No quería ir, no me atraía la idea de pasar dos horas compartiendo con personas que sólo trato por obligación, la digestión se dificulta pues las conversaciones se tornan difíciles de sostener, además el gerente es un tipo de lo más antipático que pueda existir, un Chicago Boy de esos que lo transforman todo en aras de los resultados, el responsable de que mi jefe me atormente con esa frase fantasma susceptible en cualquier momento a volverse real... el muy tirano tiene el poder en las manos y si se le antoja nos deja sin cartera, ese aire de suficiencia me destempla los dientes, él es de cierta forma el títiretero que mueve los hilos a su antojo
La llamada del jefe no me dio derecho a réplica, así que sin más remedio encaminé al restorán, llegué después del aperitivo...
Para mi mala suerte el único puesto disponible era justo al lado del Chicago Boy... en la mesa de ‘Honor’... mis compañeros me miraban y sonreían burlones, pues saben de mi animadversión por el tipo este... con mi mejor cara saludé. Una aprende a ser políticamente correcta.
Pedí un jugo y tomaron mi orden, él a pito de nada empezó a contarme que tras vivir diez años solo había aprendido a distinguir una lechuga de otra, que los champiñones eran ahora más baratos que antes, que cocinaba bast...
-Sí, todos los hombres pueden cocinar... pero de ahí a que lo hagan bien, hay mucho trecho...
(uno cero dije para mis adentros)
Luego comenzó a comentar las antiguas fotografías de la ciudad que decoraban las paredes, reconoció todas las calles, nostálgico dijo ¡qué hermosos tiempos!, aclarando que no era tan viejo, pero quién sabe si en su otra vida anduvo por esas calles que ahora observábamos en sepia.
Hizo una pausa para señalar que lo mismo dirá en veinte años cuando mire las fotografías que él mismo ha tomado a tantas fachadas de edificios, de parques, de calles, de plazas, de monumentos... lanzó un suspiro y terminó su copa...
-No creo, serán menos hermosas.(yo)
-Claro serán en colores – dijo lleno de sapiencia-
-No... lo decía por la arquitectura...
Se me quedó mirando en una pausa casi eterna... (dos cero)
Extinguidos los platos fuertes me aconsejó que de postre ordenara la torta de nuez, cosa que él hizo y para los dos...
Lancé una mirada a mis compañeros, las sonrisas burlonas ahora se acompañaban con movimientos de cejas.
Llegamos al café...
-¿Fuma usted?
Yo asentí y tomé uno de los cigarrillos que tan solícito me ofrecía.
-Mire usted que ahora nosotros los fumadores somos cuasi delincuentes cada vez más nos coartan nuestro vicio y blá blá blá ...
De pronto miró a mi jefe y en tono de reproche le dijo:
-Francisco, nunca he visitado tu oficina, tendré que pasar pronto por ahí, sobre todo ahora que hemos reducido de veinte a cuatro los Externos.
Tú eres el primero de la lista... de los que se quedan obviamente, con este equipo tan eficiente que tienes no podíamos dejarte fuera.
Para que les digo la cara que puso el Jefe, no cabía en su dicha.
Yo me preguntaba y la frasecita fantasma esa, siempre fue fantasma entonces.
¡Ay que rabia! ... y como un eco mi colon repetía que rabia que rabia que rabia ...
El almuerzo se extendió más de lo normal, tres horas y media, llegamos a las despedidas de rigor, los buenos deseos y todas esas cosas que se dicen en vísperas de fin de año.
El Chicago Boy atento me abrió la puerta, yo digna cruce el umbral.
En la calle los últimos parabienes y agradecimientos.
El Chicago Boy estrechando mi mano dijo:” Andreita, como asistente de Francisco, creo que tendré que entenderme con usted cuando no pueda hablar con él”,.
Para lo que sea menester, ese es mi trabajo, le contesté.
Lo más curioso es que este no fue este el primer almuerzo en que nos vemos ni tampoco la única ocasión en que hemos coincidido...puede ser que el Chicago Boy en realidad sea así, atento, caballero, simpático, elocuente y yo prejuiciosa, mirándolo de lejos, prestando oídos a los comentarios de sus subalternos lo encasillé donde quise encasillarlo.
El Jefe estaba contento de haber oído lo que necesitaba oír , le pidió a la secretaria que agendara para la próxima semana una invitación para el Chicago Boy ...
Un compañero animado por los vapores etílicos del almuerzo, sugirió que el día que viniera, el café lo sirviera yo, y de ser posible, me pusiera la misma blusa que tan mágicamente había cautivado a José Tomás...
Al parecer esa era la explicación... olvidé poner un imperdible al pronunciado escote de mi blusa...
!Que ilusa!
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