Mis fantasmas vuelven a tocar a mi puerta esta noche, no pregunto quien es, pues los conozco de toda la vida; son los mismos que han estado allí siempre esperando para buscarme, en noches como esta, en las que solo estoy yo, conmigo misma. Y los puedo ver de frente, porque ya es imposible escapar a sus miradas, oscuras y penetrantes, que se clavan en cada poro de mi ser, llenando a esta alma muda de un miedo que se vuelve insoportable.
Trato escapar de ellos, a duras penas lo logro, sólo para que vuelvan convertidos en otra cosa, pero con el mismo silencio sordo, con la misma finalidad estúpida.
Esta noche, nuevamente están aquí, pero puedo abstraerme de sus presencias y observarlos impasible desde un punto lejano, y detenerme en cada detalle de sus figuras deformes, de su existencia ridícula y sin un fin aparente, más que vaciarme gota a gota de todo significado.
Lo que ellos ignoran es, que esta vez, los estaba esperando pacientemente, pensándolos en el día, donde pierden su fuerza, desvaneciéndose en los rostros de otros, en las cosas cotidianas que también me abruman, pero de otra forma.
La estrategia elaborada es tan simple como arriesgada, consiste en no huir de ellos, solo quedarme allí, siguiendo atentamente cada uno de sus movimientos, dejando valientemente que se apoderen de mi con toda su fuerza, y una vez llegado el plan a ese punto, hacerlos míos de una vez y para siempre, perderme en su nada petrificante, tratando de comprender por fin, ya bien la enseñanza escondida en sus mantos, ya bien el vacío de sus presencias.
Sé que aparecerán en mi camino muchos otros fantasmas, no les tengo miedo.
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