En la consulta
La confederación, las astronaves, los partidos de hokey al atardecer, numerosas visitas protocolares y los escarmientos de mis superiores por no atender a los clientes del vecino país, esas eran todas las cosas que me preocupaban antes de verla pasar por la vereda de enfrente.
Siguió caminando como un ramo de flores bamboleante entre la maleza y yo sin preguntarme me dispuse a seguirla intentando percibir su aroma, el que me atraía ferozmente y me arrastraba como la corriente de un río que se pierde en una catarata infinita de expectativas.
Al doblar la esquina se detuvo y yo quedé a pocos pasos de distancia, un segundo, dos segundos y se produjo el momento mágico como para abordarla. Ella se encontraba buscando algo en su cartera, saco su teléfono y al hacer esto calló hacia atrás un papel, yo me apresuré a recogerlo y cuando lo tenía en mis manos escuché a lo lejos, como si del subconsciente se tratara. – Matías, Matías.- instintivamente giré mi cabeza y vi como se acercaba a paso firme mi ex novia, me levanté con el papel todavía en mi mano e intenté ocultarlo en un acto reflejo, como si estuviera haciendo algo indebido.
- Hola Patricia- dije un poco desganado.
- Hola, te vi a lo lejos y me dije, que hace este por acá, como no lo voy a saludar, ¿como has estado Matías?
- Muy bien, gracias ¿y tu?, supe que te casas.
- Siiiiiiiii, como supiste, es que el mundo es muy chico, justamente andaba viendo géneros para el vestido de novia, porque me lo va hacer Pepe, el amigo de mi mamá, el mismo que le hizo el vestido a la Consuelo ¿te acordai?, se veía preciosa, lo malo fue que quedó demasiado largo y le costaba un poco moverse y yo no quiero que me pase lo mismo, me lo voy a bailar todo en mi fiesta, con Cristobal nos vamos a quedar hasta que se acabe la música, hay mira mi anillo- y alzando su mano compulsivamente me mostró su anillo de compromiso, era realmente bonito, elegante, muy por encima de lo que yo pudiera haberle regalado si es que hubiese cometido el error de casarme con ella.
- Es muy bonito, te felicito, oye la verdad es que ando un poco apurado, tengo hora al dentista y voy medio atrasado- mentí.
- Ya, anda no más, me encantó verte, ¿estai más flaco?, bueno no te hago perder más tiempo- y con esto nos dimos un beso de despedida y se fue rauda como llegó.
En tanto la mujer que perseguía se había echo humo, ni rastros de ella, solo conservaba arrugado en mi mano el papel que recogí del suelo, lo abrí y me dispuse a leerlo; “Miércoles 12, 15 hrs. consulta Dr. Mardones, calle Transversal 367 Dpto. 903”.
Andaba de suerte, la consulta quedaba cerca y eran las 14:50, tomé rumbo entonces a lo desconocido.
Al llegar a la dirección anotada en el papel ingresé al edificio y tomé el ascensor, caminé por el pasillo del piso nueve y di con la consulta; “903 Dr. Mardones” era todo lo que salía en la puerta y me pregunté como era que no salía la especialidad del doctor, eso era muy importante porque si era ginecólogo estaba sonado. Sin tener nada más que hacer, toqué el timbre y me apresté a enfrentar lo que viniera.
Al ingresar comprobé un tanto aliviado que se trataba de la consulta de un dentista, al menos no le había mentido a mi ex.
- Hola, quisiera que me atendiera el doctor- dije como para justificar mi presencia mientras cruzaba la sala de espera percatándome así, que no había señas de la mujer.
- Si claro, ¿tiene hora?- me preguntó la recepcionista.
- No, solo es un control- respondí.
- Por su puesto, ¿Cuál es su nombre?
- Matías Hernández
- ¿Y su edad?
- 32
- Perfecto, tome asiento- y diciendo esto se paró en dirección al despacho del doctor.
Me senté satisfecho ya que con esto ganaba tiempo y podía esperar tranquilo a la mujer que por lo demás no debería demorar en llegar, el reloj de la consulta marcaba las 15:07. Por otro lado, pensé, es fácil entablar una conversación en una sala de espera, son todas una lata y cuando uno está aburrido siempre es bienvenida una buena conversación.
- Don Matías, pase por favor, el doctor lo espera- dijo la recepcionista mientras se sentaba en su escritorio.
- ¿Cómo, tan rápido?- pregunté confundido.
- Si es que la paciente de las 15 hrs. canceló- respondió con una sonrisa como queriendo decir “mire que tiene suerte”.
- Ha, que bueno- le respondí mientras comenzaba a sentir en mi piel el fuerte rechazo que siento a los dentistas y que hasta el momento había sido completamente anulado por las ganas que tenía de conocer esa esquiva mujer.
Lentamente me levanté para demorar mi entrada, necesitaba urgente una excusa para desaparecer de ahí, cualquier cosa me servía, pero estaba en blanco, fue todo muy repentino, no me esperaba ese desenlace tan desastroso. “¿Por qué nunca me resultan estas cosas?”, me pregunté, si esto es un acto poético, por que falla, donde está la magia carajo.
