Había pasado cumplidamente el mediodía, cuando recibí un llamado por el interno desde el Servicio de Obstetricia. La secretaria me alcanzaba el tubo negro con el brazo bien estirado, como quien aleja de sí algo mefítico, intolerable:
- Es de Obstetricia, doctor, y parece que hay problemas...- Elevaba las cejas mientras fruncía el ceño. Continuó murmurando, como para sí misma: - ¡Cuándo no va a ser Obstetricia, siempre a esta hora!...
- Doctor, acá tenemos un problema- . El tono de voz de la obstétrica me tranquilizó, pues no denunciaba inminencia de catástrofe. Continuó: - Resulta que hay casi cuarenta pacientes citadas para el consultorio de la tarde, pero la doctora que lo atendía renunció la semana pasada, después de pelearse con el jefe, ¿recuerda?...
- ¡Cómo no iba a acordarme, si ese jefe también había renunciado luego de una reunión donde quedó demostrada su incapacidad más allá del límite de lo razonable! De lo que no se habían acordado había sido de suspender ese consultorio programado, como había sido convenido con...En resumen, el Servicio como tal no existía, pero la demanda continuaba, y en ascenso permanente. La partera finalizó: - Algunas pacientes ya han llegado, pero yo sola no puedo atenderlas, pues tengo la Sala a mi cargo, y hay un par de trabajos de parto en curso. Ah... y me parece que una va a ir a cesárea...
- Bueno, con panorama tan alentador, déjemelo nomás, que a la brevedad procuro una solución al problema. En tiempo, tenemos unas...
- ...dos horas, doctor, antes que se nos venga la estantería encima.
- Descuide, querida- y colgué. La miré a mi secretaria como diciéndole: “Vos hoy no te vas hasta que se arregle esto”, y le pedí que me comunicara con los colegas del Hospital de San Miguel, siempre mi contacto inicial. Allí no encontré nadie disponible para cubrir la guardia. Llamé entonces al Posadas, luego a Pilar, a Luján, a los vecinos de Marcos Paz y Las Heras; insistí luego con el Castex de San Martín, con el Belgrano, con el Cordero de San Fernando... Llamé entonces al Ramón Carrillo de Ciudadela, al Paroissién de La Matanza, al Aráoz Alfaro de Lanús. Nada. En este último, un ginecólogo amigo del director me pasó el dato de una clínica de Quilmes. Refería que una muy buena ex residente de la especialidad trabajaba allí. Milagrosamente la localicé.
- Sí, doctor, dígame... ¿en qué puedo serle útil?- Ella no sabía lo rápido que podía contestarle esa pregunta. En pocas palabras la puse al tanto de la necesidad de cubrir la guardia en la especialidad desde las cuatro de la tarde y hasta el día siguiente. Y que contaría con la infraestructura necesaria. Ofrecí pagarle la guardia completa, que le abonaría al retirarse, mañana, después de las ocho.
- Está bien, doctor...- En mi interior escuché un clic que interrumpió la acidez y el dolor del epigastrio. Del otro lado del tubo había que ultimar algunos detalles: - Bueno, tendré que ver cómo zafo aquí del compromiso con el consultorio de la Clínica...
- Hágalo, doctora, por favor. Usted debe conocer alguien que la pueda reemplazar allí...
- Sí, puedo avisarle a un colega que sale ahora de la guardia... y no es demasiado el trabajo programado. Lo que no sabría es cómo llegar hasta allá, y encima a las cuatro de la tarde; ¡fíjese que ya son más de las dos!...- Rápidamente reaccioné:
- Le envío un vehículo, doctora, a la estación de Constitución.¿Le viene bien?
- Sí, yo podría estar allí en unos cincuenta minutos, o una hora a más tardar.
- Y allí va a estar esperándola una ambulancia Volkswagen celeste, de este Hospital, frente a la escalinata con los leones, ¿de acuerdo?- y mientras hablaba chasqueé los dedos hacia mi secretaria. Cubrí con la mano la bocina del tubo y le insté: - Llamá ya a automotores; que venga el chofer de guardia (cuando estaba urgido por algo, terminaba tuteándola). Después seguí con la doctora:
- ¿Y usted, cómo va a estar vestida, para informarle al chofer? – En ese momento ingresaba en mi despacho la figura soñolienta de éste. Cubrí nuevamente la bocina del teléfono, y le expliqué al hombre el viaje que debía realizar, dónde debía esperar a la doctora y el aspecto físico de ella...
- ...y una última recomendación, Roque: ¡No se le ocurra volver sin su pasajera!
- ¡Pero no, jefe, descuide!- Cuando creyó comprender la frase, se volvió y con voz chillona, demandó: - ¿Qué me dijo, doctor?
- ¡Que salga ya mismo, y vuelva rápido!- Regresé al teléfono exterior: - Ya partió el chofer a buscarla, doctora. Yo la estaré esperando aquí.
- De acuerdo, doctor, ¿y la guardia, la cobro mañana cuando salgo?
- Así es. Yo mismo se la pagaré antes de irse- afirmé. Después de colgar el tubo, volví a mi secretaria, quien se estaba ocupando de tramitar el dinero ante la Cooperadora.
- Todavía no encontré al tesorero, doctor, pero descuide que después de las cuatro está siempre en la ferretería. No se preocupe; yo paso por allí y le transmito su pedido.
- Está bien. Acuérdese de decirle que necesito los cincuenta australes para salir de esta emergencia- . Ya me veía abonando la guardia con el veinte por ciento del sueldo. Luego le informé por el interno de las novedades a la obstétrica. Cuando colgué, me recosté en el sillón, decidido a beberme el café, ya frío; buscaría relajarme. Hasta tuve tiempo de comprar el diario en el quiosco.
Leía todavía la hoja central, cuando ingresó en el despacho la conocida figura vestida de verde, canosa, seguida por otra de mujer joven, menuda, portando grandes anteojos. Luego del saludo de rigor, acompañé a la doctora al Servicio de Obstetricia. Cuando ingresamos, en la Sala de Espera del consultorio de guardia nos encontramos con una multitud de señoras embarazadas muy sentaditas todas, esperando ser atendidas. Sobre el escritorio, la secretaria había dejado una descomunal pila de historias clínicas. Al saludo respondieron todas al unísono, dándome el efecto de haber regresado al ciclo escolar. Excepto que sonreían. Hice un breve periplo con la doctora –la obstétrica se encargaría de los detalles- y me despedí.
Al día siguiente cumpliría con ella, como habíamos convenido, y lamentablemente, no la volvería a ver, ya que por distancia no aceptó mi ofrecimiento de incorporarla al incipiente y aun exiguo equipo de profesionales de Obstetricia. Ella atendería eficientemente más de treinta pacientes en el consultorio, y efectuaría, junto con la obstétrica, cinco partos. Y una cesárea adicional, ayudada por el residente de cirugía. Sin conflictos ni problemas agregados que la Dirección del Hospital debiera resolver. Todo un récord para el Servicio.
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