No quiero que los niños sufran por nuestras faltas,
No quiero que sean ellos los que paguen por nuestros errores,
No quiero ser parte del público que presencia este horrible espectáculo.
El hambre, la miseria, el dolor, el frío, la lluvia, la delincuencia, la drogadicción, matan a nuestros hermanos, cada día. A aquellos inocentes que no saben porqué están aquí, a aquellos que no tienen las armas para defenderse. Y, ¿qué hacemos nosotros?, nos refugiamos en nuestras pocilgas, en la tibieza de nuestras frazadas pensando que estaremos a salvo y que nada nos pasará, alimentando nuestra ceguera con los gritos de auxilio de nuestros semejantes.
Hoy escuché como una víctima inocente dejaba este mundo, muerto de hambre, aferrado a un trozo de pan mientras su progenitora estaba ya muerta desde hacía días, guiada solo por las drogas...
¿Es aquella criatura la culpable de su propia muerte?,
¿es acaso la mente enferma de quien debiera estar a su lado, después de parirle, la culpable?,
¿son las manos atadas de sus vecinos, al hacer de oídos sordos, los culpables del sufrimiento?,
¿son cómplices acaso aquellos que sabían de su situación y no ayudaron?.
¿Seré yo, tal vez, quien promueve estas injusticias al observar desde la distancia?
Dónde quedó aquello de cambiar el mundo?,
¿donde quedó el corazón del buen samaritano?,
¿donde están nuestros estructurados principios religiosos?
Mientras esperamos recordar el nacimiento de un niño que habría de traernos la paz y el buen ejemplo de vida, virtud, sabiduría, compañerismo, hermandad, y todas esas palabras vacías que utilizamos para referirnos a un ejemplo no muy bien acogido, nos peleamos por encontrar los mejores regalos, los más caros, las mejores comidas para nuestras mesas, gastar el dinero que tal vez sea bien ganado, pero que pierde importancia en nuestras manos, pintadas de indiferencia.
Mientras esperamos el nacimiento de “el niño”, muchos otros mueren en nuestras propias narices, sin que intentemos, si quiera, ver lo que está pasando.
David Moisés Enoc.
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