Después que el dictador falleció, se sintió transportado por azarosos y oscuros senderos, sin tener mayor conciencia hacia donde era conducido por aquella extraña fuerza que lo alejaba para siempre de las glorias terrenales. Cuando, por fin, abrió sus ojos, se dio cuenta que se encontraba en una amplia y reluciente sala, tras cuyos cristales se asomaban unas inmensas y algodonosas nubes. Reparó entonces en un señor de albísimas barbas, túnica en el mismo tono y de cuyo cinto colgaba un inmenso legajo de llaves. Ante esto, el opresor se incorporó de un salto y dirigiéndose al personaje, le dijo:
-San Pedro, me alegro de estar acá en el cielo. Antes que nada, debo dejar bien en claro que yo nunca fui el ser repulsivo y tiránico que otros andaban diciendo que era.
San Pedro lo miró impertérrito y nada comentó.
El dictador continuó: -La vida fue para mí una real fiesta de la primavera, un regocijo compartido por todos aquellos que amé y me amaron, un maravilloso baile de disfraces.
San Pedro, al escuchar esto, se ríe a carcajadas.
-Me alegro que así sea, hijo, porque esas nubes no son nubes, esta oficina no es oficina y quien habla no es San Pedro sino Satanás. Bienvenido, querido amigo, al baile anual de disfraces del Infierno…
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