Este cuentecito se lo dedico a todos aquellos que han dejado de creer. O que nunca han creído pero que, por motivos impensables, ven de pronto una lucecita en los ojos de un niño, que alumbra y da un poco de nostalgia a las navidades idas...
El Nacimiento
José Miguel se despertó aquella mañana con los ojos pegados por luces de luna y estrellas nocturnas. Sus escasos ocho años no eran escollo para vivir como uno más de los "niños de la calle" de la gran ciudad.
Lentamente se quitó de encima el montón de papel periódico que todas las noches le servía de cama, colcha y almohada. Papel que le daba y guardaba el calor nocturno, aún sin el niño saber la menor letra y, mucho menos, adivinar el jeroglífico de un "crucigrama" inconcluso que, precisamente le asomaba justo encima de la frente. Sus viejos calzones rotos y su desteñida camisa a cuadros eran su traje de vivir y de dormir.
Los dos ojos cansinos y somnolientos de su perro canoso y orgullosamente sato, le miraban desde el otro rincón de la escalera que le servía de casa-hogar-vivienda y chimenea. Chimenea siempre ardiendo con fuego de ilusiones y destellos de nostalgias idas.
Josemi se incorporó. En su rincón el perro se orinó contra la pared y enroscó el rabo en un interesante signo de interrogación canina. El muchacho tosió fuerte y notó el mismo dolor intenso de días atrás, justo en el lado derecho de su pecho, abajo, al terminar las costillas. Curiosamente le dolía ahora también la espalda. De su viejo y desgarrado bulto sacó un pedazo de pan duro. Lo partió en dos: un canto para el perro y otro, el más pequeño, para él. Trataría de buscar un poco de café caliente dos calles más abajo, en el negocio de don Lulo el "Prieto", viejo pasudo y canijo, que no le daba nada a nadie a menos que le pagase al momento. Normalmente Josemi se daba maña para conseguir uno o dos dedos de café con leche en donde remojar su pan, vetusto pan de basurero, muchas veces bañado de desprecios.
Hacía frío. Sus infantiles huesos melancólicos sentían frío de frío y frío de nada…
Frío de no tener nadie de donde rescatar calor y sentirse, entonces, parte de algo. Dejó el "amarre" de periódicos viejos debajo de la escalera. Frotó sus pies descalzos uno contra el otro y, con la mano derecha, asió su vieja caja de lustrar zapatos dentro de la cual guardaba sus tesoros eternos: Un trompo sin punta, un cordel deshilachado, dos canicas de cristal y... una oveja. Sí, allí estaba aún la oveja de color bermejo que, el día anterior ya tarde, encontrara en el Nacimiento de la Iglesia donde se refugiara huyendo del violento y repentino aguacero vespertino. La había tomado, pensando que sería un buen trueque, en el negocio del "viejo" por el café de la mañana. La lluvia le había pillado justo cuando cruzaba la calle. Tosía y le dolía el pecho. Había sentido calofríos dos o tres días atrás. Nada raro, ya que eso mismo le sucedía justo en la época fría de diciembre.
Por si acaso, decidió guarecerse en el interior del templo y, estando sentado en un banco de color ya difícil de distinguir observó, en la capillita del lado derecho, una lucecita que alumbraba un pequeño portal hecho de tronquitos viejos y palma marchita y descolorida. Poco a poco su vista se fue acomodando a la penumbra y así pudo distinguir un sin número de figuritas que estaban bordeando el portalito y deparó en una ovejita de barro cocido y mal pintada. Habría cuatro o cinco similares, pero esa, precisamente esa, fue la elegida por él para poderse pagar el café de la siguiente mañana. Normalmente siempre encontraba algo. Dios proveía.
Al escamotear hábilmente la figurilla de barro, se fijó en un par de ojos dulces que contemplaban al niño que, plácidamente, dormía en la cunita del pesebre. El corazón le brincó sintiendo una sensación extraña; hacía tres o cuatro años había tenido la misma sensación cuando mirara, por última vez, los ojos ya fríos, pero eternamente dulces, de su madre. Ella había muerto a su lado, en el ranchón del campo, después de una crisis de tos violenta. No la olvidaba. No olvidaba aquellos ojos grandes cuando lo vieron por última vez. Y esos ojos de la figura junto al niño, se le quedaron atornillados en la mente. ¡Si eran los mismos!
Caminó esa mañana calle abajo, en busca de algo caliente qué beber. Pasó antes frente a la misma Iglesia del Nacimiento. Quizás el frío o la tos, o aquellos ojos tiernos, le obligaron a entrar. No se sentía bien. - la mojada del día anterior - se dijo. Se sentó en una de las bancas del lado derecho y su perro, fiel y flaco, se enroscó casi sin dar vueltas y levantó su oreja gacha cuando Josemi tosió. Después de un rato y con cierta dificultad se levanta del banco y se para junto al nacimiento. Su mirada va directamente a la Señora, que se le antoja ha de ser la madre del niño del pesebre. De nuevo, sus ojos tibios se cruzan con los suyos. El frío se va alejando. Hay calor. Ya no siente necesidad de la bebida caliente. Saca de su caja de lustrador la ovejita bermeja y la coloca suavemente junto a las otras. Juraría que la ve correr. Tose. Siente la vista negra. El nacimiento se le hace grande, grande. De pronto se ve caminando directamente al pesebre. Siente cada vez más calor. Se acerca a la Señora quien lo llama simplemente con los ojos. Se recuesta en su regazo. ¡Nunca había sentido tanta tranquilidad y paz!.. ¡Nunca tanto calor!.. Duerme. A lo lejos siente un ladrido. ¡Todo es tan distinto en el pesebre!..
El cura párroco oye, desde la sacristía donde se encontraba limpiando unos cálices, el ladrido apagado de un perro. Extraña el que el ladrido venga de la iglesia. Se asoma y ve, en el piso, muy cerca del nacimiento, una caja vieja de lustrador y un pomo de tinte derramado. Busca por todos lados. No ve a nadie. Algo extraño hay en el Nacimiento. Hay dos figurillas que no recuerda haber puesto cuando lo hizo. Junto a la Virgen, y muy cerca del pesebre, hay un pastorcillo de calzones rotos y camisa a cuadros que duerme plácidamente. Un perro canelo de oreja gacha parece estar ladrando a las ovejas. Se ve flaco pero contento. Son figurillas perfectas, muy distintas a las otras...
-Más tarde preguntaré quien pudo ponerlas allí- se dijo, alejándose lentamente sin darse cuenta de la sonrisa maternal que la figurilla de la Virgen tiene ahora...Quizás un milagro... Todo es posible cuando hay fe e inocencia. Cuando sobra frío por un lado y sobra también calor por el otro...
¡ F E L I C I D A D E S !
Rodrigo Pratdesaba : Rodrigo
Puerto Rico, 18 de diciembre de 2006
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