EL TROFEO.


Misiá Ignacia, recogió la polera amarilla, con el estampado de dos huellas negras por el frente. La estrechó con fuerza sobre su pecho, para luego hundir la cara entre sus pliegues, los nudillos de sus manos sarmentosas parecía iban a estallar, más el estallido se produjo en su débil corazón, cayó de rodillas a la entrada de su departamento tratando de retener en su último suspiro el olor tan amado del hijo ausente.

A la Luzmira, la había contratado, Rosario, la menor de sus hijas.
A la sureña, desde el primer día le había cautivado la patroncita con su frágil cuerpo, su melancólica mirada .
__ Trabaje en silencio __ le había dicho, la doña, pasándole una lista con los
menesteres más urgentes, para atender a su madre viuda .
La sensata nana, adivinaba los deseos de la anciana, la complacía en todo.
Al desayuno: leche descremada con una pizca de café y unas gotitas de coñác
acompañada del pan de huevo, que siempre reclamaba .
__Al almuerzo todo blando, para la mamá __ le había recomendado la Charito.
A la hora de once: otra tacita de leche con los embelecos acostumbrados y una
porción de “caballeros pobres “, para aprovechar el pan frío .
__ Acuérdese, que por la noche sólo un yogurt y media fruta__ ,la hija le
recomendaba por teléfono.
Todos los días se sucedían idénticos, en aquel remedo de hogar, hasta que amaneció uno, en que misiá Ignacia , al campechano decir de la fámula, despertó diferente, con nuevos bríos.
¡ Había llegado la primavera!.
__ ¡Oye Luzmira, hoy desempolvamos el departamento! __le había dicho después
de desayunar.
Le dio el ejemplo sacando de todos los muebles y repisas, los pañitos con miriñaques que en épocas pasadas fuera capaz de tejer; con el paño de aseo repasó cada recovecos, quitando muy bien el polvo.
Diligente, la nana, corrió los muebles, baldeó el piso de fléxit., luego enceró con dedicación cada dependencia. Todo lo dejó impecable, hasta se dio tiempo para lavar el felpudo (limpiapies), en la tina del baño.
Este detalle la impulsó a buscar en el clóset algo que lo reemplazara ... siendo así que la encontró ...
Esa vieja “polera amarilla” con las negras huellas de un par de pies descalzos en la delantera, estaba ideal para limpiarse los zapatos a la entrada del departamento.
Con esa idea la depositó en el piso con la minuciosidad de la nana perfecta .
¿ Cómo, ella, iba a imaginar que era “esa” la polera que llevaba puesta el Kiko, el día que lo arrestaron ? ... ¿Y que el chiquillo en una contorsión magistral dejó al “paco” con la camiseta en la mano, y pudo arrancarse corriendo escaleras abajo pensando sólo en salvarse ?.
... Pero ...
Pero abajo, había otro de los mismos.
Estaban muy bien dateados acerca de las manifestaciones de protesta que el muchacho, organizó como dirigente estudiantil, del Liceo de Hombres de la ciudad.
Apenas lo vio semi- desnudo y arrancando hizo blanco sobre su espalda conminándolo a parar.
Y hasta ahí nomás llegó el Kiko, en aquel sangriento septiembre de 1973, desapareciendo de la luz pública junto con el ulular de la “cuca”.
¡Cuan sola quedó Ignasia !
Después de este doloroso suceso, los días pasaban y pasaban sin tener noticias del detenido, sumergida la cara entre los pliegues de la prenda abandonada, el olor del hijo impregnado en ella, le hacía soñar; en cualquier momento volvería.
¡Quizás recordar ese amargo episodio el día de la limpieza, la hizo viajar al infinito, teniendo de acompañante muy junto a su enfermo corazón tan sólo la desteñida “polera amarilla de negras pisadas”!