un camión de carga que llevaba muchas cosas en la parte posterior; supuse que eran verduras (lo note por el color verde y el olor a pasto que tenía). Tuve el gran error de saltar tan lejos que fui en dirección a la pista y no a la vereda como yo lo calculé. Para la próxima será.
Después de eso me parece que quede inconsciente.
-Estaba oscuro. –Me dijo.
Luego de eso recuerdo muy poco. No podía ver; sólo escuchaba voces; eran tan tristes; parecían lamentos, lloriqueos, pero no podía abrir los ojos para ver que pasaba. Te juro que esa sensación de ceguera fue mucho peor de la que sentí cuando caía al vacío. Hice todo el esfuerzo que pude, pero fue imposible ver a mí alrededor. Al parecer algunos reflejos ya no me respondían; sin embargo podía sentir. Por mi piel pasaban manos, por mi cara, por mi cuerpo. En ocasiones unos dedos benditos levantaban mis párpados, y veía a una mujer vestida de blanco que no conocía. Trataba de ver todo lo que me fuera posible, pero ni bien mis ojos se adaptaban a la luz, mis párpados, repentinamente, eran soltados.
En el estado en que me encontraba, el tiempo, para mi, no servía. Un minuto era igual a una hora, a una semana, a un mes. No sé cuanto tiempo paso cuando empecé a sentir un gran alboroto a mí alrededor. Mi cuerpo era zamaqueado constantemente, y sentía que mi pecho era aplastado como un globo. No podía entender lo que decían con toda esa bulla. Ni con mis cinco sentidos funcionando bien hubiese comprendido lo que pasaba.
De repente, otra vez el silencio absoluto. Creo que me dormí.
-Estaba echado. –Me dijo.
Otra vez esos lamentos, esos lloriqueos. Me parecieron conocidos, pero no pude reconocerlos. No sabes como me picaba la curiosidad por saber lo que sucedía; quería abrir los ojos, pero no podía, y lo malo era que ya no me los abrían. Para colmo de males ya no sentía nada; parecía estar peor que antes; mi piel se había vuelto completamente insensible. Aunque sea quería que aplasten nuevamente mi pecho, que me zamaqueen, pero tal parecía que todos se olvidaron de mí. Sólo los llantos se mantenían constantes, y a medida que pasaba el tiempo, iban en aumento.
Entonces me puse a pensar, a meditar, porqué estaba viviendo esa situación. Quizá yo ya había muerto, e iba en camino de un lugar sagrado o algo por el estilo. Lo único que me quedaba era tranquilizarme; y esperar, pacientemente, el fin de mi viaje al más allá, al fin y al cabo, eso era lo que buscaba, ¿no? Y lo más gratificante de todo fue que evité todo posible sufrimiento; morir no me dolió nada. Te puedo decir que, en cuanto a mi muerte, me sentía realizado. Creo que iba llegando a mi destino.
Mis sentidos se anularon, y sólo pensaba.
-Estaba inmóvil. –Me dijo
¡Qué feo lugar! ¿Aquí llegan los muertos?, pensé. Todos los sentidos me funcionaban a la perfección, pero de que me servirían en un lugar donde no los necesitaba. T e confieso que al inicio me encontraba muy cómodo en ese sitio. El lugar era calientito y acolchado; lo malo era que reinaba la oscuridad y el silencio. Quise salir de allí, pero no pude moverme más de cinco centímetros. Mis brazos y mis piernas con las justas los podía flexionar, y cuando intenté levantarme mi cabeza chocó con algo duro y frío. Definitivamente no me agradaba estar en esas condiciones; esa inmovilidad me ponía muy nervioso. Lo peor de todo era que estaba muy abrigado, sentía mucho calor, y empecé a sudar. Entonces empujé con toda mi alma para poder salir de ese lugar; pateaba desesperadamente, pero mis intentos eran vanos. Y seguía sudando como un cerdo.
Quise calmarme pero no pude. ¿Cómo podría hacerlo si me faltaba el oxígeno? Comprendí que era inútil esforzarme y gastar mis energías por gusto. Poco a poco mientras mi respiración se detenía, me di cuenta del lugar en que me encontraba. Estaba allí. Estaba vivo en el lugar donde todos deberían estar muertos. De pronto no pude contenerme más; el pánico asalto mi cuerpo. Quería llorar, quería gritar, pero la angustia no me dejaba. Quería vivir, quería morir, quería no existir. Entonces acumulé las pocas fuerzas que me quedaban para gritar; pero no pude.
-Estaba muerto.- Me dijo.
Junio 1999



FIN

Texto agregado el 03-03-2003, y leído por 211 visitantes. (0 votos)


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