Enfrenté la puerta, el doctor estaba parado al lado de la maldita silla de torturas y su asistente de espaldas preparando los artilugios del dolor, cuando de improviso se dio vuelta y era ella, radiante en su delantal blanco me invitaba a pasar con una hermosa sonrisa en su boca. Entré al despacho y caí cómodamente en la silla como si estuviera echa a mi medida.
- Hola Matías, soy el doctor Mardones y esta es mi nueva asistente; Beatriz, cuénteme, que lo trae por aquí.
- Un control, nada más- respondí relajadamente como si estuviera en una silla de playa pasando las vacaciones junto a Beatriz, que lucía un hermoso bikini que permitía ver a destajo su piel bronceada como barquillo de misa.
- Bien, entonces abra la boca para ver en que le puedo ser útil.
Obedientemente seguí una a una las ordenes del doctor, a todo le decía que sí con mi cabeza, cualquier minuto extra valía la pena.
Beatriz a cada rato me ponía cosas en la boca como si fuera un cesar siendo agasajado con las más dulces uvas y cuando se agachaba más de la cuenta podía ver indiscretamente el borde de su sostén, era blanco y entre el límite del mismo pude percatarme de esa hermosa frontera de tonos suaves que deja el bikini cuando las mujeres toman sol.
Ella prestaba la mayor atención de lo que hacía el doctor y su cara de inteligente me sedujo al máximo, cuando pasaba algo, ella abría escasamente su boca, como asombrada y luego sacaba la punta de su lengua para refrescar sus labios, al instante me miraba compasiva, tierna y maternalmente me ofrecía agua y luego de escupirla volvíamos a lo mismo.
De pronto sentí un fuerte dolor acompañado de un agudo y persistente ruido, tomé instintivamente la mano de Beatriz y ella apretó la suya contra la mía mientras en su cara noté como fruncía el ceño, el dolor era fuertísimo y yo negué con toda mi voluntad el grito que tenía ahogado en mi garganta y que delataría mi espantoso temor a los dentistas, dejándome de paso como un vil cobarde frete a mi amada. En eso sentí que ella movía rítmicamente su dedo índice acariciando mi mano, luego con la punta de su dedo comenzó a clavar su uña en mi nudillo queriendo con esto desviar el dolor, luego aplicó más fuerza, la miré y ella tenía una diminuta mueca de satisfacción en su boca, se me quedó mirando y apretó más fuerte, yo estaba perplejo, le gustaba el dolor a esta mujer y yo estaba en sus garras como un gatito indefenso dispuesto a sacrificar mi integridad por ella.
El juego de la uña se repitió varias veces, cuando terminaba cada cesión me acariciaba sigilosamente la palma y luego volvíamos al dolor.
En eso se oyó la voz de la recepcionista a través del citófono. –Doctor, la llamada que esperaba- dijo con voz metálica. – Voy de inmediato, por favor déme unos minutos, es una llamada muy importante- me dijo el doctor y yo nuevamente asentí. Acto seguido se fue a su despacho dejándonos por primera vez solos.
Beatriz me miraba como esperando algo de mi parte, lentamente acerqué mi mano a su pierna, sin tocarla aún se me pasó por la cabeza el desastre que podría provocar con el solo echo de acariciar su tierno muslo –discúlpeme por favor, fue un mal entendido- diría excusándome envuelto en vergüenza y como un canalla me retiraría para no verla nunca más. Cuando me decidí luego de analizar los pro y los contras, me percaté que ya tocaba leve y suavemente su piel y como bajo un estado de éxtasis comencé a bambonearla de arriba abajo, luego la introduje dentro de su delantal, palpé con sumo cuidado su muslo, así como lo haría un siego intentando ver hermosura, era lo suficientemente firme, no musculoso, perfecto. Comencé a subir de apoco mientras buscaba aprobación en sus ojos y cuando me enganché en ellos puede percibir su orden mental e imperativa; proseguí entonces hasta sus curvas, las acaricié, con la punta de mi dedo jugué con el elástico del calzón, comencé a seguirlo como si fueran los riles de un tren que me llevó por todos sus contornos, por dentro y por fuera en un paseo erótico que me tenía en los límites de la conciencia. Luego apreté su carne, si hubiese podido la mordía, con un cuchillo habría rebanado un bocado y me lo comía en sus narices solo para ver salir por sus ojos rayos de fuego helado, su magnetismo intenso me arrancó el corazón chorreante en sangre que se precipitó tibia y roja en su pecho oculto. Me vi salir, la vi palpitante junto a mi cuerpo mientras me elevaba lentamente por los cielos de la consulta hasta que se escuchó que el doctor se despedía de la que supuse era su mujer y colgó el teléfono. Rápidamente caí y retirando mi mano retomé mi postura, Beatriz calmadamente comenzó a ordenar como si nada hubiese pasado, el doctor volvió a mi lado y me dijo que ya faltaba muy poco, Beatriz me miró y yo le serré el ojo galantemente mientras me introducía la aspiradora de saliva.
Cuando todo terminó, tenía en mi poder dos tapaduras nuevas, un folleto que explicaba como lavarse los dientes y un pequeño trozo de papel que Beatriz deslizó entre mis dedos mientras se despedía pronunciando silenciosamente en mi oído; -llámame-.
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